Las recientes elecciones españolas se han decidido sorprendentemente. El partido gobernante, que en los últimos cuatro años había detentado la mayoría absoluta en el Congreso, se ha visto en un abrir y cerrar de ojos desbancado a la oposición. Nunca antes, además, un cambio de gobierno en Madrid había jugado un rol tan trascendente en el tablero geopolítico mundial.

De estas novedades, sin embargo, hay una que toca especialmente de cerca a los cubanos.

Contra todos los augurios de los partidarios de los totalitarismos acerca de la decadencia e, incluso, falsedad de las normas del juego democrático, un sistema joven como el español —cuya transición sigue siendo un modelo de lo que es realmente la política: reconocimiento de todos los actores, transacción, cesiones, negociación, pacto— acaba de dar una lección insoslayable: la democracia funciona.

Los augures proclaman que los pueblos que viven en democracia no son libres. Dicen que están atrapados por la propaganda, que son manipulados por los medios y que éstos están en manos de mercaderes. Lo cierto es que en democracia los medios compiten, representan muy diversos intereses. Algunos son más honestos que otros, pero todos, absolutamente todos, proponen una versión, que, como en la célebre cinta japonesa Rashomon, nunca puede ser toda la verdad. Siempre, sin embargo, es un trozo de ese rompecabezas que cada ciudadano recompone según su juicio y lo obliga a reflexionar y tomar decisiones.

De modo que un partido en el poder durante más de un ejercicio, como el PSOE en 1996 y el PP ahora, puede perderlo en unas elecciones libres. Los mecanismos del voto garantizan la completa libertad de elección a cada ciudadano, además de un amplio abanico de opciones que le permite escoger, premiar o castigar a los que ejercen la función pública, no como patrimonio propio y excluyente, sino como administradores de los recursos estatales al servicio de la ciudadanía. Éstos, a su vez, deben revalidar día a día su capacidad para dirigir el país, ya que quienes los han aupado a la administración han sido los ciudadanos de a pie. Desde los grandes empresarios hasta los más humildes inmigrantes recién nacionalizados, en democracia todos tienen el mismo derecho a decidir con su voto.

La gran lección para la población cubana tiene que ser la renovación de su fe en la democracia. Pese a ser "el menos malo de todos los sistemas", según Churchill, sigue siendo el único en el que la decisión de quien dirige un país está realmente en manos de sus ciudadanos, que pueden dar un vuelco a todas las previsiones al no sentirse atados a ningún tipo de incondicionalidad.

En las sociedades en las que el acceso del individuo al disfrute de aquellos bienes que definen su calidad de vida (tan nimios como un automóvil o un verano en la playa) está determinado por su grado de incondicionalidad al gobernante, se genera una alienación (para remitirnos a términos marxistas) incomparablemente mayor que la existente en las sociedades de libre mercado. En éstas el acceso a un mayor bienestar depende del dinero —y de las vías en muchos casos difíciles y penosas para conseguirlo—, pero en las primeras la incondicionalidad sólo se obtiene a cambio de una renuncia a la propia dignidad.

Más allá de los partidismos, de quien haya ganado o perdido estas elecciones en España, ¿sabremos los cubanos leer su verdadero mensaje?: Señores dictadores: la democracia funciona.