www.cubaencuentro.com Viernes, 18 de julio de 2003

 
Parte 1/2
 
Carta a Don Tomás Gener y Buigas
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Conspicuo casi conspirador y matancero Don Tomás Gener y Buigas:

Tomás Gener

Hoy le he visto y sí me acuerdo. No fue en Matanzas, sino en una especie de bola de fuego que bajaba del Montjuic. Bola catalana, como de Tarragona, que sospecho fue, allá por 1787, que se dice fácil, cará, la tierra originaria de ese enero que lleva usted colgando de apellido, y que se presta en castellano a tantos lindos juegos de palabras, porque es como el encabezamiento de virtudes superiores, sino mire esto: Gener=gener-ado, gener-ación, genér-ico, gener-oso, ¿gener-al? Y digo que era una bola de las de acá para darle redondez física y geográfica, y así diferenciarla de esa metáfora redonda, que también rueda, pica y se extiende, que es la bola cubana, chisme, opinión, noticia susurrada, bulo, infamia, retrato robot, estampa vodevilesca, opinión velada, que siempre va montaña abajo encabezada por un "a mí no me creas, me acabo de enterar, esto es fresquito o dicen las malas lenguas". Y también he tropezado recién con una foto suya, de época, de esas viejas, a las que la gente llama daguerrotipos, no sé si por lo oscuras o por la solemnidad con que se sale en ellas. Y me va a perdonar por muy cortés de las Cortes y muy magnate que haya sido, pero tenía cabeza de puerco. Claro que le estoy juzgando sólo por un retrato que no parece hablado, porque si no le habría preguntado a usted por ese tinte medio rubio y los bucles que no le alejan el cerdo del rostro, sino que están pidiendo algo semejante a una corona de palmiche. Tal vez le debía dinero al artista cubano que le fogoneó con manganeso, o el fotógrafo —que luego se fue a los jardines del Capitolio a ejercer— le tenía roña o saña, y lo demostró en la moña y la greña. Mirándole las rubias guedejas, aparentemente producidas por el tierno y siempre sospechoso uso y abuso obtuso de peróxido de hidrógeno, y en viendo su participación postrera en la política cubana y la economía de la Isla, cualquiera pensaría que tendríamos un porvenir bastante oxigenado, y no tan travestido como ha resultado. Con hidrógeno, aunque fuera en el cocorioco, uno aspira a ascender. Pero creo que al cubano le han teñido la cabeza con plomo. Y no del mejorcito, que, cuando uno nace con vocación de plomada, juega arrecife a toda hora.

Más allá de un par de datos, confieso que no le conozco mucho. Eso indica que, o fue usted de una discreción blindada o no estoy en racha detectivesca en estos días calurosos, que en asere antiguo puede decirse que tengo flojo el cigüeñal y me voy con la de trapo. Pero algo he sacado en claro, un algo —marido del alga— enchumbadito y vegetal, y de ello hablaremos como si en realidad nos conociéramos más, amigos para siempre, socios de toda la vida, yuntas, merolicos del mismo plástico, sanguitas, brodercitos, anana boruco tinde, astillas del mismo palo y numerarios de idéntico parlé. Y para ello, bajé de mi Montjuic irredento —soy yo el que vibra en la montaña, y garantizo mi salud mental, mi alma bondadosa y que vibro sólo de frío, es decir, vibro y dejo vivrir— y me regué en segunda base con los spikeslee alzados en señal de concordia, libertad y otras calles adyacentes de Centro Habana, para reconocer que la época en que usted brilló —y dejó mesa de brillar incólume y verde como la pasma— estaba calentica calentica —caliente caliente, el pueblo está presente— y había un incensario movimiento en el bulpén de los capitanes generales, que en leyendo sus nombres en lontananza y longana, suenan a equipo de pelota: pasó Apodaca, luego Mahy y le relevó Kindelán. Mire qué sorpresa la mía (una sorpresa no es una monja prisionera) al comprobar que fue el propio Kindelán quien posibilitó su elección a las Cortes (otro de similar apellido seleccionaría a mi viejo, ciento y pico de años después para "los cortes", pero eso es caña de otro central), junto al padre Félix Varela y al joven abogado Leonardo Santos Suárez. En esa nota informativa, en que se habla del trío con pelos y señuelos, usted es el único que aparece solamente como catalán, lo que me indica que en aquellos años, ser catalán, ya era de por sí un arduo trabajo. Y mire que yo arduo en deseos de practicarlo, viviendo por acá por sus fueros. Su erección como diputado ocurrió en aquel tiempo de sana apertura, que comprendió los años 1822 y 1823 (todo lo que queda antes de 1830 parece de calidad, pero no se dice si es yendo pallá o viniendo pacá). Todo gracias a la Constitución de San José, llamada, con inmenso y abierto cariño poblacional, La Pepa. Eso explicaría el mito actual de la desbordante sexualidad en mi país. Si cuando mejor han estado las cosas ha sido cerca de una Pepa, constitucional y todo, ya podremos ivaginarnos el futuro: la solución sería un presidente uterino, que ponga enhiesto y glande el nombre del país.

Siendo profesional como catalán

Siendo profesional como catalán se asentó usted en el taburete de la Isla allá por 1808, y comenzó a ejercer como tal (como catalán, no como taburete), hasta llegar a Regidor Síndico de su ciudad, que fue la bella Matanzas (hay que ver los disparates del lenguaje que me impulsan a decir que las matanzas son bellas, con las manchas de sangre que provocan), donde se insertó o injertó activamente en la vida pública como próspero y rico comerciante, además de culto. Había ocasiones en que usted ejercía como próspero, otras como culto, pero siempre de catalán. Allí, en el frescor de las tardes, caminar como próspero da un toque de distinción muy bonito. Luego, en las noches, se puede ir de culto por la vida, parnasiano, métrico, aleve como soneto en vivac. Y constantemente de síndico, sindicándole el camino a Varadero a los turistas extraviados y a los amigos confundidos, imagino yo. También agregan las malas lenguas de viaje submarino, esas que nunca faltan en esta bífida tan cruel, que el mayor volumen de su voluminosa fortuna, le vino precisamente de la trata negrera, que lo convertía en dinero negro. Hay que ser síndico para, forrándose con ese monocultivo, ir luego a defender la abolición de la esclavitud, y, por lo que he sacado en claro, era usted también un hombre decente y probo, además de catalán, rico, culto y próspero.

Y en eso llegó lo de diputarse (favor leer en habanero de siempre y no con el deje de Caimanera, que cambiaría el sentido de la frase) junto al jurisconsulto Leonardo y al presbítero con su proyecto bajo el brazo. El padre Félix comenzó lanzando en la esquina de afuera, con una terrible efectividad, combinando sliders con bolas de tenedor y una recta de humo de 94 millas por hora, y en el mismo 1822 ya levantó polvareda en Madrid con aquel Proyecto de Gobierno Autonómico (para el gobierno político de las provincias de Ultramar, favor no confundir con ese horrible reparto del extrarradio capitalino lleno de grandes cajas de zapatos), donde decía: "Las leyes desgraciadamente se humedecen, debilitan y aun se borran atravesando el inmenso océano, y a ellas se sustituye la voluntad del hombre, tanto más temible cuanto más se complace en los primeros ensayos de su poder arbitrario, o en su antigua y consolidada impunidad". Arrimado así a un pensador tan peligroso como Varela, y en juntamenta con ese Santos Suárez que no hay que confundir con La Víbora, estaba usted a punto de ahogarse entre el San Juan y el Yumurí. Porque, vamos a ver, Don Tommy, comprendo esa metáfora valeriana de que las leyes se humedecen, pero nadie me quita del moropo que posiblemente alguien las esté regando cada mañana con fines siniestros, a manguerazo limpio; entiendo a qué se refería el padre Félix cuando las hace cruzar el inmenso océano. En la Cuba actual ya no vienen las leyes dictadas desde otro punto lejano, y siguen empapadas, chorreando, tiritando más de desamparo que de frío, inundadas, tal vez por la regadera del poder arbitrario y el regadío de la impunidad. Cuando Varela menciona lo de la voluntad del hombre, yo sé a quién se refiere, por eso me gustaría redactar ese párrafo a la luz del siglo XXI, y que diga: "y a ellas se sustituye la voluntad de un hombre". ¿Cómo le cae?

Y en eso, que es como decir de repente, en avalancha de Panchaplancha, ipso facto y de pronto, pum, la España profunda a renacer. Fue entonces que se jeringó la Pepa, que permitiera la leve monarquía constitucional. Fernando VII, haciéndose alfombra para que le pisaran las muchachas, que es una hermosa variación de esa otra metáfora que también utilizó un absolutista moderno cuando soltó aquello de "hacerse el muerto para ver qué entierro le hacían", en contubernio cavernoso con la Santa Alianza, le tiró con todo a las Cortes, cortándolas en níveos pedacitos. Lanzó una carga para matar bidones con los Cien Mil Hijos de San Luis, y echó a perder aquel 1823 que pintaba de primor para todos. Regresó el absolutismo a la península, y a la ínsula le entró la vivencia de Vives, que si vives como Vives, durarás. Ustedes, ambos los tres, lograron arrimarse a Cádiz y enganchar una naviz para darse al pirez, que el caramelo de la chambelona ardía tras sus criollas espaldas.

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