www.cubaencuentro.com Martes, 18 de mayo de 2004

 
   
 
Varapalo en Ginebra
(19 abril 2004)
 

Por decimotercera vez en los últimos catorce años, una resolución que señala las violaciones a los derechos humanos en Cuba ha sido aprobada en Ginebra.

Con 22 votos a favor, 21 en contra y 10 abstenciones, la Comisión de Derechos Humanos (CDH) insta a La Habana a garantizar la libertad de expresión y de religión, a mejorar la situación de los derechos de los ciudadanos, a promover el desarrollo pleno de las instituciones democráticas y de las libertades públicas, y a permitir la visita al país de un representante del Alto Comisionado de Derechos Humanos de la ONU.

Como era de esperar, el lenguaje moderado de la resolución, presentada por Honduras, no ha influido en el tono de la respuesta de los funcionarios cubanos. Evidentemente frustrados, han protagonizado una golpiza a un exiliado en el mismo edificio donde radica la Comisión, y echado mano de todo un rosario de insultos que, tristemente, ya caracteriza el modus operandi de la diplomacia nacional. Para ésta, todos los países que avalaron la resolución no son más que peones y coristas de Washington, lo que revela la arrogancia, el desprecio y la trasnochada visión de Guerra Fría que aún impera en los pasillos del habanero Palacio de la Revolución.

Quizás el dato más relevante que ofrece la lectura de las posiciones de los países miembros de la CDH, sea el de que ninguna nación latinoamericana le dio su apoyo a La Habana. Después de la gran ofensiva diplomática protagonizada por el ministro cubano de Relaciones Exteriores, Felipe Pérez Roque, hubo 7 votos a favor de la resolución, 3 abstenciones y, salvo la de Cuba, ninguna voz en contra: un retrato de la delicada posición política del castrismo en su entorno geográfico.

De entre los votos críticos llaman la atención los de Chile y México. El primero por la claridad de su Presidente, el socialista Ricardo Lagos; el segundo por la consecuencia de Vicente Fox, quien a pesar de la capacidad de chantaje y la presencia política del gobierno cubano en su país, declaró que el voto de México fue a favor de una causa, no en contra de una nación. Fox debe contar ahora con la venganza de La Habana, que en una curiosa interpretación de la votación, decidida por una voz, ya ha señalado la posición mexicana como la determinante.

Las abstenciones de Brasil, Argentina y Paraguay también son significativas. Según sus cancillerías, esta postura se debió a la excesiva politización del tema cubano o a la posible ineficacia de una moción de censura. Es decir, dan por hecho que en Cuba se violan los derechos humanos, pues de otra manera se habrían opuesto a la resolución.

A pesar del tono moderado de la medida, de lo cerrado del veredicto y de la politización del caso, una cosa ha quedado clara: el régimen cubano se ha ganado una plaza fija entre los gobiernos violadores de los derechos de sus pueblos. De nada le han servido los vídeos manipulados con las esposas de los disidentes presos ni las amañadas visitas a las cárceles con la prensa extranjera acreditada en la isla. Si el régimen de Fidel Castro opina que poner en entredicho su labor es hacerle el juego a Estados Unidos, ¿no debería, en aras de sus propios argumentos, abrirle las puertas de la isla a organismos internacionales para desmentir, de una vez por todas, los rumores de las violaciones?

En términos prácticos, esta resolución, como sus predecesoras, cambiará poco o nada la situación en Cuba. Sí será un soplo de esperanza y solidaridad con los presos de conciencia y con el pueblo en general. Ginebra es uno de los pocos escenarios internacionales donde pueden ponerse de manifiesto las impunidades del castrismo. Su obsesivo empeño en salir airoso de la Comisión así lo demuestra.

Por otra parte, la excesiva politización del tema de los Derechos Humanos, como han señalado algunas ONG, es lamentable; y la presencia en la Comisión de países con un largo historial de violaciones, un sinsentido. Sería conveniente que en el futuro se encontrasen mecanismos independientes para juzgar las actuaciones de los gobiernos. Mientras tanto, habrá que seguir con lo que hay. Si como dice el asesor del presidente brasileño Lula da Silva, condenar al gobierno de Fidel Castro es un acto que tiende a aislar el caso cubano, a politizarlo unilateralmente, sólo cabría preguntarse: no condenarlo, ¿sería mejor?

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