www.cubaencuentro.com Jueves, 20 de marzo de 2003

 
  Parte 1/2
 
Qué falta hace un elefante
No hay escape. No se puede. Eso no está establecido... Toda hazaña es posible mientras no entre en juego la pandemia de la burocracia.
por JOSé H. FERNáNDEZ, La Habana
 

Nadie ha podido averiguar cómo se las arregló el elefante para seducir a la hormiga. Es otro de los grandes enigmas del universo. Pero hay dos detalles que facilitan su comprensión. Primero, se sabe que esta conquista representa una de las mayores pruebas de eficiencia de que haya tenido noticias el hombre. Segundo, y como hubo eficiencia, es de suponer que en la estrategia del elefante no mediaran para nada los mecanismos burocráticos.

Elefante

¿Y quién lo duda? Toda hazaña es posible mientras no entre en juego esa pandemia infernal que es la burocracia.

Los gobiernos totalitarios siempre lo han tenido presente. No en balde sus acciones, basadas precisamente en la inacción, la inmovilidad de ideas, el hibernatus de los planes, se inician entre cuños, vistos buenos y apertura de expedientes, aunque al final sea una sola boca la que ordena y manda.

Casi un siglo de historia demuestra que en la burocracia está fundamentada toda la cultura del totalitarismo. Sería para reír si no constituyera una de las mayores tragedias sufridas por el hombre ¿moderno?

Por suerte, digámoslo así, a Cuba no le toca más que la mitad de ese casi siglo. Claro que los burócratas no suelen perder ni un segundo cuando se trata de imponer su maestría en la pérdida de tiempo. De modo que aunque sólo hayan asistido al nacimiento de tres generaciones, la gente de aquí ya lleva cuño hasta en el flujo sanguíneo.  

En los noventa se pensó que con el dólar, los turistas, las empresas de afuera y otras flores, la burocracia se vería obligada por lo menos a cambiar su cuero, como el jubo. Pero el quid no estaba en lo nuevo que venía sino en lo viejo que debió salir. Así que lejos de poner en aprietos a esta fauna, la llamada apertura económica le amplió el perfil. Y oh milagro, de aquel choque entre dos sistemas, dos visiones opuestas, excluyentes, los burócratas se alzaron convertidos en burrócrasos, que es la misma aberración, pero con gerencias, con uniformes limpios, con teléfonos móviles, y con un craso error de cálculo como premio agregado.

No obstante, algún progreso trajo este burrócraso a la Isla. Es justo que se diga y hasta que se cuantifique su aporte. Ahora ya no precisan de burós para ejercer la burrocrasis. Lo mismo operan detrás de una vidriera, que de pie y a la carta en un restaurante. Igual les da trabarle el paraguas al cliente mediante la línea telefónica que desatenderlo sobre ruedas, es decir, desde sus automóviles, porque el tiempo es dólar.

En 17 y M, en el Vedado, hay un restaurante estatal que bien podría llamarse Las Tres Pifias. Allí el bistec no está sujeto a precios fijos. Lo cobran según su peso. La primera pifia se comete al revisar la carta, pues en el apartado donde se relacionan los precios, el comensal lee, por ejemplo, "Bistec de palomilla: un dólar con veinte centavos". Convencido de que no hay otro lugar sobre la tierra donde pueda comerlo más barato, ordena que le sirvan cuatro. Entonces se entera de que la cifra reflejada en la carta indica no el precio total, sino lo que vale cada onza del bistec. Una vez devuelto a la realidad, el comensal decide pedir un bistec de cuatro onzas, para que no le salga demasiado caro. Pifia número dos. ¿Cómo podría estar seguro de que su bistec tiene realmente el peso por el cual paga? Sin embargo, tal vez se trate de un comensal muy previsor que lleva una balanza en el bolsillo. Y se dispone a pesar su bistec. Pifia número tres. El cocinero lo pesó crudo, así que una vez elaborado el bistec no pesa ya su peso "real". No hay escape para el comensal. En el restaurante Las Tres Pifias la burrocrasis no tiene buró pero anda con la guardia en alto.

En la entrada principal de La Casa Pérez, nombre antiguo de una tienda (hoy shopping), de la calle Neptuno, hay un guardián (CVP) para impedirle al visitante que entre y salga por la misma puerta, aun cuando únicamente esté de paso y no haya comprado nada. A quien desobedezca sus órdenes se le puede complicar el día en una cuarta de tierra. Y si alguien considera que se trata de un caso raro, debe saber que en la mayoría de las shopping habaneras sucede lo mismo. Una persona estaciona su automóvil o su bicicleta en la calle Galeano y entra a La Época por la puerta principal, pero luego está obligada a salir de la tienda por Neptuno y caminar dos cuadras en busca del parqueo. Es la práctica ordinaria.

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