www.cubaencuentro.com Miércoles, 14 de septiembre de 2005

 
  Parte 3/4
 
El enfant terrible del micrófono
'Los revolucionarios cubanos son profundamente burgueses y los intelectuales confunden el rigor con la solemnidad', confiesa el periodista Camilo Egaña.
por IVETTE LEYVA MARTíNEZ, Miami
 

Al principio nos entraban llamadas muy melosas. Llegaban cartas con vellos púbicos y labios marcados, las niñas nos esperaban abajo del edificio. El programa (El Sonido de la Ciudad) se convirtió en algo muy rosa. Por ejemplo, llamaba alguien diciendo: "Ay, que día más malo he tenido, Camilo". Y yo le decía: "Bueno, date un baño caliente oyendo este disco que te voy a poner". Inventé que había mucho glamour, que teníamos una vista privilegiada de la ciudad cuando en realidad estábamos en un cajón, no se veía la calle. Decía que yo tenía linterna y hacía señales a la gente de los otros edificios, y que ellos me respondían. Creamos un mundo de calidez que la gente no tenía.

¿Qué programas recuerdas con más cariño?

Una emisión de dos horas sobre la importancia de decir "No" en la vida, y una semana dedicada a Manuel Fraga (presidente de la Junta de Galicia, en España), quien estaba de visita en Cuba y se encontró con Fidel Castro; a decir quién era, que fue ministro de Turismo cuando la dictadura de Francisco Franco, a contar cómo jodió a (el cantautor Luis Eduardo) Aute, cómo le tapaba las tetas a los posters de Marilyn Monroe.

Ahí me llegaron los hombres de guayabera y me llevaron al DOR (Departamento de Orientación Revolucionaria del Comité Central del Partido). Casi nos llamaban (del DOR) un día sí y uno no. Tuve encontronazos muy fuertes con (Carlos) Aldana, (entonces jefe del Departamento Ideológico del Comité Central). En esa época me gustaba epatar, porque creo que en el fondo los revolucionarios cubanos son profundamente burgueses.

¿Qué te aportó Radio Ciudad de La Habana, y cómo se acabó esa época de tu vida?

Aprendí a amar la radio y descubrí a María Teresa Vera, a Sindo Garay, a grandes de la cultura cubana, a quienes antes no les prestaba atención. Exploté porque critiqué un juicio a (el ex presidente de la República Democrática Alemana) Erich Honecker, dije que no era justo porque lo juzgaban sus propias víctimas.

Me llamaron de la oficina de Raúl Castro, porque los de la RDA ya no eran nuestros amigos. Me botaron en las navidades del 92, ya no era "confiable políticamente". Salí a una beca en España. Madrid me pareció la ciudad más triste del mundo. Llegué a las ocho de la mañana y ya a las ocho de la noche me quería ir. Me volví adicto a la Coca Cola, no dormía…

Eran las primeras navidades de mi vida, y me daban ganas de llorar nada más de ver a la gente en los parques, a las parejas con niños. Descubrí que la gente de mi edad tenía planes con su vida. En el 94 regresé —aunque mi mujer estuvo una hora en el teléfono pidiéndome que no volviera—, y no me dejaron trabajar. Me desequilibré. Perdí la capacidad de concentrarme, no podía leer. Me trató un psiquiatra eminente, el doctor Valdés Mier.

Al año alguien intercedió por mí, y me pagaron un sueldo de 118 pesos por hacer el noticiero de la madrugada del canal (por cable) Cubavisión Internacional. Un día una colega me dijo de nuevo que yo no era "confiable". Hablé con el director provincial de radio en La Habana, lo convencí, y me dejaron regresar a RCH como director de programación, pero no podía acercarme al micrófono. En ese ínterin me llamaron de Radio Taíno e hice el programa más frívolo de mi vida, De mañana.

¿El menos conflictivo también?

También hubo algunos problemas. Una vez me puse "Camilex Egañex", porque dije: "Caballero, para levantar cabeza hay que llamarse así", refiriéndome al boom de las corporaciones, como Cimex y Habaguanex.

Dejé el programa durante un año, que me pasé en México, y luego lo retomé. Traje 16 horas de entrevistas, a gente como Pimpinella, Paulina Rubio, Lucero. Ahí empezaron a decirme que me había "vendido", pero no decían a quién. Fue como una especie de reivindicación a través de la frivolidad. Me abrieron fuego por frívolo, decían que lo hacía para provocar.

La intelligentsia cubana es tan provinciana e inorgánica. Los intelectuales confunden el rigor con la solemnidad, son muy acomplejados, creen que el mundo comienza y termina en la UNEAC, por eso son tan aburridos.

Antes de irme a México me llamó la dirección del ICRT y me dijeron que iban a grabar un programa que no saldría en Cuba, que era para captar divisas, y así fue como hice La noche se mueve, con Joel Valdés y Rudy Mora. Era una aventura: había que devolverle las butacas al restaurante La Maison antes de las ocho de la noche, Joel consiguió el travelling del dolly back cambiándolo por ron y tinas de helado. Todo fue con audio directo, no hubo playback, y pasaron los más grandes del mundo artístico en la Isla, excepto Silvio Rodríguez, a quien no invité, y Alicia Alonso, que no quiso ir. Fue el mejor programa del año, salieron 20 en total. Yo estaba en México cuando me enteré que había salido en Cuba.

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