www.cubaencuentro.com Viernes, 16 de mayo de 2003

 
Parte 1/5
 
Carta a Richard Sorge
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Espionajero, perrodista y espiojoso Richard Sorge:

Usted no se imagina cómo ha cambiado su profesión en estos tiempos. Es impresionante la manera en que se ha masificado, modernizado, actualizado y diversificado. Ya es menos rupestre y más familiar, lo que le quita tal vez burumba y misterio a la profesión. Con excepciones como la de James Bond, que sigue manteniendo su 007 intacto, y parece más un canciller que un orfebre del espionaje, el resto le mete ya de modo bastante burdo. Al burdo con la burdesía mundial. Claro que siguen existiendo los chivatos de siempre, pero esa es una lacra de la profesión y no son ejemplos a tener en cuenta. Un chivato es una persona con diversos complejos nada deportivos, que quiere usar la lengua más que el cerebro, y que intenta espiar sus culpas ganando favores. Y de la lengua hacen academia, aunque por dentro les ronde el vitriolo. Ninguna comparación con otras luminarias actuales de la profesión: un perro detector de explosivos, llamado Bogart, y una paloma (¿de vuelo popular?) que realiza espionaje fotográfico, llamada Harry Recon. Son excepciones. Hoy día no sobresalen mucho los demás animales que ofician en la infamia. Un analista de inteligencia de nombre Steven Aftergood sentencia que: "Todo el mundo espía a todo el mundo", frase que en el mismo sentido de "nadie quiere a nadie, se acabó el querer". Realmente no sé cómo no han hecho a ese brillante tipo coordinador nacional de los CDR.

Pero en lo suyo, en lo que usted se hizo estrella cuando los japoneses no lo dejaron ejecutar sus planes, ejecutándolo allá en noviembre de 1944, la maroma ha llegado a límites no soñados. Y no le hablo solamente de la técnica, del instrumental mirúrgico para transformarse y cambiar de personalidad, ni de las claves con morsas que usted se vio obligado a usar. Mire usted en mi país, que puede parecer pequeño, muy pequeño, pero cuando uno quiere salir de él —con la sana curiosidad de ver de qué materia está hecho este mundo traidor y, por qué ocultarlo, para dejarle una raya al humor de las mesas redondas— se hace inmensamente extenso, con kilómetros de tarjetas blancas, informes vecinales repletos de vinagre, verraficaciones inverosímiles, y entonces parece un continente que me inhibe, más que una islita de quimba y cuarta. Y las hectáreas de desesperanza y ansiedad son inmedibles. Pues bien, ahí en ese sitio chiquito y del mamey, no vea usted los aportes que se han hecho con la misma tinta espionadora. Usted seguramente usaba para informar a la KGB lo que se conoce en el mercado chivatiente como "tinta invisible". En mi país eso está superado, lleve carta. Y no es que el producto haya cambiado de nombre y denominación. Ya no es "tinta invisible", sino que es el mismo producto lo que no se ve o no aparece. Intente si no, encontrar un bolígrafo en la vasta llanura aplanada del desaguacate nacional para que compruebe que más invisible no puede ser. Seguramente termina desesperado, escribiendo con sangre, pero hasta para eso hay normas: lleva puerta, nombre de líder y morirse en el intento. Por no haber tinta, ni los calamares que se arriman al veril la llevan.

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