www.cubaencuentro.com Martes, 18 de mayo de 2004

 
  Parte 1/4
 
Confesiones de un niño cubano
'Los progresistas que arropan a Castro practican un colonialismo perverso'. El cubano Carlos Eire, Premio Nacional del Libro de EE UU, entrevisto por Midiala Rosales.
 

El escritor cubano Carlos Eire, radicado en Estados Unidos, ganó el pasado mes de noviembre el Premio Nacional del Libro que otorga el mundo editorial norteamericano, una de las distinciones más importantes de ese país. El galardón, que se otorga desde 1950 y está dotado con 10.000 dólares, se le concedió en la categoría de no ficción, por su libro de memorias Waiting for snow in Havana: confessions of a cuban boy (Esperando a que nieve en La Habana: confesiones de un niño cubano).

Eire
Escritor Eire.

En el volumen, Eire narra cómo la radicalidad de la revolución acabó con el mundo de privilegios en el que vivía en La Habana, en el lujoso barrio de Miramar, y cómo afectó su vida la decisión de sus padres de enviarlo junto a su hermano Tony hacia Estados Unidos para ponerlos "a salvo" del régimen comunista.

Carlos, Tony y otros 14.000 niños cubanos salieron de la Isla a través de la operación conocida con el nombre de Peter Pan, probablemente el éxodo de niños más grande de la historia de la humanidad. El actualmente profesor de historia y religión en la Universidad de Yale, y con varios libros académicos publicados, conversa con Encuentro en la Red.

¿Por qué decidió finalmente contarnos su historia?

Yo nunca pensé escribir este libro. No lo tenía planificado. Pero en el verano de 2000 lo comencé y ya no pude parar. Escribí todas las noches, durante cuatro meses. Y me motivaron una serie de cosas que sucedieron ese verano, pero sobre todo el caso de Elián González, que fue el catalizador. No podía ver las noticias sin sentirme indignado. No podía leer el periódico sin agitarme y no podía vivir con el pensamiento de que lo iban a devolver.

Sé que era algo emocional, no racional. Pero para mi el niño simbolizaba la historia de todo nuestro pueblo, porque el niño no tenía autonomía para decidir, eran otros los que decidían por él. Y más que nada, lo que me molestaba era la hipocresía del gobierno cubano cuando declaraba que los niños debían estar con sus padres, cuando yo sabía que en mi caso y en el caso de los 14.000 niños que salieron de Cuba por medio de la operación Peter Pan, fue ese mismo gobierno el que impidió la reunión familiar.

Mi madre tardó tres años en reunirse conmigo y con mi hermano, porque dos veces llegó al aeropuerto con visa para salir por México y, ya casi a punto de salir el avión, la bajaban diciéndole que tenía que ceder su asiento "a alguien más importante". Así fue en dos ocasiones, hasta que logró salir la tercera vez. Entonces, yo sabía que todo aquello alrededor de Elián era una hipocresía del gobierno de Cuba.

Es sorprendente que usted haya tratado de enterrar esos recuerdos durante tantos años y que después emergieran tan nítida y rápidamente. ¿Hubo una especie de catarsis?

Hay una palabra en inglés para eso, que es cuando a uno le aflige mucho la muerte de alguien. En inglés se dice to grief. Ese tiempo en que escribí el libro, para mí fue como tener un velorio de cuatro meses, un velorio por el pasado que se murió y que nunca va a resucitar igual, de ninguna manera.

Hijo de un excéntrico juez municipal a quien le obsesionaba coleccionar arte y decía ser la encarnación del rey Luis XVI de Francia, el niño Eire tiene la primera señal del cisma que se produciría en su vida cuando un día la sirvienta de la casa le augura, amenazadora: "Muy pronto vas a perder todo esto. Muy pronto tú estarás barriendo el piso para mí".

Sin embargo, en los primeros meses el niño Eire cree que la revolución no es tan mala, después de todo —a pesar de que su película preferida, Veinte mil leguas de viaje submarino, ha sido prohibida para los menores—, porque, dado el caos del momento, algunas reglas de la estricta disciplina católica con la que sus padres lo criaban, se resquebrajan: ahora puede ir en bicicleta a la escuela, lo cual resulta mucho más divertido que ir con chofer y en cadillac. Y está feliz, porque sus padres, en su afán por apartarlo de todo lo que huela al antiguo régimen —en el Colegio La Salle, donde Carlos estudiaba anteriormente, también estudiaban los hijos de Batista—, lo han trasladado a un colegio mixto.

La diversión, sin embargo, acabará pronto. Eire, de ocho años, y su hermano mayor, de 11, son enviados solos a Estados Unidos. Allí los acogerá una familia estadounidense que se ha brindado para cuidarlos mientras llega la madre del niño. La madre piensa reunírsele próximamente, a más tardar en unas semanas. Su padre se quedará en casa, porque aquello no puede durar mucho y es necesario salvaguardar la propiedad y la colección de arte.

A punto de abordar el avión, cuando está con su hermano encerrado en la "pecera" del aeropuerto, Carlos siente el primer gran silencio de su vida y experimenta lo que él llama su primera muerte. A partir de ese día ya nada será igual.

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