www.cubaencuentro.com Viernes, 28 de octubre de 2005

 
  Parte 1/3
 
Conversación con Ignacio Vidal-Folch
En su novela 'Turistas del ideal', el escritor catalán se burla despiadadamente de la 'beatitud izquierdista' y de la pereza mental de ciertos progresistas.
por JUAN ABREU, Barcelona
 

Ignacio Vidal-Folch (Barcelona, 1956), escritor y periodista; autor de libros de relatos como El arte no paga y Amigos que no he vuelto a ver, y de novelas como La cabeza de plástico, acaba de publicar Turistas del ideal (Destino, 2005). El siguiente diálogo tuvo lugar en el Café Kafka, nombre literario donde los haya para un café, en pleno Eixample barcelonés. Afuera, una de esas tardes soleadas, pulposas de la ciudad condal.

I. Vidal
Ignacio Vidal-Folch. (GREGORI CIVERA)

A mi la novela me pareció una sátira deliciosa, feroz, de los famosos compañeros de viaje de las dictaduras de izquierda, esos "turistas del ideal" que dan título a la obra. Hacía tiempo que no me reía tanto con un libro. La literatura española contemporánea tiende a ser grave, ampulosa y doméstica, en el mejor de los casos, así que se agradece esta convocatoria a la carcajada, a la mofa, a lo iconoclástico. ¿Qué importancia tiene para usted el humor en la literatura en general, y en esta novela en particular?

Algunos autores que me gustan mucho carecen por completo de humor. Por ejemplo, Julien Gracq. Pero en general quien bromea, demuestra que no es un pretencioso, y eso ya es signo de inteligencia. Eso ya es algo a su favor, ¿no? Sí, porque el humor es como un estado de vigilancia sobre uno mismo y sobre el mundo en general. Es una forma de relatividad. Claro que hay un humor tontorrón que asiente y celebra, que no discute, pero en general lo que hace el chiste es socavar las convenciones, lingüísticas, sociales, etcétera.

Yo cuando me tomo algo demasiado en serio me repito en voz baja unos versos baratos: "Veracruz no es Vera Cruz; Santo Domingo no es Santo; ni Puerto Rico tan rico —pa' que lo veneren tanto". Mi primer libro era muy humorístico porque temía aburrir al lector. Con grandes despropósitos y chistes me parecía que por lo menos lo podía entretener… Y así…

Los personajes de Augusto, el escritor portugués ególatra y demagogo; Colores, el cantautor cocainómano y borrachín, y Vigil, el autor de novelas policíacas refritos de Chandler y amante de las delicadezas de la vida burguesa, resultan muy fáciles de reconocer. ¿Son representativos de esa actitud oportunista, hipócrita, de algunos intelectuales de izquierda que hacen carrera con la defensa de sistemas políticos bajo los cuales jamás aceptarían vivir?

Vienen a encarnar tres generaciones de intelectuales; el más viejo es un hombre de mediado el siglo XX, cuando la cultura era importante, decisiva, cuando una novela era un acontecimiento. Augusto aún cree en la trascendencia de lo que hace para la salvación del planeta y se desespera al ver que nadie le toma de verdad en serio.

El segundo, Vigil, de media edad, ya es un cínico contemporáneo, pero aún no lo sabe. Él sigue convencido de que con sus artículos en la prensa y sus novelas cumple una tarea histórica. Ambos vienen de la lucha contra los tiranos, Franco, Salazar. Tienen una vida interior conflictiva, todavía perciben y les duelen las contradicciones entre sus ideales y la vida convencional que llevan. En cambio, el tercero, el cantautor Colores, ya pertenece al mundo contemporáneo, democrático. Es un rufián satisfecho, un idiota feliz.

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