www.cubaencuentro.com Viernes, 28 de octubre de 2005

 
   
 
Lula en Cuba
(29 septiembre 2003)
 

En su recién finalizada visita a Cuba, el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva ha dado otra muestra de madurez política. A su paso por La Habana, ni él ni Castro hicieron alusión, al menos públicamente, a temas como el de los Derechos Humanos en la Isla o al del embargo estadounidense. De este modo, el mandatario brasileño mató dos pájaros de un tiro: no ha dañado su imagen de emergente líder mundial capaz de agradar a la Casa Blanca a pesar de su talante izquierdista, y ha cumplido con su conciencia, al visitar —casi de manera protocolar— su pasado ideológico.

Pero pragmatismo político y Derechos Humanos son temas muchas veces irreconciliables, ya que estos últimos no son patrimonio de nadie.

El respeto a la libertad de expresión, pensamiento, movimiento, prensa, es, de hecho, un código universal, que no conoce de discriminaciones o favoritismos cuando de gobiernos, estados, sistemas sociopolíticos o personalidades se trata.

Nada justifica la ignorancia consciente ante la violación flagrante de tales derechos bajo pretextos de amistad, alineamiento ideológico o misiones de Estado.

Y eso es, precisamente, lo que ha hecho Lula: pasar por alto la situación represiva en la Isla; relativizar —ya que es imposible revertirlo— el marco internacional de condenas hacia el régimen de La Habana, protagonizado por igual por gobiernos de izquierda o derecha, sea en la Unión Europea, Estados Unidos o América Latina. Si para mencionar el tema de los Derechos Humanos hubiera sido necesario discutir también sobre el embargo, habría que haberlo hecho, aunque es evidente que un asunto no depende del otro.

El énfasis en otorgar a la visita de Lula un carácter exclusivamente económico-comercial, acerca al brasileño a la postura pragmática del empresariado internacional en relación con las inversiones en Cuba, basadas sobre todo en prerrogativas de "seguridad", marco sindical anulado y mano de obra en condiciones de semiesclavitud, lo que contradice totalmente el historial personal del presidente.

¿Para qué quiere entonces Brasil ser miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU? ¿Adoptar decisiones en ese nivel no es también inmiscuirse —reglamentariamente— en los asuntos internos de otros países?

Por otra parte, el mesurado tono oficial de la acogida —Lula pudo haber sido recibido en medio de una multitudinaria "marcha del pueblo combatiente"— hace pensar en la posibilidad de un acuerdo previo al más alto nivel.

En cualquier caso, si el brasileño persigue una estrategia de perfil bajo para mediar en el caso cubano, una vez más el vencedor público ha sido Castro. De tales mediaciones han salido escarmentados Juan Pablo II y Jimmy Carter, entre otros.

Una vez más, muchos cubanos han puesto sus esperanzas en el arbitraje de un líder extranjero, y es que siempre olvidamos algo: Cuba, ni siquiera para el ex sindicalista presidente brasileño, es una prioridad. El panorama nacional, tras la visita, podría resumirse en una frase: la lucha por la libertad de expresión y los Derechos Humanos en Cuba continúa como hasta ahora.

Por el momento, sólo cabe esperar y desear que al menos en el plano internacional las intervenciones del presidente brasileño —más decididas y enérgicas— contribuyan a la conformación de un mundo más justo y a un reparto más equitativo de la riqueza. Un debate al que los cubanos podremos incorporarnos cuando ciertos derechos, los más elementales, estén garantizados en la Isla.

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