"Los últimos serán los primeros". Tras la sabiduría del viejo refrán me escudo para comenzar este diálogo por el elogio final y decir de una vez lo que pienso de esta cubana altiva que se esconde en su piano, como una niña traviesa guarda sus secretos en una caja de música: Alina Brouwer Guerra es, hoy por hoy, uno de los hacedores milagrosos de la cultura cubana. Una diosa terrenal. Incansable. Amable. Moderna. Bella.
Más que pianista o compositora o cantante, más que heredera o custodia de un patrimonio artístico de pura sangre, más de lo que ella misma aceptaría en público o en privado, Alina es sencillamente la encarnación de un genio. El Teatro Obstáculo, en Miami, le ha ofrecido su escenario para que este viernes 21 de mayo, a las 9 y 30 minutos de la noche, ella y sus músicos de puntería nos regalen un concierto con todas las de la ley. Desde el palco de mi admiración sin límites, les anuncio que será sencillamente inolvidable.
En el arranque del siglo XXI, Alina, las fronteras parecen desdibujarse y no necesariamente para bien: las fronteras geográficas (también históricas) y los límites de las culturas nacionales ceden ante proyectos globálicos. En ese "ambiente"… ¿qué pasa con la música?
Por la pregunta, supongo que para ti tanto las fronteras en verdad se desdibujan, tomando como premisa un nuevo concepto que lo sintetiza: la "globalización". Yo pienso que la palabra en sí misma y el uso de este concepto pueden resultar ciertamente novedosos, mas no olvides que los términos transculturación y la transvaloración los acuñaron nuestros bisabuelos.
El proceso es natural en los seres humanos por la constante ansia que tenemos de saciar nuestra curiosidad, buscando nuevos horizontes —en el plano político, económico, religioso, y en mi caso, en el musical. Opino que la música es un lenguaje en sí mismo, una herramienta de interacción y comunicación, por lo que el concepto de "globalización" está inherentemente ligado a ella. Fernando Ortiz condicionaba la música a cuatro dimensiones bien definidas: la espacialidad, la temporalidad, la ambientalidad y la individualidad.
Un posible ejemplo de globalización lo tenemos en el estudio que hizo la norteamericana Eleonor Hague sobre Rote Hymn, una melodía de los campesinos de Tennesse. La canción era semejante a otra que recoge Cecil Sharp en su volumen de 100 English Folk Songs. Según Sharp, venía del siglo XVI, "cuando se querellaban los ingleses y los portugueses acerca del tráfico de esclavos africanos". La señorita Hague halló una canción "igual" en Portugal, y lo más curioso era que luego reapareció en cultos africanos de Brasil y de algunas islas británicas de las Antillas bajo el título de Xango. En Cuba se concluyó que también era parte de un rito lucumí, con el mismo fondo melódico y que estaba insertada en una canción de cuna del maestro Gilberto Baldes: Oguere.
Este proceso es el que experimentamos hoy día, con la mezcla y las fusiones musicales. Pienso que nada que agrade o desagrade resultará pasajero: es un hecho. Habrá nuevas maneras de hacer música, claro, porque disponemos de novedosas herramientas; sin embargo, las premisas siguen siendo las de siempre: inspiración, necesidad de conectarnos y transmitir lo que sentimos. Todo acto creativo es enriquecedor.
Por el simple hecho que se generen nuevas fusiones o maneras de hacer, no se pierde autenticidad. Siempre surgirán creadores que se remitan a géneros consagrados y otros que prefieran la experimentación, en la búsqueda constante de una sonoridad sorprendente. |
