www.cubaencuentro.com Viernes, 16 de mayo de 2003

 
  Parte 1/2
 
Yo, anexionista
por ENRISCO, New Jersey
 

Sí, como lo oyen. Parece que soy anexionista, o sea, la peor versión de cubano que pueda existir. Y no es que lo diga yo. De eso se encargan las autoridades cubanas, para las que todos los que le llevamos la contraria somos neo-anexionistas.
Cirilo Villaverde
Escritor Cirilo Villaverde.
Si ellas lo dicen, ¿quién soy para llevarles la contraria? Y si les llevo la contraria no hago más que confirmarlo: soy un neo-anexionista. Debo rendirme y aceptar que lo soy y agradecer, además, lo de "neo", que lo actualiza a uno y le da un toque de frescura e inmediatez. Como el neolítico.

Con esto me sumo a una ya larga tradición en Cuba. Ahí está Narciso López, el diseñador de nuestra bandera nacional, que quería anexar la Isla a los Estados Unidos (antes de ser ejecutado por españoles, se despidió con esta frase inmortal: "Mi muerte no cambiará los destinos de Cuba". Yo podría decir lo mismo: ahí tenemos otra coincidencia). Ahí está Teurbe Tolón, el diseñador del escudo nacional. Ahí está Cirilo Villaverde, el diseñador de la mulata nacional, Cecilia Valdés. Ahí debe estar Dios, supremo arquitecto del universo y diseñador del tocororo, el ave nacional. Y ahí está Carlos Manuel de Céspedes, el padre de la patria. Sí, mucha gente lo ignora, pero es históricamente cierto que poco después de iniciada la guerra le escribió una carta al presidente norteamericano de entonces proponiéndole la anexión de Cuba a los Estados Unidos a cambio de ayuda para liberarse de España. El presidente norteamericano le respondió que no, que no le interesaba el asunto, y Céspedes siguió la pelea por sus propios medios. Y encima, hace poco me enteré de que cuando mataron a Ignacio Agramonte, el gran camagüeyano, debajo de la camisa le encontraron una camiseta con la bandera americana, como cualquier muchacho en una discoteca actual.

Encima yo también puedo vanagloriarme de mis antecedentes anexionistas. Resulta que hace siglo y medio, un joven hacendado del legendario Camagüey, Tomás Betancourt y Zayas, no hizo nada especial: tuvo sexo con una de sus esclavas. Pero meses después, y no necesariamente a consecuencia de lo anterior, hizo algo verdaderamente trascendente: se unió a otro hacendado camagüeyano, Joaquín de Agüero y Agüero, y a otros dos más en la heroica empresa de liberar a Cuba de España para que la Isla pasara a ser parte de Estados Unidos. Corría el año 1851 y, como era de esperar, casi enseguida los cuatro heroicos camagüeyanos fueron capturados y ejecutados. Resulta que mientras esperaba convertirse en uno de los cuatro primeros fusilados de nuestra historia patria (otra nutrida tradición nacional), Don Tomás recibió la visita de la esclava antes mencionada. Esta no le traía una taza de chocolate, sino una niña recién nacida para que la reconociera como su hija. Don Tomás Betancourt y Zayas, tomando en cuenta su alta responsabilidad patriótica en un momento tan trascendente, sabiendo que ese gesto resultaría decisivo en la conformación futura de la nación por la que luchaba, no reconoció a la niña. Después de todo, como parte de su dotación de esclavos, la misma llevaría su apellido. Pues bien, puede que Don Tomás no fuera el padre de la criatura, pero aquella niña era mi tatarabuela Lolila. Así que si no llevo en las venas sangre de fusilado llevo la de aquella esclava que Don Tomás se anexionó en algún oscuro rincón de su finca.

Con estos antecedentes, era de esperar que en la primera ocasión que se presentara yo intentara venderle Cuba al primer americano que pasara por delante, digamos Bill Gates. Y si la compraventa no se había llevado a cabo era porque mister Gates no tenía un billete suficientemente pequeño o yo no tenía vuelto que darle. Pues lamento decepcionarlos, pues según recuerdo nunca he intentado nada así. Soy bastante malo para los negocios y, de cualquier forma, dudo que alguien esté dispuesto a comprar un país donde entre marchas del pueblo combatiente, tribunas abiertas, ciclones y sesiones extraordinarias del parlamento la jornada laboral promedio asciende a unas 16 horas anuales.

No. Si tengo que ser anexionista, mi anexionismo iría en otro sentido. Algo definitivamente mucho más viable. Pediría que Cuba se anexe el sur de la Florida. Y no poco se ha trabajado en esa dirección. En ese territorio, tras audaces incursiones por aire, mar y tierra, los cubanos hemos terminado imponiendo nuestra superioridad numérica, y, tras votar por cuanto candidato nos hable emocionado del caso Elián, nuestra superioridad política. Viéndolo así, no sería difícil anexar a Cuba el sur de la Florida, desde Orlando hacia abajo, y convertirla en la séptima provincia, o la quince, según se prefiera. Después de todo cuando Texas se anexó a Estados Unidos sólo el 14% de la población era mexicana (ahora es el 24% de la población de Texas), que debe ser más o menos el por ciento de americanos que hay hoy en Miami.

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