www.cubaencuentro.com Martes, 07 de octubre de 2003

 
Parte 1/3
 
Carta a Bigote é Gato
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Estrafalario, farandulario, bohemio y paisajístico Manuel Pérez Rodríguez, Bigote é Gato, por más señas:

Bigote é Gato
Bigote é Gato (Emilio Fernández de la Vega).

La cuestión no es —como diría Hamlet, adivinando el arribo de unas extrañas diarreas mentales— que hayas decidido irte ahora, que La Habana pretende imitar al Berlín de postguerra, sino que te hayas demorado tanto en hacerlo. Como para jorobar y llevarle la contraria a la muerte. Como si no fuese Dios, o su subalterno en la computadora celestial, San Pedro, encargado de la CONACA y las llaves, quienes activaran el llamado a filas, sino tú mismitico y mismito, tumé, quien decidiera la hora de colgar los spikes y cerrar la puerta del camerino. Y montándote en brioso Mike Corcel o en burro de Bainoa, entrarle al cielo o al infierno por el atajo que más te enamore.

La nota interesante —más allá de las muchas que agarré en aquella Habana crepuscular tuya, pretendiendo ser también "un gran sujeto", de Luyanó a la Virgen del Camino, de Línea y 18 a Santa Amalia, aunque reconozco aquí con cierta vergüenza que no logré cumplir las metas trenzadas cuando me sujetaba amablemente la policía, mi tamaño me hacía daño— sería: cómo parecer un loco durante tanto tiempo, estar como crazy en plantilla, en un fingimiento que, de tan real y hondo, te puso en el Todos Estrellas de los sansis habaneros de una larga Época, llegando al Fin de Siglo, con Encanto quemado hasta los cimientos, pero con los mostachos invictos.

Pudiera consultar al maestro Freud, mas le supongo ocupado, activo sexualmente en alguna onda edípica, incapaz de lanzar la filípica. Su discípulo Jung no me ofrece mucha confianza. Y los mecánicos mentales de Argentina están arreglando el corralito. De manera que meteremos sesión entre tú y yo, sin diván divino, que nuestro país se ha convertido en exportador de sofases desfasados. Tiéndete cuan cuerdo eras, que tengo cuerdo para rato.

Si le hacemos caso a la realidad, que es una cosa que nunca sale en el periódico Granma, hubieras sido toda la vida un gas sin peste, un hombre de largos y dalinianos bigotes, un tipo chévere y eso, un tin llamativo en el barrio, pero nada más. Lo afirmo porque en tu tiempo la competencia era dura de verdad. ¿Qué significaban en aquel entonces unos grandes e hirsutos pelos en la bemba superior de un asturiano aplatanado, con camisa estilo Irakere, comparándolo con El Caballero de París, Grau haciendo el pollito, Eduardo Chibás creyendo en la honestidad del ser humano, Pío pa' Jaruco, La Marquesa, el Chori garrapateando el asfalto, el Alacrán tumbando caña, y Alejo Carpentier practicando el patuá del Cerro? Eras uno más hasta que vino a chivatearte, musical y guaracheramente, el jefe Daniel Santos, el inquieto anacobero, con aquella gracia de tíbiri tábara y recholata criolla, reforzado por las trompetas unánimes de la Sonora Matancera, y con informe escrito —tipo retrato en los jardines de El Capitolio Nacional— de Jesús Guerra, autor de la vacilonística letra. En la misma Sonora tenías un rival de tu propio corazón, y se llamaba Bienvenido Granda, al que jamás se le adivinaba de qué parte de la fronda labial le salían los boleros.

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