www.cubaencuentro.com Miércoles, 02 de febrero de 2005

 
   
 
La posición europea
(27 octubre 2004)
 

El debate sobre la política de la Unión Europea hacia Cuba parece haber derivado hacia una comedia de equivocaciones.

Es indudable que los grandes partidos políticos de la región están convencidos de que el régimen cubano es una dictadura represora de las libertades más fundamentales. Incluso algunos partidos comunistas así lo manifestaron a raíz de la oleada represiva desatada por La Habana en abril de 2003. Es casi seguro que todas estas fracciones políticas también coincidan en la certeza de que la voluntad de poder total que caracteriza a Fidel Castro hace harto improbable que se produzca ningún giro de su régimen mientras él esté al mando. Estos partidos han tenido que asumir (con mayor o menor dolor y decepción de los que un día creyeron en la utopía del Caribe) que en Cuba hay once millones de personas secuestradas por una dictadura personal, apoyada en una cúpula represiva, y que nadie —ni siquiera los aparentemente "intocables"— se encuentra a salvo de un zarpazo que, de la noche a la mañana, podría convertirlo en "no persona".

Llegados a este punto, lo que cabría esperar es que esas grandes familias políticas europeas se sentaran juntas a pensar en la estrategia más adecuada para lidiar con un dictador que tiene en sus cárceles a más de trescientos presos por delitos de opinión. Y que valoraran la efectividad de las medidas que históricamente se han tomado con el fin declarado de facilitar la democratización del país.

Cuba y la UE
El papel de los cubanos
MICHEL SUáREZ, Madrid
Gestos
MS, Madrid
Carta Abierta a Rodríguez Zapatero
MANUEL DíAZ MARTíNEZ
El relanzamiento
MICHEL SUáREZ, Madrid
Carta Abierta al Sr. José Luis Rodríguez Zapatero
El fondo y las formas
ANTONIO ELORZA, Madrid

Por una parte, más de cuarenta años de embargo demuestran que la política del aislamiento no ha rendido frutos, y mucho menos lo hará ahora que el gobierno cubano cuenta con 53.000 barriles diarios de petróleo garantizados por Caracas. De hecho, la situación actual parece serle extremadamente cómoda: con las embajadas aisladas, La Habana se ha librado de la comunicación entre los diplomáticos europeos y un amplio sector de la sociedad. Y, de paso, de la influencia e interacción entre ellos, del intercambio de ideas e iniciativas en muchos casos "molestas" para los rígidos parámetros oficiales.

Por otra parte, la experiencia también ha demostrado que con Fidel Castro el diálogo siempre puede terminar con un exabrupto. Las abortadas iniciativas de Carter en los ochenta y de Felipe González y Bill Clinton en los noventa han dado amplio testimonio de ello. Castro, que se desenvuelve mejor en escenarios de conflicto, ha reaccionado con inusitada violencia cada vez que la distensión ha amenazado con imponerse.

Ahora, tras las declaradas intenciones del gobierno español —con el apoyo de otros países europeos— de buscar una solución al estancamiento de las relaciones, han saltado las alarmas en buena parte del exilio y la disidencia interna. Al mismo tiempo, al presidente Zapatero le llueven cartas solicitando que medie en la liberación de los presos políticos. Pero ¿cómo mediar sin interlocución?

Pese a las múltiples denuncias y condenas internacionales, el régimen cubano, lejos de ceder, se ha enrocado en sí mismo. Los presos políticos han seguido en la cárcel y no parece que esa situación vaya a cambiar. Según Madrid, su propuesta sería sustituir la estrategia de aislamiento por la de establecer con el régimen algún entendimiento que permita negociar la liberación total o parcial de los presos. En esencia, se trataría de cambiar una política simbólica de gestos condenatorios, por una de negociación, aun a sabiendas de que ésta pueda ser a mínimos.

Los demócratas cubanos deberíamos reclamar que en la UE se agoten todas las vías para pactar una política realista y unificada, que no signifique el abandono de la ética de los Derechos Humanos. Demostrada la poca efectividad tanto del aislamiento como del diálogo, quizás la vía sea una combinación de ambas estrategias: negociar, establecer puntos de encuentro con las autoridades cubanas, pero hacerlo desde la exigencia, sin escamotear el hecho de que se está tratando con un gobierno autoritario e irrespetuoso de los Derechos Humanos.

Por ahora, la forma bastante torpe con la que el asunto ha sido manejado es una baza para el castrismo. Nada podrá negociarse a micrófono abierto; mucho menos si de antemano la Unión Europea admite que la medida de invitar a disidentes a las embajadas ha sido desafortunada. Entre otras cosas, los Veinticinco están en el deber de comunicar lo mejor posible a la disidencia interna en qué consisten esas medidas sustitutivas que pretenden hacer pasar a un segundo plano el simbolismo de las invitaciones oficiales, en pos de una ayuda eficaz.

A la vez, tienen razón los miembros de la UE que plantean la necesidad de salir de la situación actual. La estrategia tal vez deba centrarse, dentro de este estancamiento, en la búsqueda de medidas de alivio, y no sólo simbólicas —un terreno en el que el gran demagogo que es Fidel Castro siempre tendrá las de ganar—. Hay que hacerlo con una política sofisticada, cuidadosa de los matices y las sensibilidades, y con la meta de conseguir la liberación de los presos políticos, aunque ésta dependa, como nadie mejor que los cubanos sabemos, exclusivamente del capricho y la voluntad de Fidel Castro.

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