www.cubaencuentro.com Viernes, 09 de septiembre de 2005

 
  Parte 1/5
 
«El marxismo es la última herejía del cristianismo»
Cuba, literatura e ideología en la vida de un escritor. Entrevista con Vicente Echerri.
por EMILIO ICHIKAWA MORíN, Homestead
 

Hace cuatro años que conozco a Vicente Echerri. En ese tiempo he visto a su pensamiento estallar, estructurarse y, últimamente, moderarse. Un moderarse desde sí mismo: la autoverificación es una fase inevitable de la reflexión cuando esta no representa un accidente, sino un atributo.

V. Echerri
Vicente Echerri, junto a su gato Stewart. (ORLANDO JIMÉNEZ LEAL)

Los puntos de vista de Vicente Echerri me han hecho conocer la angustia de la originalidad. No hay pregunta que no despache con un giro inesperado, con una sentencia insólita; de ahí que uno llegue, a veces, a desear lo trivial. No existe en el panorama ideológico contemporáneo una posición conservadora y antirrevolucionaria (no digo "contra") más clara; cualquiera sea el "escenario" político de nuestro futuro, una voz como la suya, convertida en fuerza política, está llamada a funcionar como contrapeso de los socialismos y liberalismos democráticos. Es necesario que, desde ahora mismo, nos acostumbremos a sentir su influjo seductor.

El odio no está de moda. Por todas partes se percibe una demagogia de la fraternidad, la tolerancia, el diálogo. Los ideólogos más violentos dicen amar con un tono bastante bobalicón. ¿Existe el odio ideal, platónico, el odio amador?

Creo que tener alguien a quien odiar es tan importante, y tan sano, como el estar enamorado. Bueno, no sé si será tan sano, en términos de salud física, tal vez nos afecte el hígado o el corazón; pero es saludable en términos de equilibrio, de madurez emocional e intelectual.

Si en tu película no hay malos, puede adivinarse un problema en tu rasero moral, diagnosticarse una amoralidad que es incapaz de hacer distingos entre el bien y el mal. Detesto ese relativismo que se da también, tal vez más que en ninguna otra parte, entre intelectuales, en el mundo académico: un escrúpulo de afirmar ciertos valores, algunas costumbres o tradiciones, en detrimento, desde luego, de otras.

De ahí que algunos digan que la mutilación genital de las mujeres en algunos países de África y entre musulmanes es una costumbre semejante a la circuncisión de los niños en Estados Unidos; y que entre el Palacio de Versalles y las chozas de los bantúes no hay más que ciertas diferencias de estilo y materiales. Ese criterio es realmente muy peligroso, porque ha servido para defender la existencia de regímenes brutales, que violan sistemáticamente los derechos humanos, con el argumento de que se trata de otra clase de sociedades.

Abomino de esas equiparaciones, así como del escrúpulo de usar términos como "inferior" y "superior", "civilización" y "barbarie", etcétera. Me parecen definiciones más claras y fáciles de aplicar hoy que cuando se acuñaron. Desde luego, tenemos la suerte —porque en esto hay mucho de azaroso— de que nosotros vivimos en la civilización, en la parte "superior" de este planeta.

Usted escribe cosas que los demás sólo se atreven a rumorear. Y publica otras que algunos escriben en espacios discretos. Eso le hace responsable y le hace enemigo(s). ¿Ha pensado exponer más extensamente esas ideas, ya sea como ensayo o como obra de ficción?

Alguna vez, si la vida me alcanza, pondré juntas muchas de estas ideas en algún ensayo, o ensayos; antes tengo que escribir otras cosas que, por pereza, he ido aplazando o que están por ahí sin terminar: no menos de tres o cuatro novelas, y algunos relatos más. El año pasado volví a trabajar en uno de esos textos y pude terminar mi primera novela: fue como quitarme un gran peso de encima. Este año espero hacer lo mismo con otra que, cercana ya a las doscientas páginas, ha estado engavetada por más de un decenio.

A la pereza se alía una sensualidad que odia el sacrificio y que opta por trabajos pseudoliterarios en procura de una degustación casi infantil: el tacto de la seda, el tenue olor a cuero de libros de preciosa encuadernación, la fragancia de ciertas colonias, el aroma de algunas frutas, la visión de algunos cuadros o de algunos paisajes. Todo eso hay que procurarlo con dinero, y el ganarlo es tiempo que le robo a la literatura.

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