www.cubaencuentro.com Viernes, 09 de septiembre de 2005

 
  Parte 1/4
 
El enfant terrible del micrófono
'Los revolucionarios cubanos son profundamente burgueses y los intelectuales confunden el rigor con la solemnidad', confiesa el periodista Camilo Egaña.
por IVETTE LEYVA MARTíNEZ, Miami
 

Camilo Egaña, el periodista y presentador más sobresaliente de la radio y la televisión cubanas de la década del noventa, tiene hoy una presencia discreta en los medios de Miami. Cada día conduce, a las seis y a las once y media, los noticieros matutinos del Canal 51 de la cadena Telemundo, dándoles un toque característico de frescura.

Camilo Egaña
Camilo Egaña, en el Canal 51 de Miami. (c) Joel Valdés.

Al hombre a quien la controversia seguía como una sombra en la Isla, no se le ve en reuniones de la farándula ni de la intelectualidad cubana de Miami. Se transformó en José Camilo, un conductor de televisión desenfadado, pero sin el desenfreno verbal del Camilo Egaña de El sonido de la ciudad o Frente a Frente. La metamorfosis incluyó eliminar sus característicos bigote y la barba —"fue como una radical de mama, confiesa"—, y, siguiendo las reglas del juego, adoptar cierta pose de distanciamiento con el público.

Pero en nuestro encuentro en los cafés de Coral Gables, trasladándonos de un sitio a otro mientras nos cerraban las puertas en una tarde implacablemente lluviosa, Camilo Egaña demostró que sigue siendo el mismo que conocimos hace casi 10 años: hiperactivo, locuaz, simpático, ocurrente, siempre con una frase polémica en la punta de la lengua. Con cariño y un poco de nostalgia recordó, en una "sesión de terapia", su paso por la radio que "Carlos Aldana me enseñó a hacer con sus presiones" y la televisión cubanas, y demostró sus dotes de comunicador excepcional, aun ante una audiencia mínima.

¿Notas mucha diferencia entre el público de Cuba y el de Miami?

La gente de Cuba me aborda con un sentido más de tribu. Los que vinieron hace poco ven en el hecho de que a uno le vaya bien un paradigma del éxito que podemos tener. Los de acá tienen otros valores socio-culturales que no critico, pero son diferentes. Se fijan en cosas en las que la gente que viene de Cuba no se fija tanto. Con ellos sientes que no puedes ser tan expansivo, tan extrovertido. De pronto las cosas que dices pueden tener otra resonancia que no te imaginas.

Aquí se trabaja para mandar un eco, más que una voz. Para vender una imagen preconcebida, en mi caso de "cubanazo", un poquito trasgresor y liberal. Hay leyes no escritas de la televisión comercial para los presentadores, como por ejemplo, no respondas emails ni teléfonos. Tienes que entrar en este mundo, y de pronto alguien que trabaja en los periódicos te dice: "Quiero ver cómo está decorada tu casa".

¿Por qué te decidiste a ejercer el periodismo si te graduaste de Filología en la Universidad de La Habana?

A los 12 años tuve un maestro de esos que llamaban "Makarenko" que me enseñó la pirámide invertida y me fascinó. Pero el periodismo era una de las carreras más malas, desde el punto de vista del currículo. (El profesor y novelista) Daniel Chavarría me recomendó que hiciera Filología, por el bagaje cultural. Pasé las de Caín con el latín y la gramática, pero por suerte estaban gente como Luisa Campuzano y Guillermo Rodríguez Rivera, que me apoyaron, cuando, por ejemplo, me trataron de botar en cuarto año. En la clase de Teatro Isabelino, que daba Mario Rodríguez Alemán, abrí la puerta y dije: 'Me cago en la madre de todos los militantes de la juventud'.

¿Y eso por qué?

Un grupo de cafres, la mayoría militantes de la juventud comunista, querían culpar a Salvador Redonet, que daba Investigación Crítico Literaria, de sus malas notas. Hicieron una reunión, en la que me defendieron el claustro de profesores y mi mujer (Laura Rey). Yo estaba aterrorizado. Por suerte mis calificaciones no eran malas. Yo tenía opiniones muy críticas, había venido de la guerra de Angola y el país que me encontré no me gustó.

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