www.cubaencuentro.com Viernes, 09 de septiembre de 2005

 
   
 
La Habana: Viejas y nuevas formas de transporte
Bicicletas, camellos y otros vehículos en un país en crisis. ¿Hasta dónde va a llegar el invento?
por RAFAEL ALCIDES
 

Después del repentino hundimiento de la Unión Soviética y sus filiales en el este europeo, el transporte cubano entró en crisis. Para el interprovincial, el de trenes, aviones y carretera, siguen buscándose soluciones. El urbano ha sido mucho más imaginativo, sobre todo en La Habana. Además de crear la capital nuevos vehículos, ha incorporado otros que por creerlos del pasado pertenecían ya al olvido. Entre ellos, y en primer lugar, la bicicleta.

Bici
El bicitaxi: nueva versión de un antiguo vehículo chino.

En efecto, era la bicicleta en la última década del pasado siglo cubano un vehículo del que en la capital sólo se ocupaban los niños en sus cartas a los Reyes Magos. Ni siquiera las señoras gordas que, celosas de la secretarias de sus maridos, quisieran adelgazar, ponían en ella sus ojos. Al contrario del automóvil, que es signo de poder, la bicicleta era cosa de fracasados, gentes de barrio, desesperado recurso, en fin, de quienes un día se irían de este mundo sin dejar en él la menor huella, o cuando menos, los pobres, sin siquiera haber gozado de las delicias de comerse un buen bistec en el Monseñor, montado en un avión, viajado por "los países" (así se le decía entonces a las repúblicas socialistas del gran naufragio que tan a pie nos dejara).

El mensajero del cable, el repartidor a domicilio de las bodegas y el de las farmacias, la habían demeritado en el pasado. Aparte de que en la capital las grandes distancias no le hubiesen permitido crear la tradición que disfrutó en los municipios, sobre todo cuando al término de la Segunda Guerra Mundial alcanzó su perfección al incorporar un modesto motor de poco peso y escaso consumo. Dicho motor, de hecho, la convertía en una elegante motocicleta en la que sin sudar sus ropas podía el ciclista ir de uno a otro extremo del pueblo.

En Bayamo, recuerdo haber visto al cura pasar, sotana al viento, en uno de estos entonces novedosos ciclos raudos pero a la vez prudentes, lo que los hacía menos peligrosos que las veloces motocicletas que incitaban en carretera a regatear con los automóviles último modelo. Y con el cura, pasar de cuello y corbata el abogado, el médico, el secretario del Juzgado Municipal, el juez, el telegrafista, en fin, la aristocracia de la ciudad, democráticamente acompañada por el modesto empleado del comercio, pues el motor, listo para ser instalado en cualquier modelo de bicicleta, costaba cincuenta pesos o menos.

Lo que ahora es castigo

Demostrando que en ocasiones el pasado y el porvenir pueden terminar siendo intercambiables, aquel pasado de mis días infantiles en Bayamo, es el presente de gran parte de la aristocracia cubana de hoy, especialmente de la habanera, ya que es en La Habana donde más bicicletas han sido vendidas. Pero sin motor (incluidas las que se venden en moneda extranjera), sin el mágico motor que convertía en un paseo de sueño lo que ahora es castigo, sobre todo cuando el nuevo ciclista creado por el naufragio de la URSS vive en la Lisa y trabaja en la Habana Vieja.

No por eso faltará el motor de vez en cuando. No el glorioso motor de antaño, pero sí el más humilde construido con el motor de una secadora de pelo o el de una lavadora desechada por ser ya chatarra su tiesto. Motor al fin que con su correspondiente escándalo verá uno pasar calle abajo hasta perderse de vista en la amplia gama de vehículos colectivos que van desde el ómnibus escolar donado por organizaciones de otros países, hasta el extraño artefacto heroicamente fabricado uniendo dos chasis de camión, popularmente llamado "camello", atendiendo a su forma (aunque a mí, la verdad, más que al camello, me recuerda al Nautilus de James Mason haciendo de capitán Nemo). Desde el auto común convertido en ómnibus para seis o siete pasajeros, llamado "botero" (diez pesos por persona), hasta el camión con un par de bancos laterales y barras en el centro para agarrarse el viajero de pie.

Esto, en moneda nacional, y en divisas ya cambiadas por el peso convertible cubano, desde el coche de caballo hasta la motoneta con techo en forma de concha y cuatro asientos pintada de amarillo reluciente (para gustos extraterrestres); desde el lujoso taxi con aire acondicionado hasta la bicicleta convertida en triciclo equipada con techo y dos asientos, nueva versión de cierto muy antiguo vehículo chino, pero ahora humanizado.

En el original asiático el chino va corriendo delante, arrastrándolo con la destreza de una bestia veloz tan domesticada que ni cuenta se da del esfuerzo que va haciendo, y en la versión cubana, el ciclista de poderosas piernas va pedaleando en su sillín con la majestad de un rey, si el sol no está alto y no han llegado los meses del verano, que en Cuba ocupan casi todo el año.

En fin, que también en materia de transporte hemos sobrevivido al sorpresivo naufragio los cubanos. Y algunos, además, hemos aprovechado para mejorar nuestra figura, aprendiendo a caminar.

EnviarImprimir
 
 
En Esta Sección
La Habana: Un monumento al periodismo independiente
IVáN GARCíA
La Habana: Crónica de un verano más
MIRIAM LEIVA
La bendición de los fariseos
JOSé H. FERNáNDEZ, La Habana
Editoriales
Sociedad
Cultura
Internacional
Deporte
Opinión
Desde
Entrevista
Buscador
Cartas
Convocatorias
Humor
Enlaces
Prensa
Documentos De Consulta
Ediciones
 
Nosotros Contacto Derechos Subir