Engasado, encamado y ñampiado bandido de la luz roja Carril Chessman:
Mi abuela me enseñó que con las cosas de la muerte no se juega. Tal vez porque te pasa una sola vez en la vida, y en esa única ocasión no se puede andar con blandenguerías, chistecitos de mal gusto, titubeos, libros de quejas o sugerencias, etc. La Pelona es, quizá, lo más trascendente y definitivo que nos puede ocurrir, aunque siempre un poco menos cruel que el papeleo que se arma más tarde. Es algo que no tiene reenganche. Ya sé que de todas maneras hay que morirse, y en esto, la oferta es variada: de vecino celoso, accidente, ladrillo desprendido, por osadía, inexperiencia, o evaporado por decreto de un gobierno o asociación algo nacional de cagalitrosos con maña. Inmolado o amolado. Pocos son los que escogen la manera, y te aseguro a ti que puede haberlas artísticas, estéticamente impecables, pero ninguna bonita. O al menos que me guste. Creo que ese es uno de los servicios donde ningún cliente queda complacido. Cuando alguien le suelta a uno eso de: "Yo lo que quiero es morirme", huélale el aliento y tómele el pulso, pero devolviéndole el reloj. Seguro va a encontrarle más de ochenta rones por minuto. Y la halitosis de desesperanza momentánea será capaz de lanzarle de glúteos. La frase tiene otras variantes, según la temporada: "A mí, que me parta un rayo" (muy común en el suave estío insular, que es cuando crece el hastío), "Ábrete, tierra, y trágame"(onda microbrigada, muy común en zonas campestres, y con ella se manifiesta el deseo de integrarse al elemento barroso. Una especie de petición de ser tomado como "arcilla fundamental de nuestra obra"), "A mí me da lo mismo un entierro que un homenaje" y "Pa' lo que sea, Fidel, pa' lo que sea" (dos variantes de la coprofagía).
La gente se preguntará ahora por qué abro campo hoy con esta idea bastante solavayesca, hablando de la pena de muerte y la pena que da —aunque hay veces que también da pena estar vivo, o tal vez, más que pena, vergüenza— porque te han olvidado, como ya esperabas, como predijiste. Incluso lo escribiste en tu carta de despedida —que no es aquella donde otro dijo abúr colgándole los hijos al erario público— a un amigo periodista del San Francisco Examiner. He buscado despedidas de muertecidos nacionales en la prensa de mi país y no las he encontrado. Ha de ser porque los periodistas cubanos no tienen muchos amigos entre la gente no confiable. O tal vez los que morituri te saludant no tenían tinta ya a última hora, o papel, o ganas, que cualquier cosa es posible. Como que nunca se ha hecho público qué piden como última voluntad —exceptuando gráciles mentadas de madre— que no creo lleguen a aquello tan tragicómico que cantaba Pepe Biondi, cuando, frente al pelotón de fusilamiento y sin descubrir el hielo, al prisionero le preguntaban qué quería, y del fondo del alma le salía una petición descalabrante con eso de: "Que apunten pa'otro lao", imposible a todas luces, e incluso a oscuras. |