www.cubaencuentro.com Jueves, 20 de marzo de 2003

 
Parte 1/4
 
Carta a Enrico Caruso
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Operístico y espaguetista Enrico Caruso:

El pasado diciembre viajé a Roma. Algo me decía que allá encontraría aún algo de su espíritu. Y le busqué sin descanso,
Enrico Caruso
Enrico Caruso.
desde temprano en la mañana, recorriendo el Trastévere, con el río medio en reposo —aunque me habían dicho que era cantarino, como imitándole—, Viale del Corso, Piazza de San Cosimatto, Fontana de Trevi, Piazza Nabona, Ponte de Garibaldi. En la impresionante Piazza dil Popolo hice una media que parecía de lana, por lo espesa y larga, y por el frío que comenzó a instalarse en mis azules huesos que llegaron a ponerse por ello casi Verdis. Pero nada. Todo inútil. Ninguna presencia suya, a pesar de mi denuedo, y de que descubrí, con cierto asombro, que Roma está mejor construida que Alamar, y tiene más alegría que San José de las Lajas. Al final lo comprendí. Usted había nacido en Nápoles. No sé si para llevarme la contraria.

Y para no quedarme con aquel mal sabor —descubrir que Roma es más divertida que Cascorro— y conocerlo a fondo, busqué también, con el desespero que me caracteriza, a alguien más o menos del oficio, que me diera un propio sobre su vida; alguien como un gondolero, por ejemplo, aunque usted no estaba enfermo de las góndolas, según supe después. Gestión infructuosa igualmente. Los gondoleros suelen estar en Venecia, de manera que tenía que recurrir a Charles Aznavour.

Todo esto viene a colación porque usted también estuvo en La Habana, mire qué coincidencia. Nos diferencian el tiempo de estadía, que yo canté poco en esa ciudad, y, fundamentalmente, que cobré menos que usted. Claro que no es lo mismo cantar un aria de Verdi que cantar en un área verde. Parecería que tienen la misma coloratura, pero la voz cambia, y hasta se corre. Mas, no nos adelantemos, que ya le hablé de Roma, luego de Nápoles, más tarde contaré lo suyo en La Habana en el Hotel Sevilla. Por eso se me arma un espagueti con butifarra en la cabeza y ya no sé a tenor de qué le empecé a escribir a usted que era tan bajo. De modo que vamos a presentarlo al exquisito público y ya en las postrimerías, cuando llegue el crescendo, hacemos turismo pomario.

Claro que si hubiera sabido un poco más sobre su persona, jamás habría ido a buscarlo a Roma. Aunque, ya en viendo aquella ciudad, a uno le comienza a importar un bledo que no apareciera usted por ningún lado, aunque se perciba el Do sostenido de la emoción por otras cosas. No imagina cómo se tensaron mis nervios al contemplar el Coliseo, que me recuerda algunas zonas de La Habana, y pensar, emocionado hasta el queso de los raviolis, que allí mismo había estado Kirk Douglas haciendo de Espartaco. No es que tire a mondongo al pobre Espartaco. No. Era un esclavo que se superó mucho y llegó a gladiador sin vender gladiolos, pero no sé por qué me da la nota de que jamás Espartaco hubiera hecho de Kirk Douglas. A lo más que hubiera llegado sería a lanzar un kirk kiri kirk con aquel edificio que está mejor conservado que el Alaska. Y eso que el Alaska está más céntrico, pero tiene dos defectos: no está en Roma, y jamás estuvo allí Kirk Douglas. Contemplando todo aquello perdí hasta las cuerdas vocales, de tanta historia que me caía arriba. Luego las encontré, me las volví a colocar y me seguí dando cuerda.

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