www.cubaencuentro.com Viernes, 09 de septiembre de 2005

 
  Parte 2/5
 
«El marxismo es la última herejía del cristianismo»
Cuba, literatura e ideología en la vida de un escritor. Entrevista con Vicente Echerri.
por EMILIO ICHIKAWA MORíN, Homestead
 

Es imperativo, sin embargo, encontrar un equilibrio entre ambas tareas: las cosas que uno quiere realmente escribir, porque la vida te va en ello; y los placeres que quieres disfrutar, porque la vida se hace muy triste sin ellos. Hay que ganarse el pan, ya lo sabemos; pero "no tan sólo de pan vive el hombre". También hay que ganarse el caviar y el oporto.

Ese es el eterno conflicto entre el arte y la vida, en este caso, entre la vida y la literatura, del cual tanto se ha escrito. ¿Qué entiende, pues, por eso de "hacer literatura"?

Hacer literatura —y lo digo desde la experiencia de una obra muy modesta aún— es tener una mirada "literaria", una manera de percibir la realidad que, sin ser libresca, está ya contaminada por la palabra. A esto se agrega, en el caso de los escritores de ficción, la capacidad de inventar mundos y personajes. Me parece que los escritores de ficción que son incapaces de crear personajes, memorables y verosímiles, son en verdad unos castrati, unos eunucos de la palabra que se conforman con malabarismos verbales; auténticos ejercicios de pirotecnia literaria que pueden y suelen ser notables, pero que, al igual que los fuegos artificiales, no dejan otra memoria que ese deslumbramiento en que se deshacen asociados al nombre de su autor.

Pienso que el mayor fracaso que pueda tener un autor de ficción es que se le recuerde en lugar de sus personajes. Y eso, tristemente, le pasa a la mayoría de los novelistas latinoamericanos contemporáneos. Haz esta prueba, pregúntale a alguien qué obras conoce, o prefiere, de la literatura europea, y te responderá con una lista de títulos o de personajes: Madame Bovary, Los hermanos Karamasov, El rojo y el negro, Ana Karenina, El gatopardo. Son muchos más, infinitamente más, los que conocen a Sherlock Holmes que los que saben quién fue Sir Arthur Conan Doyle; para no hablar del enorme abismo que media entre el Quijote y Cervantes.

En tanto, si haces la misma pregunta sobre literatura latinoamericana te van a responder con nombres de autores: Carlos Fuentes, Vargas Llosa, García Márquez… La diferencia no es gratuita. En América Latina casi ningún escritor ha sabido fabricar personajes; ni siquiera Alejo Carpentier, que era tan buen narrador. Hay excepciones, desde luego: Villaverde, Gallegos, Jorge Isaac.

Es verdad también que hay algunos personajes de Cien años de soledad que podemos recordar (pero son insólitos en la obra de García Márquez); como también se acuerda uno de Casandra Alejandra, la protagonista de Sobre héroes y tumbas, esa extraordinaria novela de Sábato. Por eso creo que la novela latinoamericana por excelencia es La vorágine.

En América Latina el paisaje termina por devorarlo todo. Tal vez se trate de la infancia de una literatura, en que todavía la mayoría de nuestros escritores están deslumbrados por el entorno y no logran sustraerse a él.

Pero el "paisaje" de América Latina no es sólo geografía, naturaleza, es también historia, sociedad, ¿no le parece?

Claro, el entorno puede ser social, como Señor presidente, ese bodrio intragable de Asturias, o mucha de la literatura que sale hoy de Cuba, en que los personajes, por reales que parezcan, son en verdad "tipos": la jinetera, el chulo, el bisnero, el funcionario, que existen ciertamente, y uno los ha conocido; pero en muchos de estos libros se vuelven genéricos, en lugar de asumir individualidades literarias.

En Cuba hemos vuelto al costumbrismo por otros caminos, un género caricaturesco que no hemos trascendido y al que ahora se le agrega violencia, plebeyez, promiscuidad sexual, jerga soez, como aderezos para actualizarlo. He leído alguna de estas cosas con prejuicios en contra, y acaso una infortunada selección. Tal vez en medio de todos esos libros que revelan la vida cubana de hoy, haya alguno bueno —me afirma un amigo, cuyo juicio respeto, que El rey de La Habana vale la pena; quizá, pero no quiero arriesgarme a leer otra novela que tenga el nombre de La Habana en el título.

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