www.cubaencuentro.com Viernes, 09 de septiembre de 2005

 
  Parte 3/4
 
Colonia desbordada
Jornada Mundial de la Juventud Católica: Riesgos y esperanzas en la metrópoli alemana de la paz y el carnaval.
por JORGE A. POMAR, Colonia
 

Desde las carrozas, aunque vestidos como Dios manda entre vacantes semidesnudos de ambos sexos, saludaban eufóricos, cazando votos, políticos de renombre como Claudia Roth (Los Verdes) y Guido Westerwelle (Partido Liberal Demócrata), quien, como los alcaldes de Berlín Occidental y Hamburgo, reconoce públicamente su homosexualidad. Joschka Fischer, ministro del Exterior de la República Federal, clausuró la jornada, dedicada este año a los homosexuales de la tercera edad, entre vítores en una plaza del Heumarkt de bote en bote. Muy cerca de allí se halla el barrio de los homosexuales y compañía.

No en balde Colonia es la capital gay de Alemania. Ni qué decir que en cada una de estas festividades el conservador arzobispo primado de Colonia, Joachim Meisner, se ve en la penosa necesidad de defender los predios sagrados de la catedral. Sin mucho éxito, por cierto, pese a su vehemencia. Y no deja de tener razón, el pobre prelado. No sólo por las escenas de disipación en la misma explanada del Dom, sino incluso por la presencia allí de una feria de venta de objetos pornográficos. Hace dos o tres años, hasta tuvieron la osadía de montarle en uno de los laterales una gigantesca estrella giratoria que parecía desafiar a las torres de la catedral y exhibía en lo alto un lema de lo más procaz.

Instintos báquicos y religión

Dado que los colonenses aprovechan de buen grado cualquier ocasión para dar rienda suelta a sus instintos báquicos, se corre el riesgo de que a la postre acaben convirtiendo la JMJ en unas carnestolendas a su gusto. De hecho, el contagio ya es una realidad: en atestados autobuses, tranvías y trenes del metro, plazas, calles y parques (el tráfico está al borde del colapso en toda la ciudad ), por doquier multitudinarios coros juveniles entonan a voz en cuello una inextricable mezcla de aleluyas y canciones del repertorio carnavalesco local, con clara tendencia al predominio de las segundas.

Entre el millón y medio de jóvenes que acuden a la cita (Bonn y Dusseldorf fungen como subsedes), los católicos fervientes lo tienen ya cuesta arriba para sustraerse al relajamiento general. Y lo tendrán aún más difícil durante el próximo fin de semana, cuando cientos de miles de desinhibidos coetáneos colonenses, amantes del despelote acompañado de abundantes libaciones de cerveza y vino, de darse su "pastillazo" y fumarse su porro sin sigilo, se sumen al jolgorio.

Ya de por sí, pese al orgullo nacional por el nuevo papa alemán ("¡Habemus Papa!" o "Somos Papa", rezaban los titulares de varios periódicos alemanes al día siguiente de la proclamación del cardenal Ratzinger), fuera del mundillo católico, ni Juan Pablo II ni su sucesor son santos de la devoción del público ni de la prensa alemana. Aquí más bien predomina la irreverencia hacia el alto clero romano. Prueba de ello es que en los días en que el Sumo Pontífice agonizaba, el teatro bufo se atrevió a montar un sketch satírico inconcebible en cualquier otro país de la cristiandad. Si no, juzguen ustedes: Wojtyla, cabizbajo y achacoso, aparecía sentado en el sillón de Pedro entre dos cardenales que traducían cada cual a su aire los ininteligibles y atroces ronroneos que salían de la garganta papal.

En fin, que no se sabe quién ganará la partida. Tampoco se debe olvidar que, aunque con otro nombre, los matrimonios gays ya son legales en Alemania, y una parte importante del clero local reclama el sacerdocio femenino, la abolición del celibato, la autorización de la píldora anticonceptiva y sobre todo del condón (para combatir el SIDA) y el ecumenismo activo, entre otras demandas que allanarían el camino hacia la reunificación de la cristiandad, meta del ecumenismo, pero a la vez certificado de defunción del Vaticano como entidad rectora de la fe. De hecho, equivaldría a darle la razón, a posteriori, a la Reforma protestante. Por tal razón, es de suponer que Benedicto XVI no hará en Colonia la mínima concesión que ponga en peligro la primacía del Vaticano.

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