www.cubaencuentro.com Viernes, 09 de septiembre de 2005

 
  Parte 4/4
 
Colonia desbordada
Jornada Mundial de la Juventud Católica: Riesgos y esperanzas en la metrópoli alemana de la paz y el carnaval.
por JORGE A. POMAR, Colonia
 

Por lo pronto, ya hay al menos un indicio fuerte del plante papal: ante la airada protesta de los organizadores de la JMJ, que han visto en el gesto una provocación deliberada, la policía colonense tuvo que suspender el proyectado reparto masivo de condones entre los jóvenes asistentes. Aunque la mayoría de ellos ya viene con su provisión de condones en la mochila, siendo el uso de estos adminículos el reclamo más elemental al Vaticano, el disenso está programado.

Juventud, material inflamable

Si se tiene en cuenta que sólo el 20 por ciento de los peregrinos afirma asistir por motivos estrictamente religiosos y el 43 por ciento únicamente para divertirse y compartir con jóvenes de otros países, cabe pensar que la cita de Colonia podría no sólo dar al traste con la imagen mediática de superstar que se le quiere dar a Benedicto XVI (se venden camisetas, bolígrafos, jarras y otros souvenires con su efigie), sino llevar agua al molino de teólogos disidentes como Hans Küng, acentuando la impopularidad de la Iglesia Católica.

El peligro está en que la juventud, dueña del futuro, es material inflamable. Tanto más tratándose de millón y medio de chicos postmodernos revueltos y todos ellos, a su manera, obsesionados por el sexo, su tema predilecto y a la vez la quintaesencia de la cerrazón del Vaticano. Por lo pronto, la voz de la Iglesia no es la única que se escucha por acá. Sobran cucharas contestatarias en este descomunal popurrí juvenil. El potencial de protesta es impredecible. Por citar un ejemplo, la Coalición Internacional de Jóvenes Progresistas ya ha anunciado "su intención de hablar del preservativo en los debates que se celebrarán hasta el próximo domingo". A ello hay que sumar el clamor de los gays, las feministas, los intelectuales, los partidos de izquierda, los evangélicos y un largo etcétera de inconformes de todos los pelajes activos en el cónclave. Como hemos visto, hasta la policía piensa de otra manera.

De modo que Ratzinger, quien llegó ayer a Colonia, tiene ante sí la doble tarea de hacer de profeta en su tierra y a la vez, como quien dice, bailar en casa del trompo, o sea, predicar dogmas anquilosados en el país de Martín Lutero. Deberá, pues, hilar fino en su homilía del domingo, dejar a un lado la retórica usual y ofrecerle al menos a su incómoda concurrencia la promesa de levantar la prohibición del uso del condón, que suprime más vida de las que pretende salvar. De lo contrario, otros le robarán el espectáculo. El argumento, recientemente esgrimido por él en una entrevista a Radio Vaticano, de que "la Iglesia no es un montón de prohibiciones y de principios, no es una cosa vieja, no es una menestra recalentada que nos vienen sirviendo desde hace 2.000 años", lo pondría aquí literalmente contra la pared.

Tal es el ambiente en el que están inmersos desde el lunes los 42 miembros de la delegación cubana, encabezada por el cardenal Jaime Ortega. Ante el panorama descrito, a lo que se suma el gran despliegue policial provocado, entre otras cosas, por la amenaza del terrorismo islámico (el espacio aéreo colonense está sometido a una intensa vigilancia, pues el Sumo Pontífice y la JMJ serían blancos ideales para los discípulos de Bin Laden) contra una ciudad que, además, es toda ella una fabulosa vitrina de la sociedad de consumo occidental.

Habituados como están los cubanos a carnavales que son más bien procesiones de tristeza y escasez, al austero, cuasi religioso ritual de los actos de masas, los 31 jóvenes católicos que representan a la Isla, o al menos aquellos que nunca antes hayan estado en un país de Europa Occidental, no habrán salido todavía de su asombro y desconcierto cuando les llegue la hora de hacer las maletas el próximo 22 de agosto.

Pasará algún tiempo antes de que acaben de procesar el sinfín de vivencias y emociones que debe de estarles produciendo el brutal choque con la jungla de la libertad en Colonia. Lástima que en vez de 31 no sean 310 o 3.100 o 31.000 los que han tenido el privilegio de ver de cerca cómo viven sus coetáneos europeos, de convivir con ellos durante esta vigésima Jornada Mundial de la Juventud.

La experiencia dejará una marca indeleble en sus caracteres y tal vez les haga comprender que el auge del catolicismo en Cuba, debido al papel de refugio seguro que asume la Iglesia en los países totalitarios, no se corresponde con su franco declive en el Viejo Continente.

En fin, que sea para bien. Y que, por favor, no se cansen de comentar las impresiones del viaje en la Isla. Desde aquí les deseo suerte y, al margen de la religión, una buena digestión ideológica de las frenéticas e inolvidables jornadas vividas en mi segunda ciudad.

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