www.cubaencuentro.com Jueves, 13 de noviembre de 2003

 
Parte 1/4
 
Carta a Domingo del Monte (II)
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Tertuliero, cartógrafo y decimonónico Domingo del Monte again:

Y fíjese que le digo again, que es como se dice "otra vez" o "de nuevo", en las películas, sobre todo en las francesas de Francia, las que protagonizaba Again Delón, que era uno muy serio que se atiende en el Ameijeiras, pero ya de esto usted ni se enteró. De modo y manera que, como en la anterior no pude decirle todo, a pesar de que eché mis pensamientos a borbotones, me borbotoné a raudales, siempre me quedaron cosas en el quintero, esa especie de tintoreto donde se echaba el liquen del bolígrafo, que en su tiempo de tertulias y talleres literarios era una pluma. De ganso o de cisne mudo, pero pluma al fin y al pavo.

Como pavo viene un poco de pavor (los barcos no son de pavor, sino de vapor, pero el vapor puede convertirse en lo primero si el barco es ajeno y dependiendo del rumbo que tome y del éxito que se tenga), quiero retomar —que suena a poeta cubano, pero no— el hilo de yute o henekén —henekén es una fibra con la que se cosían los calzoncillos los taínos; la cerveza es heinekén; los dos son verdes— de mis razonamientos, y de su vida tan movida y apariciosa. Porque, como usted estaba en todas, debió llamarse Aparicio y no Domingo, que es un día que suele llamar al reposo. Aunque se lo jeringaron con el apellido, que en siendo Del Monte ya suena a trabajo voluntario, agricultura y domingo rojo. Y en un domingo rojo uno se pone ídem, se hacen tertulias de otro tipo y hay mucho vapor, que es como un barco que surca los surcos, y el pueblo embravecido y victorioso —que es como se le dice a la masa inerte, que va donde va Vicente; pero si el domingo rojo es en el tabaco, se le llama pueblo embrevecido— se pone para las cosas y, con un entusiasmo tremendo —no lo viera usted— ataca las labores agrícolas de un modo tan jubiloso y pervertido que no deja títere con cabeza ni árbol con sombra, desgraciando irremediablemente la economía e inflingiéndole total derrota al subsuelo, al ecosistema y a todo enemigo de ese abono y calaña. Y presiento —luego, existo— que me fui de nuevo por la turgente, así que recojamos el jamo, que por aquí no pican.

Dejamos el palique, la conversadera, la tabarra, la muela, la trova —que en su variante más colorida se denomina, en cuate bate, la plática cubana— en aquellas tertulias que armó usted en los gruesos salones de su casa, donde una pléyade de cubanos prometedores e inteligentes se reflejaban en los amplios cristales de sus gafas. Por allí pululaban, y qué digo pulular, escanciaban sus copas e inteligencias, desde Cirilo con su tré hasta el cabezudo Plácido, que junto a usted daba la nota tenoria haciendo un Plácido Domingo. Ya era como 1836 y en los testimonios aportados por vecinos dispuestos a colaborar, tengo anotado que se había radicado en La Habana. Claro que, cualquiera tan suspicaz como yo —que quiere decir "capaz de suspirar" o "suspira capacitadamente"— y leyendo con esta proboscidia que padezco en los jojos de la cara de tanto quinqué y alfabertos, leyendo de corrido —mexicano— confunde "radicarse" con "radicalizarse", por algún desvío azaroso de la raquidea. Y mire qué casualidad: el cuadro estaba pintado para que le llovieran los problemas. Reunión de intelectuales, escándalos púdicos, remas y rimas, prensa libre o morir, y sociedad con el cónsul inglés Turnbull, que todo mezclado huele a conspiración y va haciendo una espiral y una escalera grande y otra chiquita, aunque sospecho que usted no turnbull la culpa de nada.

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3. Y mire que usted hizo por...
4. Algo que no admite discusión...
   
 
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