www.cubaencuentro.com Viernes, 18 de julio de 2003

 
Parte 4/4
 
Carta a José Domingo Blinó
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Ese glorioso día subiiiiiiste y te alejaaaaaaaaaste cantidad, Blinó se neblinó, siempre rumbo al poniente, que no sé hacia dónde coño queda eso en La Habana, hasta desaparecer para consternación de los envidiosos de abajo, e incluso de gente ilusionada que te había cogido cariño. Claro que tú, ni corto ni perezoso —pero corporalmente malhecho— te habías asesorado con los mejores profesores de Física y Química de la capital, que no eran todavía profesores emergentes, así que algo le sabían a sus materias. Gracias a ese detalle y al generoso viento que te tiró un cabo a esa hora, subiste más alto que todos los pepes y yumas anteriores, y desapareciste en el cielo azul turquí cantando chogüí, chogüí. O quizá el embrión de aquella futura tonadilla: "Conozca Cuba primero/ y el extranjero después". Y como había libertad de prensa —esa cosa tan horrible— y existían hasta varios periódicos con personalidad muy propia —líbreme Dios también de esa lacra— se armó en la población como una angustia y un dale al que no te dio, y unas expectativas muy expectantes y expectorantes, porque muchos seres humanos te hacían devorado ya por los indios motilones, o dando remo por el Mississippi, o en el vientre de una anaconda, y hasta se ofreció recompensa por encontrarte.

Nada del otro jueves, osado y escoriado globero. Habías descendido en territorio nacional, no lejos de la capital, en una caída que marcaría toda tendencia de futura felicidad nacional: en un potrero. Exactamente en el potrero de San José, en Quiebra Hacha, en la dulce y durmiente provincia de Pinar del Río. Todo plan posterior de remontar la atmósfera terminaría en los siglos venideros de ese infructuoso modo, en medio de la nutriente pangola y la feroz hierba de Guinea, como el ganado que se ha perdido, lo que afirma nuestro destino vegetal y la insular propensión al monocultivo. Así y todo, fuiste famoso, todo un héroe, y llovieron sobre tu hojalatera persona cientos de felicitaciones. Y poemas, Blinó, toneladas de versos, que en aquel tiempo no eran tan peligrosos.

Luego, el cubano, con su majomía y su perseverancia en desgraciarle la vida al prójimo, levantó acuciante clamor para que repitieras y pusieras camarones. Y como habías aprendido algo de tu experiencia como primer globonauta nacional, sabiendo que la mezclilla de importación era más resistente para esos viajes celestes, te fuiste a Nueva York de compras. Y ahí se jorobó más la historia. Cuentan que al regreso enfermaste en el barco, y el globo se te desinfló para siempre. Tu cuerpo fue lanzado a descansar —no se sabe si envuelto en el aerostato— al mar abierto y democrático, que para irte del país mejor lo hubieras hecho en balsa, que lleva menos hidrógeno. Al menos en ese líquido elemento ya podías cumplir eso de poner camarones. Pero nadie te quita lo de haber sido el primero en llegar tan alto, mal que le pese a otros. Los hay que suben y luego no se quieren bajar.

En las nubes y sin aire

Ramón

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