www.cubaencuentro.com Martes, 30 de marzo de 2004

 
   
 
A un año de la oleada represiva
(18 marzo 2004)
 

Hoy, 18 de marzo, se cumple un año del inicio de la última gran oleada represiva desatada por el gobierno de Fidel Castro contra la oposición pacífica cubana. Entonces, 75 opositores, periodistas y bibliotecarios independientes fueron sumados a los más de dos centenares de presos de conciencia encarcelados en la Isla. Poco después, tres ciudadanos negros, secuestradores de una embarcación con el fin de llegar a las costas de la Florida, fueron detenidos y fusilados en menos de una semana, tras juicios sumarísimos.

Estos dos actos, percibidos en el mundo como uno solo —el de un gobierno totalitario, prepotente e irrespetuoso de los más elementales derechos humanos—, provocaron una gran campaña de condena y repulsa hacia La Habana. El crédito político del castrismo, infinito durante decenios, llegó a números rojos. Las cartas y manifestaciones de intelectuales, políticos y ciudadanos en general, tuvieron como resultado que ese fenómeno conocido como revolución cubana, perdiera definitivamente su aura romántica y entrara de lleno a engrosar la lista de regímenes represivos.

A un año de estos acontecimientos, la situación de los presos, con condenas de entre 6 y 28 años, sólo ha empeorado. En celdas de aislamiento o mezclados con delincuentes comunes, debilitados por sucesivas huelgas de hambre, con visitas cada tres meses, una alimentación infrahumana y una deficiente atención sanitaria —algunos de ellos enfermos de gravedad—, los presos sobreviven a cientos de kilómetros de sus casas, un castigo añadido para sus esposas y familiares, quienes deben recorrer estas distancias en un país en el que apenas existen redes de transporte y por lo tanto desplazarse es casi una hazaña.

Todo lo anterior ha sumido al gobierno cubano en un aislamiento político del que, pese a sus esfuerzos, sobre todo en América Latina, apenas se ha movido.

En el escenario global, La Habana se felicita cuando el mundo libre se manifiesta contra temas como el hambre y los abusos de la globalización; celebra triunfos como el reciente de la izquierda en las elecciones españolas y le exige, a su vez, la retirada de las tropas hispanas y latinoamericanas de Irak; una guerra aprovechada, por otra parte, para desatar en Cuba la oleada represiva a espaldas de la comunidad internacional.

Esta calculada habilidad para apuntarse a las buenas causas y denunciar todos los males del mundo, no deja de llamar la atención cuando proviene de uno de los países con más presos por ejercer el derecho a la libertad de expresión, donde no existe el derecho de manifestación; y de un gobierno que dilapidó miles de vidas e infinidad de recursos económicos involucrándose, sin consultar a su pueblo, en guerras como las de Angola y Etiopía, esta última en defensa de un dictador.

¿Qué puede esperarse entonces del régimen de Fidel Castro? Los presos seguirán en sus celdas, hostigados y cada vez con la salud más diezmada, como posibles monedas de cambio llegado un momento de verdadera crisis. Mientras tanto, la delegación cubana en la Comisión de Derechos Humanos de Ginebra no aceptará ni tan siquiera la tímida recomendación de abrir las puertas de las cárceles a una relatora especial.

Un panorama más complejo, sin embargo, se percibe en el horizonte. El ascenso en diversos países de Europa y América Latina —e incluso posiblemente en los Estados Unidos—, de una izquierda democrática que ya se ha desmarcado de La Habana, puede dejar en una posición más endeble a Castro, quien se ha movido como pez en el agua enfrentado a gobiernos de derecha como los de Bush y Aznar. ¿Qué hará frente a un Zapatero o un Kerry, o qué logrará con el tan esperado mandato de Lula en Brasil o tras un triunfo de alguien como Eduardo Garzón en Colombia? El castrismo necesita de la confrontación para existir. No cabe duda de que siempre acabará encontrándola, pero será cada vez un fenómeno más trágico que terminará por derrumbarse.

Mientras esto llega, las exigencias seguirán saltando a la vista: libertad inmediata para todos los presos de conciencia, libertad de expresión y de asociación para los cubanos de la Isla, eventual celebración de elecciones libres. Sin estos contenidos reales y tangibles, todas las declaraciones del gobierno cubano no son más que populismo demagógico.

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