www.cubaencuentro.com Viernes, 16 de mayo de 2003

 
Parte 1/3
 
Carta a Armando Menocal
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Pincélico, retratario e incluso fresquísimo Armando Menocal:

Desde que el hombre dejó de ser paramecio, salió del agua y aceptó otros parámetros, le dio por dibujar todo lo que veía. Los hay, cómo no, que no sobrepasaron la condición de amebas y viven unicelulares aún, y a pesar de todo dibujan todo lo que oyen, pero esos son informantes, y les pertenece otro tipo de galería o galera, así que andemos a óleo vivo con ellos. Digamos que, desde las Cuevas de Altamira y La Bodeguita del Medio, ese organismo burocrático que ha llegado a ser el hombre se ha empeñado en dejar su huella imborrable en todos lados. Los críticos de arte, los curadores (que no llegan a ser médicos de la familia, porque viajan con más libertad y que no hay que confundir con curanderos, a pesar de su opción casi única de medicina verde) y la Interpol, lo agradecen mucho. Con ello, desde que pudo arrancarle del lobo un pelo, le puso un mango (que aún no era filipino) y allá va eso, a dejar perdidas paredes, techos, lienzos, cartones, piedras y hasta mamoncillos dónde están los camarones. Y lo ha hecho incluso con los dedos, que es el colmo de la mala educación.

Le confieso que no soy lo que se llama precisamente un entendido en estas artes —que, cuando reproducen batallas, invasiones, duelos, militares y todo eso, se les puede decir con absoluta propiedad "artes marciales"— sino un humano más —tirando a paramecio en trapecio, uno de a pie— que no comprende mucho, pero sabe cuando una pared va a agarrar humedad, o que las dos capas que le dieron a una ventana reventarán antes del año. Es decir, que de la lechada no paso, aunque me impresiono con la buena plástica, tanto, que en Cuba me encantaba plasticarlo todo cuando había luz y podía transformarme levemente en Pancha Plancha con Cuatro Planchas. Me voy tal vez por lo ecléctico, sin llegar a lo paranoico, con leves tintes de aleatorio. Sin contar lo hemofílico, que uno tiene sus hobbis secretos. Llevo años intentando terminar de armar el puzzle que dejó Picasso con su Guernica, pero me pierdo como a los cuatro minutos, y la cabeza del toro me sale por otro lado cuando ya le estoy poniendo una pierna al hombre despanzurrao. Y del caballo no hablemos, que desde que hay uno que me plastificó la vida, no puedo ni escuchar un galope. Pero vamos a lo que vamos, que hoy tengo la palabra muralística, y siqueiro, la extiendo hasta distante rivera, que yo me orozco profundamente.

Ya le confesé mi casi nula preparación teórica con respecto a la pintura. Soy de los que se detienen —lo hago yo solito, así le ahorro trabajo a la policía— ante un cuadro y no vea cómo se desatan las sensaciones, las divagaciones, las emulsiones y emociones. Hay cuadros que me excitan mucho, por eso intento no frecuentarlos. Y si es un cuadro del partido, no vea usted lo mal que me siento, hasta sentarme. Mire que miro algún Portocarrero, sólo por la curiosidad de recordar cómo se ve La Habana encendida. Por eso le decía mi nivel casi primate con esta ate. Y que en lo que respecta a este renglón en que cosechó victorias sin par —y hasta victorias de las tunas— no rebaso la lechada, pero no de la clásica, sino de las de tiempo de guerra, esa en que uno tiene que ser aprendiz de brujo y tener contactos para poder facharse la goma, el pegamento y demás fijadores científicos de ministerios y organismos. Cuando pude pintar aquel lugar donde sobreviví mis últimos años mozos sírveme en la copa rota, allá en El Vedado, ya estaba muy vedado y mal visto el consígueme de garrapata, y pude terminar porque un gran amigo levantó casi del piso el último frasco que existía en el correo de Línea y Paseo. Luego me dijeron que la pobre gente, de eso que se llama la población, tenía que clavarle con tachuelas los sellos a las cartas por culpa mía. No sé por qué extraña sensación, desde entonces, cada vez que miraba al techo albo y relumbrante, me venía automáticamente a la cabeza esta absurda retahíla: "Querido amigo: Espero que al recibo de la presente se encuentre bien en compañía de sus familiares. Yo bien. Lola murió". Tenía la casita hecha un coco, pero el alma como una güira cimarrona. Esto lo traigo a colación por su apellido y la pintadera de mi casa. En la preparación de aquella bazofia me ayudó un santiaguero amigo, y siempre que comenzaba yo a echarle "lo produto al agua", él como que le mencionaba gritando: "Meno cal, compay, meno cal, que se epesa, y depué se decacara y se deconchinfla. Pare la guarandinga. Epante el alebreto, nagüita. Qué desatao etá uté hoy".

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