www.cubaencuentro.com Viernes, 28 de octubre de 2005

 
  Parte 2/2
 
Coartada revolucionaria
Leyendo la prensa: ¿Qué sentido tuvo la política de 'cambio cultural' del gobierno cubano, cuando muchos artistas e intelectuales permanecen hoy marginados y son desconocidos?
por ROGELIO FABIO HURTADO, La Habana
 

Merece señalarse que esta filosofía, correcta por sí misma, no incluye todavía la difusión nacional de Celia Cruz ni la publicación de libros de Leví Marrero, Heberto Padilla o Carlos Victoria, entre otros auténticos creadores cubanos. Cuando Rojas señala como un mérito el hecho de "considerarse importante garantizar la actividad creadora del escritor no revolucionario", justifica, sin querer, el más breve y dramático de los discursos pronunciados en Cuba después de 1959: "Tengo miedo" (intervención de Virgilio Piñera durante las reuniones de la Biblioteca Nacional que precedieron a las Palabras a los Intelectuales).

Luego de citar varios párrafos del ensayo de Ernesto Guevara El socialismo y el hombre en Cuba, que a él sigue pareciéndole válido —y a mí más bien enigmático—, vuelve Rojas a patentizar su rechazo al viejo estilo y hasta se excusa: "Las desviaciones de inspiración estalinista o de otra índole, hacia un arte o una literatura de corte figurativo o panfletario dañaron sensiblemente esta política cultural y provocaron lamentables desencuentros —y hasta flagrantes injusticias— entre la vanguardia intelectual y los gestores y funcionarios, que sólo fueron superados con un regreso consecuente, creativo y actualizado a las esencias de la política".

Golpe artero, no 'desviación estalinista'

Reconozco que el quite es inteligente, pero de ninguna manera suficiente para quienes éramos jóvenes entonces y fuimos víctimas de aquellos desmanes.

Los autores de la generación del cincuenta ya eran conocidos, pero para quienes cumplimos los 20 años en la década del sesenta, y nos iniciamos deslumbrados por las luminarias del boom fue peor.

La política cultural iniciada en la primavera de 1971 con la detención de Heberto Padilla resultó un golpe artero, y no una "desviación estalinista o de otra índole". A los sobrevivientes del cincuenta, como Pablo Armando Fernández, César López o Antón Arrufat, se les han concedido honores y ediciones, mientras que talentos como los de Esteban Luis Cárdenas, Benny Caviédes, Eddy Campa o Benjamín Ferrera se frustraron y permanecen desconocidos, sin que los hoy reivindicados hayan mostrado la más mínima preocupación por ellos.

Ya en la tercera página de su ensayo, que es la versión de una ponencia presentada por Rojas en un evento académico reciente, retoma otro tópico clásico: "los pequeño burgueses", de quienes advierte que "los tenemos dentro". Ahora tendrán que disculparme tanto mis lectores como el autor al que gloso, porque, pese a releerlo varias veces, no alcanzo a comprender si Rojas está denunciándolos o dándoles la bienvenida. Quizás si Rojas me aclarase en qué categoría, grupo o sector social se coloca él mismo, ya tendría un punto de referencia más claro.

¿Se ve a sí mismo como "el tipo del pequeño burgués que se dedica a la actividad intelectual" o prefiere verse como un caballero de hierro de la Revolución, iluminado por el omnipotente espíritu del proletariado? Esa supervivencia del pequeño burgués, pese a todo lo mucho y malo que han hecho para extirparlo de la faz de la tierra, ¿es el principal mal social que confrontamos?

Rojas no hace alusión alguna al nuevo modelo de hombre mediocre, ateo por inferioridad espiritual, medroso ante el fuerte y abusador con el débil, consumista de basura musical, capaz sólo de obedecer, cuyo objetivo a menudo es trabajar lo menos posible, que a todas luces es el resultado real de nuestra forma de vida. Es muy legítimo aspirar, como arguye el articulista, "a que las cubanas y cubanos de las generaciones venideras sean mujeres y hombres informados, solidarios y laboriosos, preocupados por cualquier injusticia y dispuestos a erradicarla, imbuidos de una actitud humanista ante las nuevas tecnologías, capaces de distinguir entre el hecho o producto cultural auténtico y el bodrio enlatado que ofertan las transnacionales del ocio", pero —digo— mucho tendremos que discutir y cambiar para lograrlo.

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