www.cubaencuentro.com Viernes, 09 de septiembre de 2005

 
  Parte 4/9
 
La presencia social de la Iglesia
Instrucción teológico-pastoral, firmada por los 13 obispos católicos de Cuba, dada a conocer el 8 de septiembre de 2003, festividad de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre.
 

2. La misión de la Iglesia

Jesús confió a la Iglesia la misión de anunciar el Evangelio. Ella debe predicar a tiempo y a destiempo a Jesucristo, propiciando que todos los hombres se encuentren con Él para que participen de su vida nueva y lleguen a la salvación. Esta vida nueva nace del amor de Dios que Cristo pone en el corazón de los cristianos, quienes así podrán comprometerse en la llegada del Reino de Dios: "Reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz" (Prefacio de Cristo Rey).

El papel de la Iglesia es siempre el servicio del amor al prójimo y a la sociedad. Ante el ser humano, especialmente ante el más desvalido, la Iglesia, como comunidad de los creyentes en Cristo, debe poner en práctica la verdad, la justicia, la solidaridad, la caridad, pero debe hacerlo siempre de modo evangélico. Lo "profético"en la Iglesia no consiste en anunciar lo bueno y denunciar lo malo, o en una de las dos alternativas exclusivamente, sino en valorar la realidad de acuerdo a las circunstancias concretas, según las intenciones y el estilo propios de Jesús, de modo que "anunciemos con amor" y, llegado el caso, "denunciemos con amor".

Es cierto que la caridad o amor cristiano sólo se hace real de modo tangible en un tejido social, en una organización de la ciudad, de la "polis". Con razón se habla de "caridad política", porque el amor cristiano incide en la transformación de la sociedad y toma cuerpo en las instituciones sociales. Con frecuencia en esas instituciones económicas, políticas o religiosas se instala una tentación de la cual debemos hacernos conscientes: suplantar el amor que sirve por el poder que oprime o por la protesta que estremece e irrita, pero no construye.

Sin embargo, la comunidad cristiana debe ser germen de solidaridad y los cristianos están llamados a mostrar el nuevo lazo de solidaridad universal al que nos convoca el Evangelio, ajeno a toda estrategia y cálculo político o propagandístico. La solidaridad no es un "sentimiento superficial por los males de tantas personas, cercanas o lejanas, sino la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común, es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todo" (Juan Pablo II, Sollicitudo rei socialis, n.38).

Por solidaridad cristiana la Iglesia tiene que anunciar, promover y defender la dignidad humana, la justicia social y todos los derechos del hombre, inseparables del Reino de Dios.

De acuerdo con las enseñanzas del Concilio Vaticano II, queremos recordar que en este campo los cristianos laicos deben desempeñar su papel específico. "En el amor a la Patria y en el fiel cumplimiento de los deberes civiles siéntanse obligados los católicos a promover el genuino bien común y hagan valer así el peso de su opinión para que el poder político se ejerza con justicia y las leyes respondan a los preceptos de la moral y al bien común" (Cf Apostolicam Actuositatem n. 14).

3. La Iglesia, signo de Comunión

El rostro más visible de la Iglesia es el de sus miembros. El carácter de Pueblo de Dios es el que se presenta como más cercano e inmediato. Sin embargo, lo que hace que el Pueblo de Dios sea Iglesia es que Jesucristo convoca y une consigo mismo y entre sí a los que creen y aceptan su doctrina, esperan en sus promesas y cumplen el mandamiento nuevo del amor.

Por voluntad de Cristo, la Iglesia es comunidad orgánicamente estructurada y ha recibido unos ministerios ordenados con la misión de santificar, enseñar y regir. El ejercicio de esta misión tiene que discurrir por la lógica evangélica del amor y del servicio y, gracias a estos ministerios, la Iglesia se mantiene fiel a la tradición apostólica, a la verdadera doctrina y a la catolicidad. En orden a su vida y misión, la Iglesia es enriquecida con dones o carismas del Espíritu que  el ministerio de los Obispos tiene el deber de discernir y, en caso conveniente, aprobar, no apagando los carismas auténticos, sino cuidándolos.

De ahí se deriva que la Iglesia no es una democracia ni se conduce por los criterios de ésta. El contenido de la misión de la Iglesia y el modo de realizarla no provienen de la voluntad, por mayoría o consenso, de quienes pertenecen a ella, sino del mismo Cristo y de la Tradición bimilenaria de la Iglesia, profundizada por la enseñanza de su Magisterio y la santidad de sus hijos.

A partir de las experiencias acumuladas, los Obispos de Cuba reconocemos que las dificultades vividas por la Iglesia en nuestro país han favorecido la unidad entre todos sus miembros. Es un apreciable don de Dios que agradecemos y protegemos frente a las influencias disgregadoras, como pueden ser los intentos de manipular grupos de distintos signos en el interior de la Iglesia, para que desempeñen un rol político ajeno a la naturaleza y misión de la misma, como también un tipo de mentalidad que concibe la Teología como instrumento de liberación para este mundo, haciendo de su meta los cambios sociales mediante la confrontación.

1. Inicio
2. 3. La visita del Papa...
3. III. Naturaleza y misión de la...
4. 2. La misión de la Iglesia...
5. IV. La presencia pública...
6. 2. Compromiso político...
7. La independencia necesaria a...
8. 2. La unidad del pueblo...
9. 4. Construir la esperanza...
   
 
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