www.cubaencuentro.com Viernes, 18 de julio de 2003

 
Parte 2/4
 
Carta a Valeriano Weyler
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Pero yo, que soy muy malo en fechas y datas —poco datado anatómicamente, aunque atómico en mi anatema atomizador— no olvidaré nunca, jamás de los jamases, el 12 de febrero de 1896, en que la Corona le nombró Capitán General de la Isla de Cuba, con plenos poderes y planos placeres. Ese infausto día tomó posesión de la posición, y esto me recuerda que se pasó casi sesenta años tomando. Tomaba de todo, desde posesión de un cargo, hasta medidas drásticas, dramáticas y draconianas. Tomó la decisión de armar aquellas malicias de voluntarios, pagadas por comerciantes, en la primera guerra, en el inicio del 1869. Con sus huestes milicianas, donde cohabitaban y compartían su pan y su maldad "gentes de cien mil raleas", asoló el Oriente cubano y mostró esa alegre deshumanización que le puso más estrellitas en las hombreras, y hasta derrotó al Mayor Agramonte y tomó —otra vez el verbo ingestionable, cará— Nuevitas, que entonces era tal. Luego inició un post grado de chapeo en Santo Domingo y no paró hasta las Filipinas, que no son esas muchachas rasgadas por los ojos y abultadas en el Ecuador, sino unas islas asiadas.

Me he atrevido a armar toda una teoría sobre el salfumán que poseen algunos homínidos en el torrente sanguíneo, partiendo un poco de los delirios lombrosianos, mi rala experiencia de la Universidad de la Jata, y cierta inspiración provocada por su retrato de cuerpo y patilla enteros. ¿Y qué vide, Iturbide? Comprendide que ciertos lácteos deplorables —conocidos por el vulgo como "mala leche"— se desarrollan en el carapacho personal de ciertos seres por un profundo complejo de estatura. Los extremos son malos —los extremeños, peor, y no le digo nada de los estreñidos—, malísimos, y en ocasiones irremediables. Usted anda por debajo de los 5,50 y piensa que todos le miran por encima del hombro, tirándolo a mondongo, sintiéndose jurel encebollado, y con un perenne ardor en la cervical que lo descervica y descalifica, de tanto alzar la zona de la jeta que se conoce como rostro. Los altos también padecen de esos daños cerebrales, pues de tanto mirar en lontananza y para abajo, se llegan a creer que el resto de los mamíferos bípedos les aclaman y adoran, y están ahí, por debajo de la línea de flotación, esperando un salvavidas de su cubierta. No sé por qué me viene a la mente uno que me reconcentró durante casi un par de veinte años. Pero de tal sujeto le chamullaré más adelante.

Con esa alegría de perro capado, y unos entorchados que ya quisieran en algunas fiestas de quince en Miami y Camajuaní, aterrizó usted en la manigua redentora, como ya dije, pedazo de gorgojo hiperbólico, allá en febrero del 96, sustituyendo a Martínez Campos, a quien se le ponía el mango muy de Baraguá, y el chocolate espesísimo. Iba usted con recomendaciones personales de Cánovas del Castillo, aquel presidente español que se interpuso entre unas balas y la pared de una estación ferroviaria, seguramente de impaciencia, por la demora de los trenes. Algún día hablaré de ese magnicidio, porque huele a quemao, con implicaciones cubanas y boricuas, mas hoy me dedicaré solamente al mallorquinicidio, disfrazado de alfombra para que me pisen las niñas, que la aguja sabe lo que cose, y el dedal lo que arrempuja.

Cuando regresó a la Isla, la cosa estaba color hormiga, todo muy rarito, caliente, y los mambises habían perfeccionado la receta de la canchánchara. Nada era como en la guerra anterior, que fue larga, pero en la que hubo demasiados guisazos y la mar de cabezazos. A su llegada había un dale pallá y vuelve pacá, pasito alante varón, una efervescencia de alka setzer, y una movilidad inusitada, como si el Ejército Libertador hubiese renovado el parque móvil y los caballos funcionaran con diessel. Y claro, usted, que le conocía las huellas dactilares al jején, el color al bejuco y el olor al bajareque, y a quien resbalaban la malaria y el paludismo, no se puso a dar palus de ciego. Cortó por lo sano, que se puso enfermo. Dictó un bando para recoger a todas las bestias de una, dos y cuatro patas, evacuarlas de la zona de conflicto —que así se llamaban las regiones insurrectas— y en ese jamo arrastró a toda la población rural, medio rural y casi rural. No me lo tiene que rural nadie que pintaba a cagástrofe la jugada. He aquí un par de eructos reales que suenan a edictos:

1. Inicio
2. Pero yo, que soy muy malo...
3. Todos los habitantes...
4. Yo pondría su paso por...
   
 
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