www.cubaencuentro.com Viernes, 09 de septiembre de 2005

 
  Parte 4/4
 
Pasiones de un horizonte existencial
Enrico Mario Santí, un sentidor de la literatura cubana y su contexto social y político, habla de su experiencia como exiliado.
por EMILIO ICHIKAWA MORíN, Homestead
 

El epílogo a Bienes… salva con simpatía y autenticidad esos riesgos que existen en toda memoria. Su "mata de aguacate(s)" puede estar ya a la altura de otros árboles literarios, como el almendro, el olivo, la caña, la palma, la yerba buena y el toronjil… ÀLo elevaría al rango de árbol de vida?, ¿dará más cosecha literaria su "aguacatero"?

Como muchos compatriotas que han pasado por el exilio, hace tiempo que escribo unas memorias. Pero como desconfío del yo romántico y siempre lo he visto —con Whitman y Neruda— como un sujeto descentrado o bien por la inspiración o por la retórica, me resisto a explayarme en el tiempo (la vida del profesor, a pesar de lo que dicen los profesores, no es interesante…).

Lo que quiero es contar la historia de mi primer año como exiliado, delimitado por dos eventos históricos: la Crisis de los Misiles (mi familia y yo salimos de Cuba el 16 de octubre de 1962, una semana antes de que Kennedy proclamara la cuarentena) y el asesinato del propio presidente, un año después. El trauma (no hay otra palabra) de ese año en mi vida me dejó recuerdos y angustias imborrables que hace tiempo requieren un exorcismo. El problema para mí ha sido cómo aligerar el tono de este relato. ¡A veces lo que me sale es un remedo de Pedro Páramo!

Bienes… se caracteriza, entre otras cosas, por contener ensayos que lindan entre la literatura y la política. Ese interés por la política resulta, hasta cierto punto, una excepción entre los académicos cubanos que se dedican a los estudios literarios. ¿Cómo enfoca este cruce?

Es cierto que algunos de mis ensayos sobre tema cubano se interesan por la política, pero agregaré enseguida que se ocupan del tema únicamente en cuanto tocan la temática intelectual y literaria o, como diría un burócrata, la "política cultural". No soy ni politólogo ni historiador, pero considero que la política, y sobre todo la moral política, y en el caso de la literatura cubana actual —que tanto abunda en el tema—, es demasiado importante para dejarla en manos de especialistas.

Entre los académicos cubanos dedicados a la literatura, en mi generación al menos, es un tabú escribir sobre política, o mezclarla con la crítica literaria: es más común un tipo "Roland Barthes" que un "Edward Said". De hecho, conozco a algunos que no sólo desdeñan el tema sino que reprochan abiertamente a aquellos que, como yo, nos ocupamos de él (uno de ellos ha llegado a decir, nada menos que sobre el Octavio Paz ensayista, que su obra está llena de "basura ideológica").

En cambio, mi opinión sobre estos colegas es distinta: lamento que no escriban sobre política, pero no los reprocho. Si escribir sobre este tema es una cuestión de conciencia, ¿cómo exigirles lo que no tienen? Aunque tal vez la situación sea aún más complicada. Muchos de ellos sí abrigan las mismas opiniones que yo enuncio, pero no las ponen por escrito por temor a que tengan una repercusión, digámoslo finamente, "profesional". Prefieren la anuencia hipócrita a la articulación racional, y sucumben a las presiones de una academia que se caracteriza por su paternalismo hacia Cuba y América Latina en general y una actitud cínica hacia su cultura. Murmuran sus opiniones, no las piensan…

Con esa complicidad hace tiempo decidí romper. Me ha costado lo que ellos no están dispuestos a pagar. Pero a cambio he ganado no sólo lectores que simpatizan con mis ideas; también una conciencia tranquila de la que, tal vez, ellos carecen.

Para finalizar, le pedimos una exégesis de una afirmación que desliza con mucho cariño en ese mismo epílogo, una hipótesis de "microidentidad": "me siento más cercano a los cariñosos orientales que a los díscolos habaneros".

Nací en Santiago de Cuba, pero me crié en La Habana. Mis recuerdos de Oriente, de donde es toda mi familia, son en cambio mucho más vivos y enternecedores que los que guardo de la capital. A lo mejor me equivoco —la memoria es porosa, dice Borges— pero en mi imaginación Oriente es una mata de aguacates, La Habana una guagua; Santiago de Cuba una sonrisa, La Habana un grito. ¿Son de la loma y cantan en llano?

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