www.cubaencuentro.com Viernes, 18 de julio de 2003

 
  Parte 2/2
 
¿Caí de qué?
Según cierto filósofo, el mejor modo de comprobar cuánta verdad hay en una cosa es reducirla al ridículo y ver cuánta broma aguanta.
por ENRISCO, New Jersey
 

Tengo amigos que creen, pese a todos los detalles que apuntan en sentido contrario, que esta burla no es otra cosa que un montaje. Llamativamente coinciden, en todos los casos, en ser gente que se abstiene no ya de opinar, sino incluso de pensar en lo que en Cuba sucede. Hace tiempo que han decidido que hasta que ocurra el "hecho biológico" (como se decía en las postrimerías del franquismo) no queda nada que hacer al respecto, y frente al espectáculo que ofrece la Isla prefieren dar la espalda. Es lógico que intuitivamente rechacen la posibilidad de que el Comandante pueda ser burlado impunemente, pues eso a su vez vulneraría la coraza en que ahora se acomodan (si es que alguna coraza puede llegar a ser del todo cómoda). El descreimiento es el mejor indicio del alcance que puede haber tenido esta broma para muchos compatriotas. De aceptarla como cierta, tendrían que cambiar muchas cosas en su modo de pensar.

Claro que del otro lado están los que se entusiasman demasiado con el asunto y llegan a la conclusión de que, por ejemplo, la broma demuestra las posibilidades de hacerle un atentado exitoso al Comandante. Aunque no lo crean, lo afirmó en un artículo reciente un periodista de Miami al que siempre he considerado persona sensata. Aparte de que la regla de oro de cualquier atentado serio es no anunciarlo por el periódico (ni que decir de la generosidad del gesto de ofrecer idea tan brillante al público a ver si alguien la pone en práctica), llama la atención la incapacidad de apreciar la broma en lo que vale si no es como sugerencia para pasar de la burla a la violencia literal. Al parecer no se entiende que la burla, por naturaleza, está en el polo opuesto de la violencia física. La burla debió nacer como recurso de los débiles para superar a los fuertes por otros medios.

La sugerencia del periodista es, entre cubanos, menos excéntrica de lo que parece. Pese a nuestra levedad aparente, uno de nuestros más persistentes defectos es el de, en el fondo, tomarnos las cosas demasiado en serio. Fáciles para reír, nos dejamos impresionar por lo grave con no menor facilidad. No siempre fue así, a juzgar por lo que nos cuenta Jorge Mañach en Indagación del choteo, ensayo en el que se quejaba justamente de lo contrario. Pero esa queja contra la levedad cubana de Mañach se ve atenuada en una nota a la edición de 1955. En ella comenta el retroceso del choteo ante las tensiones históricas del proceso revolucionario de la década del 30, que habían llegado a "dramatizar al cubano, al extremo de llevarlo en ocasiones a excesos trágicos. Ya el choteo no es, ni con mucho, el fenómeno casi ubicuo que fue antaño; ya la trompetilla apenas se escucha, o, por lo menos, no tiene presencia circulatoria. La historia nos va modificando poco a poco el carácter", concluye con notoria satisfacción. Curiosamente, en ese mismo año de 1955, Mañach se dedicaría a corregir el estilo del alegato de la defensa de un joven encarcelado por asaltar un cuartel del ejército ("donde pusiste 'Batista maric…zón' debes poner 'Condenadme, no importa. La historia me absolverá'"), joven que medio siglo después se convertiría en víctima telefónica de los burladores de Miami. Años más tarde, mientras el choteo y la trompetilla tomaban camino del exilio en el equipaje de Trespatines, Mañach, su principal crítico, debió hacer lo mismo ante la apoteosis de la gravedad que orquestara el Comandante.

Celebremos entonces que la vuelta de la trompetilla haya sido por todo lo alto. Felicitemos a los muchachos de "El vacilón de la mañana" y conminémonos a seguir ejercitando el arte de la burla. O que, en su defecto, los bromistas vayan a La Habana disfrazados de Hugo Chávez y pregunten por el Comandante. Y entonces, una vez en presencia de éste, saquen la pistola y ¡bang! Ya está.

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