www.cubaencuentro.com Martes, 29 de abril de 2003

 
Parte 1/4
 
Carta a la dueña de la Finca de los Monos
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Monárquica monina y gorilómana Rosalía Abreu Arencibia:

Usted no me conoció a mí personalmente y puede que hasta lo lamente. La mente es algo muy curioso, sí señor. En cambio, yo tampoco la conocí, y así podemos decir que estamos amablemente en paz. Y no porque nos tuviéramos angina personal, o nos cayéramos gordos, no, fue más bien un problema de que nadie ajustó las fechas como se debía, y ahí vino el desencuentro, la confusión y la nostalgia que da no haberlo hecho bien y a tiempo. Yo viví en una época en que todos esperábamos que se cayeran los gordos, de manera que usted no podía caerme gruesa porque nunca salió en televisión.

Estoy convencido, y qué digo convencido, estoy sospechando que muy poca gente en la Isla recuerda su presencia en ella, sobre todo en La Habana, esa ciudad que marcha muy aceleradamente a su glorioso porvenir primigenio de aldea triste, y que cada día se llena más de aseres mientras pierde aceras, de modo que su paso es más bien aserelado. Por ello doy algunos datos de su existencia, a modo de entrante, que la guarnición la pondré yo con esta ingenuidad mía que me desviste y me descalza, sobre todo ante una dama de tanta alcurnia como usted, y no sólo encumbrada, sino que también de las buenas, de las de arrancapescuezo, de las bravías, de las echaítas palante, que son las que el médico me recetó desde mi más tierna y desorbitada infancia. Pongo aquí tres datos muy suyitos, para que la gente empalme el cable y ponga en su nidal a la guanaja: puso mucha pasta para la segunda guerra contra España, fue la primera hembraza en volar sobre la capital en un aeroplano y construyó esa joya cerrera en El Cerro —que sigue teniendo la llave— conocida como La Finca de los Monos. Así que márchemos, ándemos, húyamos hacia mi reflexivo torrente filosófico, que esta dulce mañana lejana —en que canta cerca un colibrí con su penacho de Manacho— vengo doblado como el doble nueve, a golpe de conga, profundo y ditiramboso. Ábrame la puerta, que me vengo. Cayendo.

De mal está decirle que no solamente flexionaré doblemente sobre el significado de su vida y su aporte a la fauna cubana desde 1906, cuando convirtió esa construcción renacentista, que otrora (me encanta esta palabra) fue el castillo "Las Delicias" en una especie de zoológico particular, con 180 monos peludos y pelimpimpudos, monos diversos, monacales, monarcas, monitores, sino que le hablaré un poco de mi existencia monógama, y así va viendo usted por dónde le llego yo al jugo de tomate, entramos en calor, y remendamos algo el despelleje de no conocernos a tiempo. ¿Y qué decirle de MI que no sea SOL, o a veces FA? Yo de niño era muy pequeño, o muy pequeño niño, que no significa ser poca cosa. Siempre he llevado el trauma, y todos los sicólogos consultados, incluso algunos no argentinos, coinciden que era normal, y que la mayoría de los infantes parecen de ese tamaño a menos que sean infantes de marina. Hasta en las películas de los malos —las norteamericanas— existían pequeñuelos muy ídem, pero eso no era óbice (esta palabreja también me gusta, como si aspirara algún día ser un "otrora óbice", y firmar como con asombro: O.O) para que estuviera absorto y preocupado, hasta que me estiré un poco, imitando a Lou Gehrig, y hasta llegué a ser consorte preocupado, aunque de absorto no me absolvió nadie nunca. Tan es así que me convertí, en contra de las expiraciones de mi familia, en un artista popular. Muy Popular. Luego, cuando las autoridades comenzaron a preocuparse por la peligrosidad de ciertas opiniones mías, fui Popular, pero con filtro, y siempre con la advertencia de que podía provocar cáncer. Ahora no, pues resolví la cosa con otro Aroma y me volví Marlboro, que es bastante de Virginia, aunque pertenezco a Magdalena.

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