www.cubaencuentro.com Viernes, 09 de septiembre de 2005

 
  Parte 2/4
 
'He hecho todo cuanto puede hacer un artista'
Rolando Ochoa en primera persona. Mister Televisión narra sus años de oro en los escenarios cubanos.
por EMILIO SáNCHEZ CARTAS, Miami
 

Ya formaba parte de la compañía de teatro Principal de la Comedia cuando, en 1941, Amado Trinidad me contrató para su RHC-Cadena Azul. Tuve la suerte de empezar en La Tremenda Corte. Leopoldo Fernández me llevó a ver a su autor, Cástor Vispo, que tenía su oficina en la Competidora Gaditana, en Belascoaín, y le conté acerca de los personajes que hacía: argentino, chino, gallego, catalán, gago… Allí conocí a Aníbal de Mar, Adolfo Otero, Mimí Cal, Jesús Alvariño, Luis Echegoyen y Mario Barral. Más tarde animé El show Trinidad y Hermanos, un programa de variedades.

R. Ochoa
Ochoa, en una presentación de 'Casino de la Alegría'.

Amado Trinidad era una magnífica persona. Un guajiro machazo, poco instruido pero buena gente. Con él se elevó el estándar de vida de los artistas de la radio, porque pagaba muy buenos sueldos. Recuerdo que Gaspar Pumarejo, quien acababa de irse para CMQ, quería llevarme para allá. Entonces hablo con Amado y le explico el asunto. "¡Ese no tiene frú pa' pelear conmigo! ¡No, tú no te vas de aquí nada!", me respondió. Entonces me subió el sueldo y me quedé. Pero a la larga tuve que irme: en una Navidad, junto a una carta de felicitación, me declararon cesante. Así que me fui para la CMQ.

Otros programas en los que trabajé fueron La Piquera de los Rollos, escrito por Francisco Vergara; El doctor Chapottín (con Enrique Arredondo), El Tribunal de la Alegría, Monina en el Aire y otros que ya no me acuerdo. ¡Eran tantos! Había otro programa de los años cincuenta, escrito por Arturo Liendo, Perico Trastrueque. Una locura: ¡Perico hablaba al revés! También hice el Gaucho Kresto, de María Julia Casanova. Era un programa detrás del otro.

La angelical Minín Bujones

Recuerdo especialmente a Minín y Rolando, que fue muy popular. Muchas veces Liendo escribía el libreto en el mismo estudio: mientras nosotros leíamos la primera página, él escribía la segunda, y entonces teníamos que alargar el libreto. Minín Bujones era angelical. ¡Qué linda, qué buena! Nunca hablaba mal de nadie; respetaba y quería a todos los artistas.

Una vez me dice: "¡Ay, Rolando, no puedo hacer el programa de hoy porque me han puesto a hacer de china y no lo sé hacer!". "¿Cómo que no sabes? Tú lo vas a hacer", le dije. Entonces tomé su libreto y se lo traduje al "chino". ¿Y tú puedes creer que lo cogió enseguida y lo hizo muy bien? Ella hacía un papel de gallega, junto a Lolita Berrio, mi cuñada, que era un tiro. En 1948, trabajé en Chan Li Po, de Félix B. Caignet. Yo hacía Fu Chi Lan, un chinito alegre, como de la calle Zanja.

¡Caignet era gusano, chico!

Le tengo una enorme admiración a Caignet. Aquí en Miami algunos lo consideran comunista porque en sus obras defendía a la gente pobre y se quedó en Cuba. ¡Qué comunista de qué! ÁCaignet era gusano, chico! Yo vivía en Boca Ciega y él en Santa María del Mar, y me lo encontraba en el supermercado de Tarará. Ya Fidel Castro estaba en el poder, y Caignet me comentaba: "Rolando, ¡qué pena me dan estos señores! Pobrecitos: siembran una cosa y no se les da; siembran otra cosa y tampoco se les da. Sin embargo, han recogido una cosecha divina del odio que han sembrado".

Otro día me ve y me dice: "¿Tú has visto, Rolando? Esta gente llama a esto 'Consolidado de la madera', 'Consolidado de la otra cosa'. Tendría que llamarse 'sin-solidado', Áporque no hay de nada!". Una vez le regalé una silla antigua, hecha de cordeles, que encontré perdida en una mueblería. Oye, se echó a  llorar y me decía: "¡Ay, Rolando, me has traído una silla preciosa!". El pobre, cará.

A mediados de los años cuarenta comencé a animar el famoso cabaret Sans Souci, que estaba en Marianao. En ese tiempo apenas dormía: llegaba a la casa a las cinco de la mañana. Era un desfile de estrellas: Celia Cruz, María Luisa Chorens, Ana Gloria y Rolando, Rocío y Antonio…

Tenía que hacer la presentación en inglés y español. Como no sabía inglés —todavía no lo sé—, me transcribían la fonética y me aprendía de memoria los textos. Los norteamericanos venían a hablar conmigo, y yo les decía que ¡de eso nada! Recuerdo que una noche se le rompió la zapatilla a una bailarina, Marta Anita. La orquesta dejó de tocar y entonces tomé el micrófono y dije: "Ladies and gentlemen. Sorry. Marta Anita. Zapatilla. Crash!". Y todos entendieron.

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