www.cubaencuentro.com Viernes, 28 de octubre de 2005

 
  Parte 1/3
 
Homilía de Navidad
Texto pronunciado por monseñor Pedro Meurice Estiú, Arzobispo Primado de Cuba, el 25 de diciembre de 2003 en la Catedral de Santiago, donde criticó los 'falsos mesianismos' del siglo XX: el nazismo y el marxismo-leninismo.
 

Queridos hermanos:

Un año más estamos celebrando la Natividad del Señor. Es bueno tener siempre presente que la Natividad es si nosotros la celebramos y que la Natividad es si nosotros no la celebramos. Se ha producido en el tiempo, hace 2003 años por la voluntad de Dios de enviar a su Hijo al mundo para la salvación de los hombres. Y del Hijo de Dios que se ha ofrecido al Padre para hacerse uno de nosotros, en nuestra carne mortal, para hacernos hermanos suyos y como Él hacernos hijos de Dios. Eso es lo que se llama la salvación.

La salvación es un término religioso, un término bíblico que nace en la Sagrada Escritura y que tiene ese contenido, ese significado. Se salva el que por don y gracia de Dios, y por respuesta propia en su libertad a esa gracia y colaboración con ella, haciendo la voluntad de Dios y cumpliendo el mandamiento del amor a Dios y al prójimo, obtiene el sentido, la significación total de su vida y a eso es a lo que llamamos la salvación.

El verbo salvar, la palabra salvarse, el término "se salvó" lo utilizamos muchas veces y con muchos significados; pero en el fondo más o menos significa lo mismo. Una persona que se encuentra un día en un lugar determinado un tesoro, nosotros decimos "se salvó", y por qué. A lo mejor esto le sirvió para que otro que lo oyó decida matarla, pero decimos "se salvó", pues entendemos que esa persona con ese tesoro va a ordenar de tal manera las cosas en su vida, asegurar el bienestar en su vida de tal manera que el tesoro pueda traerle felicidad, y decimos "se salvó".

Una persona que va pasando por frente a un edificio que de momento se derrumba y ella escapa y no le caen arriba los ladrillos, ni los bloques, ni nada, decimos "se salvó", continúa vivo, continúa elaborando su vida, escapó de la muerte, "se salvó".

Todo depende de que sentido le damos a la palabra muerte. En el lenguaje de la fe hay dos sentidos que los cristianos utilizamos para referirnos a la primera muerte y a la segunda muerte. La primera es ésa que vemos todos los días en torno a nosotros, cuando dejamos de respirar. La segunda es el que pierde no la vida, que se cuenta con minutos, días, semanas, meses y años, sino el que pierde el sentido total de su vida de tal manera que aunque viva cientos de años, al final cuando muere, muere todo; su ser íntimo no participará de la vida de Dios.

Pero las dos cosas, esta vida material y la otra VIDA, están tan entrelazadas la una con la otra y no se pueden separar. No se puede hablar de salvación en el sentido grande de la palabra si de alguna manera eso, en este mundo, no se ve y no se manifiesta, normalmente hablando. Y no se puede hablar de salvación en el comer arroz y frijoles, si no se hace referencia y se tiene en cuenta la segunda VIDA y la segunda muerte.

A nosotros, los seres humanos, Dios nos ha hecho y creado para participar en la plenitud de la VIDA que Él es y que Él tiene, y desde que nacemos hasta que llegamos a ese momento en que amanecemos en la luz de la misericordia de Dios, en este tiempo del más acá, tenemos la misión de administrar, de conducir este mundo de tal manera que todo sirva para el bienestar de todos. Dentro del concepto de salvación de la fe cristiana se contempla eso.

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