www.cubaencuentro.com Viernes, 28 de octubre de 2005

 
  Parte 1/2
 
La Habana: Una dama desesperanzada
por RAFAEL ALCIDES
 

"Carlos Alberto Montaner", dijo la mujer, muy satisfecha, y el hombre, volviéndose, la miró aterrorizado.

Era un lector de mediana edad. Estábamos haciendo la cola del dentista en el policlínico de la zona y la mujer se había asomado por encima del hombro de él, segura de que lo sorprendería. Todavía aturdido, comentó el lector poniéndole el libro en las manos: "Un verdadero asco. Todos ellos son iguales. Mire usted, libra y media de infamia".

La mujer, también de mediana edad y aspecto distinguido, palpo el libro. Mientras lo revisaba, hizo dos comentarios. El primero fue, refiriéndose al contenido del libro, "Artículos, todos de Montaner". Y el segundo: "Cuando usted me dice 'ellos', ¿de quiénes me está hablando?". "¡Hombre!, de quién iba a ser, balbuceó el hombre, del Cabrera Infante ése y del Vargas Llosa y del hijo de Vargas Llosa y de toda esa caterva, empezando por el Montaner éste que es el peor de todos. Un tipo consuetudinario", afirmó, lapidario, sin haber hallado, evidentemente, el calificativo buscado.

La mujer observó que se veía que él los conocía muy bien.

"En una batalla de ideas como en la que nos hallábamos enfrascados, uno está en el deber de saber cómo piensa el enemigo y lo que piensa".

Siempre con la estudiada indiferencia del policía que fingiera dar la impresión de no querer parecer policía, comentó la mujer, devolviéndole el libro, que era el de él un asco muy curioso, además de paciente y costoso, si se tenía en cuenta que para formar aquel libro de Montaner habría tenido que coleccionar los artículos, persiguiéndolos en los periódicos durante un año, y luego hacerlos empastar. El hombre, ya a medias a dueño de sí, contestó que el no perdería su tiempo en reunir esa basura. Era un libro alquilado.

Es verdad, me dijo la mujer, pasando a ocupar el sitio dejado por el hombre al llegarle su turno en el tenebroso sillón dental, de manera que me quedó sentada al lado. Por lo que me contó, en la biblioteca donde solía alquilar el asustado hombre que ahora estarían martirizando allá adentro, estaban todas las publicaciones, libros y revistas, enemigas de Cuba. Publicaciones que al dueño de la biblioteca le suministraba una amante que trabajaba en el Aeropuerto y que a él, un muchacho filólogo, le permitían vivir del alquiler de las mismas.

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