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Encuentro en la red - Diario independiente de asuntos cubanos
Miércoles, 14 de septiembre de 2005
 
Entrevistas
 
Conversación con Ignacio Vidal-Folch
En su novela 'Turistas del ideal', el escritor catalán se burla despiadadamente de la 'beatitud izquierdista' y de la pereza mental de ciertos progresistas.
por JUAN ABREU, Barcelona
 

Ignacio Vidal-Folch (Barcelona, 1956), escritor y periodista; autor de libros de relatos como El arte no paga y Amigos que no he vuelto a ver, y de novelas como La cabeza de plástico, acaba de publicar Turistas del ideal (Destino, 2005). El siguiente diálogo tuvo lugar en el Café Kafka, nombre literario donde los haya para un café, en pleno Eixample barcelonés. Afuera, una de esas tardes soleadas, pulposas de la ciudad condal.

A mi la novela me pareció una sátira deliciosa, feroz, de los famosos compañeros de viaje de las dictaduras de izquierda, esos "turistas del ideal" que dan título a la obra. Hacía tiempo que no me reía tanto con un libro. La literatura española contemporánea tiende a ser grave, ampulosa y doméstica, en el mejor de los casos, así que se agradece esta convocatoria a la carcajada, a la mofa, a lo iconoclástico. ¿Qué importancia tiene para usted el humor en la literatura en general, y en esta novela en particular?

Algunos autores que me gustan mucho carecen por completo de humor. Por ejemplo, Julien Gracq. Pero en general quien bromea, demuestra que no es un pretencioso, y eso ya es signo de inteligencia. Eso ya es algo a su favor, ¿no? Sí, porque el humor es como un estado de vigilancia sobre uno mismo y sobre el mundo en general. Es una forma de relatividad. Claro que hay un humor tontorrón que asiente y celebra, que no discute, pero en general lo que hace el chiste es socavar las convenciones, lingüísticas, sociales, etcétera.

Yo cuando me tomo algo demasiado en serio me repito en voz baja unos versos baratos: "Veracruz no es Vera Cruz; Santo Domingo no es Santo; ni Puerto Rico tan rico —pa' que lo veneren tanto". Mi primer libro era muy humorístico porque temía aburrir al lector. Con grandes despropósitos y chistes me parecía que por lo menos lo podía entretener… Y así…

Los personajes de Augusto, el escritor portugués ególatra y demagogo; Colores, el cantautor cocainómano y borrachín, y Vigil, el autor de novelas policíacas refritos de Chandler y amante de las delicadezas de la vida burguesa, resultan muy fáciles de reconocer. ¿Son representativos de esa actitud oportunista, hipócrita, de algunos intelectuales de izquierda que hacen carrera con la defensa de sistemas políticos bajo los cuales jamás aceptarían vivir?

Vienen a encarnar tres generaciones de intelectuales; el más viejo es un hombre de mediado el siglo XX, cuando la cultura era importante, decisiva, cuando una novela era un acontecimiento. Augusto aún cree en la trascendencia de lo que hace para la salvación del planeta y se desespera al ver que nadie le toma de verdad en serio.

El segundo, Vigil, de media edad, ya es un cínico contemporáneo, pero aún no lo sabe. Él sigue convencido de que con sus artículos en la prensa y sus novelas cumple una tarea histórica. Ambos vienen de la lucha contra los tiranos, Franco, Salazar. Tienen una vida interior conflictiva, todavía perciben y les duelen las contradicciones entre sus ideales y la vida convencional que llevan. En cambio, el tercero, el cantautor Colores, ya pertenece al mundo contemporáneo, democrático. Es un rufián satisfecho, un idiota feliz.

Abundando en la cuestión. Alguien ha calificado esta actitud como una "forma perversa de racismo". Porque estos intelectuales ven justificables, para otros, faltas de libertad y ausencia de derechos civiles y humanos que nunca aceptarían para sí mismos. Es como decir, bueno, para estos indios está bien eso, pero para nosotros, europeos, blancos, no es aceptable…

Claro, por eso en la novela uno de los rompeolas de esas contradicciones es Cuba. La simpatía, la complicidad de esos tres intelectuales prototípicos con un régimen que les parecería abominable si lo tuvieran que sufrir en su país, pero que como destino turístico es formidable, responde a la mentalidad claramente colonial de muchos artistas e intelectuales españoles que aún no se han enterado, o no se han querido dar por enterados, de lo que ha supuesto esa malhadada "revolución" para los que la sufren. No sé si es que están ciegos o es que son tontos. O algo peor.

La novela tiene como blanco fundamental el ya difunto movimiento zapatista del subcomandante Marcos, que en su momento consiguió que tantos intelectuales izquierdistas hicieran el ridículo…

Yo he leído bastante sobre Marcos y en realidad no me he formado una opinión clara sobre él. En principio, alguien que se alza en armas no me cae simpático, aunque a lo mejor tenga razones de peso para ponerse a pegar tiros y jugarse la vida de otros. En esa revolución murió mucha gente, y… Oye, aquí muchos tribunos tuvieron su opinión formada de inmediato, sin necesidad de salir de sus piscinas. Dicho así te sonará a demagogia, pero es que nuestro mundillo intelectual ya es parodia de sí mismo, se adapta a sus propios estereotipos que da gusto.

¿A quién cree que tiende lazos espirituales su novela? ¿Swift, Orwell, Rabelais?

Ojalá. Pero creo que está más en la línea de alguna comedia negra de Ballard. Es más costumbrista y menos apocalíptica.

Independientemente de lo que se haya propuesto denunciar o desnudar al escribir Turistas del ideal, la novela es espléndida desde el punto de vista que importa: el de la escritura. La prosa es escueta pero rica, la estructura dinámica, el ritmo ágil, y el lenguaje alcanza en ocasiones una gran musicalidad. Hay una madurez en el uso del idioma, en mi opinión, respecto a sus libros anteriores…

Siempre lo que quiero es ser ameno, ser preciso y ser claro. Este es un libro más ideológico y a la vez más pegado a la realidad que los otros, porque lo he escrito en respuesta y burla de actitudes que me irritaban y que no veía contestadas por otras plumas. Me refiero a esa beatitud izquierdista, a cierto bonismo, ciertas ideas a priori repetidas mil veces y nunca cuestionadas; esa pereza mental, esa autoindulgencia que padecen tantos progresistas entre nosotros que, parafraseando a San Agustín, parecen decirse: "Ama al pueblo y haz lo que quieras". Y esa vanidad injustificada de tantos colegas…

También es un libro escrito con más frialdad que los demás, con más cálculo. La ilusión juvenil por escribir ya la he perdido, pero sigo, para evitar males mayores. En realidad lo que me gusta es leer, es más placentero y descansado, pero el escritor que no escribe es infeliz.

Las conversaciones entre Vigil y su agente literaria no tienen desperdicio. El capítulo ocho, en el que los "turistas del ideal" chacharean, mientras beben espirituosas bebidas a prudente distancia de la turba protagonista de la Historia, es desternillante. Los personajes tienen una enorme autenticidad. ¿Ha sufrido personalmente a gente así, por eso los conoce tan bien? O se limita a imaginarlos…

Los vivo cada día. Soy uno de ellos. Desde que se establecieron los derechos de autor, el intelectual perdió la posibilidad de un destino tipo Verlaine. El escritor ya es un negociante al detall. Creo que precisamente Rimbaud, que era tan preclaro y vidente, lo entendió el primero. Puestos a hacer negocios, se dijo, hagámoslos en serio. Y se puso a traficar con armas. Era coherente. Pero otros, en cambio, quieren los beneficios de la venta de armas, y a la vez disfrutar del sentimiento de su bondad infinita, y quieren que se reconozca lo admirable de su sacrificio por la comunidad… Y claro, todo no puede ser.

¿Qué opinión le merece la narrativa española contemporánea? ¿Cómo ve su novela en ese panorama?

Yo leo libros antiguos, clásicos, y leo también libros de historia, pero novela de ahora no. Creo que la literatura ha dejado de ser un campo donde se trataban cosas decisivas. O quizás simplemente la pátina del tiempo parece que le da importancia y valor a los libros antiguos. O sea, que a mis contemporáneos no los leo, salvo lo que escriben algunos amigos.

Es que siento que los escritores españoles se me parecen, que piensan y sienten de un modo demasiado parecido al mío, y que hablan de experiencias prosaicas, sin misterio, que son las que ya conozco. Con ellos no tengo la sensación tan agradable de meterme en terrenos desconocidos. Quizá me estoy perdiendo algo bueno. Quizá ahora se está escribiendo la mejor prosa de todos los tiempos y no me entero. Eso se sabrá dentro de cincuenta años.

Sobre Turistas del ideal pende un hálito trágico, un descreimiento a propósito de la capacidad de los seres humanos para elegir el bien. De hecho, el desenlace de la trama no puede ser más cáustico. No se avizora grandeza por ninguna parte… Me equivoco, o no es muy optimista acerca del destino de la especie, acerca de su capacidad de redención. ¿Cuál es el papel, si tiene alguno, de la literatura en la llamada vida real?

Sin literatura, la vida sería mucho peor. Quizás sería insoportable. El arte se inventó porque la vida era claramente insuficiente. Vivimos en continua representación. Todo el mundo se pasa el tiempo mirando la tele, viendo películas, haciendo películas con su propia vida, porque tal como es, sin maquillaje, es algo aterrador. Y algunos afortunados nos la pasamos leyendo, y leyendo y escribiendo, corrigiendo al supremo hacedor.

Turistas del ideal es la primera novela de una trilogía…

Turistas… es la primera de tres novelas sobre la España contemporánea. Son disímiles de tono, de longitud, así que la palabra "trilogía" me parece que le queda muy grande al proyecto. La segunda novela, ya acabada, trata el tema del nacionalismo catalán, con una línea argumental trágica, espero que el lector llore. Y la tercera trata de la gente de derechas, quizá de los negocios, del edificio Windsor que ha ardido tan misteriosamente en Madrid…

Por último, hace poco se publicó otro de esos documentos de apoyo a la dictadura cubana, firmado por numerosos intelectuales y artistas españoles. ¿Qué piensa sobre algo así?

Yo a veces me pregunto si mis sarcasmos no son exagerados, si no soy injusto, severo como un clérigo. Debería comprender más y juzgar menos. Luego leo una de esas cartas de apoyo a Castro firmada por gente que se considera progresista, o esa entrevista en la prensa de la Isla donde una escritora española se quejaba, en La Habana, de la supuesta falta de libertad de expresión que hay en España, y entonces pienso que me he quedado corto.

 
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