www.cubaencuentro.com Viernes, 16 de mayo de 2003

 
  Parte 1/3
 
Carta a Carlos Marx
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Capitalino germano y barbárico Carlos Marx:

No por llevar el nombre de un teatro habanero es usted un autor tan dramático. ¿O sí? Yo, al menos, nada curado de espantos, me sobrecojo cada vez que leo cómo inició usted una de sus primeras novelas, ese Manifiesto comunista, que le pone la carne sin gallina a la humanidad con su comencipio de: "Un fantasma recorre Europa…", que una vez, ingenuamente, pensé era otra gira del grupo Rolling Stones. Pero no. Si cualquier humano se lanza a leerlo tras haberse disparado El sabueso de los Baskerville, ya anda con el mondongo listo para el ericeo. No hay derecho a meter miedo así, de pronto, con una obrita que se suponía leyeran sobre todo los proletarios sin sobretodo, que ya bastante tenían con no entender la plusvalía y enterarse de que no eran dueños de los medios de producción. Por otra parte, en mi país, que es como una República Sui Géneris, las cosas del mundo tienen otra significancia, y la Dramática española, no es, como muchos listos pensarían, una actriz peninsular de ingrato recuerdo, sino el estudio de cómo se dicen las cosas para que te entienda hasta el tarúpido más entrenado. La "dramática" en mi isla —además de la vida cotidiana— es el estudio de lo que se puede o no decir, y delante de quién. Entonces sus cositas pueden comprenderse dentro del género sui géneris.

Suponga que un machacante de estos del proletariado, que se levanta cada día a las cinco de la mañunga —esa hora tan obscena, donde, según un amigo, todavía ni han diseñado las calles— y se va a meter un alicate alevoso, a llenarse de aceite la cabeza y los brazos, a conducir carretillas de ardiente escoria con un calor que le escalfa los ovarios colgantes, para luego, en el diez del almuerzo abrir una cajita toda sucia y merendarse un pan con queso de chiva y una cebolla nauseabunda, para terminar, doce horas más tarde, frente a un tarro —así se le llamaban a las jarras en su antigüedad— de cerveza, y al tercer sorbo relajante, cuando la cebada y el lúpulo comienzan a ponerle tierna la ideología, se entera de sopetón que no es dueño de los medios de producción, se transforma casi en un hombre lúpulo, se le pone el mocho enervado de ira, y le da por embarricarse, todo emborricado, en un tono muy incendiario. La cerveza, el queso rancio de chiva, la grasa y la noticia de no ser dueño de nada, son una liga tremendamente explosiva. Ya la cebolla le pone el punto ácido y el mal olor se hace fantasma que recorre cualquier territorio. Está comprobado que la cebolla es un lastre ideológico peligrosísimo. Al final, usted puede exponer muy calmadamente cualquier acertado punto de vista, pero la gente a su alrededor, si descubre cebolla, se desconcentra un poco. La cebolla es clasista y avisa sola.

Claro que usted no tuvo en sus manos un tornillo jamás, y no por ser descendiente de judíos germanos y holandeses, nacido en Tréveris, Alemania, el 5 de mayo de 1818. Viendo la aplicación tan errada que han hecho de sus soluciones e invenciones, creo conocer ya el verdadero rostro de El judío errante. Qué judío está todo con sus inventos. Dicen que desde niño se distinguió por su viva inteligencia, y que fue un adolescente nada disciplinado, y, por ende (que no era un compañero de estudios), "un estudiante alegre, ávido de conocer las ciencias y desentrañar sus enigmas, sin desatender el llamado de las letras y las artes, más dado a estudiar para saber y proyectarse en función de los demás, que en convertirse en un adocenado hombre de provecho". En resumen, un verdadero desastre. Un tipo muy peligroso. Si usted hubiera nacido en Morón o Quivicán, nadie le quitaba de encima un par de diez años de calabozo, por alegre, nada adocenado, y no ser hombre de provecho. Lo de "proyectarse en función de los demás" agravaría su situación. Tal vez nadie le hubiera pedido que estuviera todo el puñetero día proyectándose encima de la gente con tanta obstinación.

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