www.cubaencuentro.com Jueves, 20 de marzo de 2003

 
  Parte 1/3
 
Carta a Ana Lassalle
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Dramática, antipitúsica y tijeretera Ana Lassalle:

Nadie sabe en qué oleada de reconcomio puso usted sus combativos pieses en la Isla. ¿Qué día de qué año? No está claro. Tal vez algún empleado del aeropuerto, de aquel tiempo remoto, exprimiéndose la soya, tenga una nebulosa imagen suya, incorporándose al raro ambiente de palmeras, con su pequeña maleta de exiliada. Claro que en aquellos superados años de subdesarrollo, las máquinas de rayos X eran como de palo, porque mire que no detectar la cantidad de hoces y martillos que traía usted encima, cará. Tal vez se los hubiera tragado, y ahí sí es difícil detectar la media tonelada de metal moscovita que le había usted adjuntado a su hispano esqueleto. O llegó montada en brioso navío, y en la aduana, de elefante para abajo, dejaban pasar cualquier cosa, con leve y entusiasta soborno de por medio, pues aquella era una sociedad muy corrompida, o al menos así aparece en todos los libros. Era tan corrompida que siempre miro a mi padre con un poco de sospecha, aunque creo que después de tanto tiempo se le ha pasado el contagio, si ya no recuerda ni el chorizo. Entonces la sospecha se transforma en lástima.

La cosa en sí es que pisó territorio nacional. Ya cuando la conocí, primero por la televisión y más tarde por referencias, comprendí que era usted española. No sé exactamente por qué me dio el pálpito. Luego alguien, creo que fue mi vieja, me habló de la Guerra Civil de su país, del Madrid aquel del "No pasarán", y del franquismo. Ella era una madre un poco como las que usted perpetraba por televisión. Para mí ella era lo máximo aunque sin llegar a Gorki; se apeaba en otra ciudad soviética. Me habló tan francamente de la causa que le hizo espantar la guanaja de España, que mejoró mucho mi castellano, y de ñapa, esa franquicia me ayudó a atar cabos con su persona. Luego yo la compensaba, ayudándola a recogerlos. Hacíamos una abundante cosecha para construir aquellos cigarros Tupamaros, y ella era levemente feliz echando humo. No sé si por lo candente que estaba la situación ya, aunque yo no me daba cuenta, atareado como andaba en el esfuerzo por compensarla y consumir toda la leche posible antes de que se extinguiera el calcio cuando cumpliera siete años y llegara a esa desnatada mayoría de edad. Tragué miles de galones de aquel líquido vacuno, que resultaba ser así leche compensada. Ese ejercicio, a la postre, resultó bastante inútil. No me crecía ante esas dificultades, y nunca estuve a la altura de las circunstancias, por mucho calcio que llevara de reserva. He crecido a pie y descalcio.

Y claro, como estaba en tantas lácteas ocupaciones y vivía en un pueblecito oriental, nuestro contacto con usted era solamente televisivo, en blanco y negro, y eso iba a influir muchísimo en mi posterior visión de este mundo. Y en esa visión mía, particular y provinciana, siempre en dos tonos, como los zapatos de un tártaro o chuchero, comenzaron mis innumerables confusiones infantiles con las ideologías, pues hasta me caía bien en aquellos tiempos gloriosos de ignorancia pueblerina. Viéndola salir en la televisión, tuve una idea bastante global y jubilosa de nuestra libertad, y de la composición geográfica del proceso. Ahora le explico si se está quieta y baja las tijeras.

Cuando más simpática y cercana entraba usted en mi casa —que es como se le dice al seno familiar, aunque creo que no, que la casa es una cosa y el seno otra, que vive dentro (con el seno fruncido) gracias al permiso del gobierno, dueño del envoltorio—, era la noche de los jueves con aquella comedia que se llamaba "Casos y cosas de casa", en que usted era la suegra de Ignacio, se llamaba Tecla y Coqui García era argentino, la cortejaba a usted y le decía Gata. Él hacía de Domingo y usted del resto de la semana, como veremos más adelante. Su papel no era precisamente de española, sino de madre de Finita, y resultaba usted peninsular y bastante creíble en el papel, y hasta más fina que Fina. Ahí comenzó mi recorrido por Trocadero, pues pensé que mi país era un vacilón y que por eso venían a vivir en él tantos extranjeros. De Argentina: Coqui García, Ricardo Dantés y uno que quiso darle playas a Bolivia. De España: usted, Juan y Junior, Manolo Ortega, Sarita Montiel, Los Mustang y María Remolá. Los Mustang, Juan y Junior y la Montiel no es que vivieran en Cuba precisamente, pero como siempre estaban por allí, pues los cuento. Curiosamente, Humphrey Bogart empezó a venir menos, y, aunque me dolía, fui comprendiendo que a lo mejor se había pasado al enemigo, porque vivía por el norte. Además, fumaba mucho, y todo lo dejaba perdido con tanto humo. Por ahí estaba la fórmula secreta del hombre nuevo, creía yo entonces: unos gramos de argentino, ciertas gotas hispanas, dos ramitas de chino, una cucharada vietnamita y como cuatro libras de ruso. Y para que la mezcla saliera perfecta y no se echara a perder, había que sentarse en una mesa a sacarle los Bogart al saco, igualito que hacían las mujeres con el arroz.

1. Inicio
2. Creo que ya...
3. Eso era allá...
   
 
EnviarImprimir
 
 
En Esta Sección
Carta a la dueña de la Finca de los Monos
RFL, Barcelona
Carta a Pollito Pito
Peligrosamente en cuatro
RICARDO GONZáLEZ ALFONSO, La Habana
Carta a 'El Médico Chino'
RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
Carta a Enrico Caruso
RFL, Barcelona
Yo, anexionista
ENRISCO, New Jersey
Editoriales
Sociedad
Cultura
Internacional
Deporte
Opinión
Desde
Entrevista
Buscador
Cartas
Convocatorias
Humor
Enlaces
Prensa
Documentos De Consulta
Ediciones
 
Nosotros Contacto Derechos Subir