Presentación  
Imagenes

















 
Presentación  
 
 

Niels Moleiro posee un pacto con la memoria, un trato con el pasado que le obliga a tratar con el recuerdo perenne, una estrategia que le advierte del peligro de la amnesia involuntaria. Eso parece traducir su más reciente producción artística: Para no olvidar.

Un repaso breve a la poética de este artista conduciría a aquella serie inicial de fotografías, que pudo apreciarse en el año 2002, en la que fuese su primera exposición personal: Extraños muñecos que la vida coloca.

Entonces, las imágenes que emergían de la lente de Moleiro reconstruían el perímetro de escenografías casi surreales, en las que los protagonistas eran maltrechos espantapájaros desperdigados por sitios muchas veces inhóspitos. En ocasiones, la figura solitaria del espantapájaros traía la remembranza infantil del personaje del Mago de Oz, humanizado tras la apariencia de la cabeza de paja seca; pues las poses de las figuras transpiraban sentimientos y sensaciones de vitalidad que traicionaban la existencia del personaje como simple objeto de uso.

Tras aquellos muñecos extrañamente ubicados en circunstancias por la vida cotidiana, Moleiro regalaba la metáfora de la arbitrariedad que se esconde tras los pasos y el destino del ser humano, muchas veces atado a los hilos del azar como una marioneta sin control ni libre albedrío.

Así, Para no olvidar, con sus últimos trabajos, es un conjunto de imágenes claustrofóbicas que ponen en primer plano objetos que simbolizan la condición de encierro a la que en múltiples oportunidades se ve confinado el ser humano, deliberada o involuntariamente. Rejas, candados, cadenas, son motivos magnificados por el artista en esa geografía de la reclusión que traza la serie de lienzos. No serán ajenas lecturas con connotaciones políticas que aluden al contexto cubano.

El tormento del aislamiento y el recogimiento dentro de las fronteras nacionales, el tener que pactar y tramitar con el Poder cualquier tipo de movimiento que trascienda los márgenes territoriales cubanos, se ha convertido para los habitantes-confinados de la Isla en la espada de Damocles de varias generaciones replegadas al ostracismo.

Podría incluso asociarse la iconografía carcelaria de Moleiro a condiciones ontológicas de la insularidad. La Isla como ente cartográfico es un espacio natural abierto a los trayectos del viaje y, al mismo tiempo, rodeado de muros líquidos que en el caso de Cuba han sido testigos de miles de actos escapistas en pro de la utopía de la libertad. Cientos de Ícaros han perecido en el intento de evadirse del laberinto, ahora reconstruido por este artista a través del registro paranoico de visiones sobre el cerco.

Lo curioso es que esas imágenes de artefactos propios de la mitología carcelaria forman parte de la visualidad diaria del cubano, que en medio de la precariedad se inventa modos de exacerbar sus mecanismos de protección.

Porque la dualidad es algo que no falta a los métodos de enclaustramiento: el mostrar cómo se nos impide trascender fronteras, y cómo se les imposibilita a otros acceder a nuestros predios. Por una parte, se trata de la protección del Poder, y en otro sentido, de nuestra propia interpretación de la subsistencia y amparo.

Suset Sánchez