www.cubaencuentro.com Viernes, 18 de julio de 2003

 
Parte 3/4
 
Carta a José Domingo Blinó
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Y mira qué curioso, que hasta el Capitán General Dionisio Vives inició una suscripción popular, para que dejaras un tiempo de fabricar pararrayos, cazuelas, tapas y reverberos, y dedicaras todo el tiempo a la consecución de tu meta más alta. Ahora que pienso en la felicidad de aquellos, tus momentos mejores, me viene a este reverbero que tengo por cabeza que esa sería una manera muy digna y entretenida de elevar el nivel de nuestra población: darle un aerostato a cada familia, o que cada cual se construya uno. Sería una gran ayuda que el coreógrafo se pusiera para esto, entregando ciertos materiales por núcleo, y luego se hicieran competencias para ver quién llega más alto sin tener que guataquear, ni hacerse el chivo loco echándole al imperialismo y a las mafias. Qué entusiasmo existiría en cada casa, cará. Y ya que no se podrá llegar muy lejos, por lo menos intentar estar unos minutos lejos de las preocupaciones y las vicisitudes, no sabes lo que relaja. Pero qué digo, ha de haber algo realmente glorioso en separar los pies del piso por puro placer, y no para escapar de algo desagradable. Alejarse por goce es un atisbo de libertad. Todo lo demás es fuga, y el coreógrafo no regalará ni un pañuelo si eso contribuye a que la gente, ese pueblo victorioso, se distraiga en sus cosas y abandone la batalla. A veces soy muy tonto, y muy ilusorio, y bastante comegofio, sobre todo los martes en la mañana.

Terminaste tu armatoste en los primeros días de mayo, y la prensa ya estaba calentando el ambiente, así que la expectativa crecía con la noticia, o viceversa. Y el curioso estaba que daba al pecho allí en tu calle Teniente Rey, donde hojalateabas constantemente para que hojalá te salieran las cosas redondas y no se torciera nada más. Así, aquel radiante día, 30 de mayo de 1831, en el que no había mártires ni aniversarios a la vista, sino la simple primavera —que por tener nuestra isla esa otra mala suerte tropical sólo aparece, como estación, en los almanaques y las fotos del extranjero— espléndida y llena de libertos y vendedores de cualquier cosa en aquella Plaza de Toros del Campo de Marte —de ahí salió la frase actual que moviliza a las masas: "Toros a la Plaza…"— para que tu aparato, exactamente a las seis y cuarto de la tarde habanera, subiera, subieeeeraaa, subieeeeeraaaaaa, dejando allá abajo a tanto mequetrefe cumbanchero, tanto criollo de patatín patatán, tanta cubanita que nació con el sigilo, tantísimo patán patón, y en fin, tanta posterior desgracia en la marcha imparable hacia el cuarto mundo. Tú en el aire, espléndido con tus bártulos, y abajo los mortales desbartulados, hasta que comenzaste a deslastrarte desbartulizándote de objetos. De esa manera cayeron sobre la hermosa ciudad que siglo y medio más tarde comenzaría a convertirse en un inmenso bache, palomas, flores, versos… y, al final, en sendos paracaídas, un par de cuadrúpedos, cuadrúpedos de pelo en pecho, cuadrúpedos literales, nada de dirigentes del partido o de alguna organización de masas. Se supone que eran un par de chivos que, en el descenso, resultaron más que expiatorios, espurias cabras sobre los reunidos cabrones, de cuyo destino nada se supo jamás, como sucedería en la actualidad si alguien lanza un objeto similar sobre San Miguel del Padrón, el Diezmero, Cocosolo o cualquier zona turística de esas.

Y yo me digo, caramba, "me cerebro y me canto a mí mismo", que si de noche todos los gatos son pardos y viceversa; y si de arriba todo se ve muy chato, por qué yo, en los últimos años que pasé en aquella inmensa compañía danzaria, todo lo veía también aplastado desde abajo. Te entiendo, te comprendo, te copio y te calco sin talco, porque sentí lo mismo cuando aquel pájaro descomunal —y no estoy hablando de ningún poeta conocido, líbreme Dios de la Calumnia Juvenal del Centén Ario— sino del avión que me llevó, salvador, allende los males. Cosa curiosa que no sólo el tal Vives se entusiasmara con tu voleo, y que, inicioso e iniciativo, haya apoyado la levitación con popular suscripción, sino que su policía no te hubiera revisado el canasto para requisarte pollos, palomas, chivos y versos. Está comprobado que en una improbable e hipotética ascendencia nubedosa en La Habana actual, apuesto lo que sea que te dejarían pasar los chivos, pero los versos no. Hay que ver el miedo que le han cogido a los versos, cará. En definitiva uno de los chivos puede ser un agente, y tenerte controlado en el aire. Pero un verso no es, como antes era, un objeto inocente e inanimado sobre el que reposar las guedejas de la cabeza. Un verso es candela viva, caballero, y hubieras ido en canelón con hidrógeno enemigo, canasto y aves Marías purísimas. Y he de decir, para mayor INRI de aquel pasado tiempo de tu hazaña, que, ni una sola paloma de las que lanzaste, buscó tibio refugio en hombro alguno. Ese dato me deja más tranquilo. Y mira que dicen que Vives era tronco de hideputa, y las palomas tienen cierta tendencia a asentarse en esa maldita sombra. Son como confusos amigos que están lejos, todas muy miserables.

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