www.cubaencuentro.com Jueves, 13 de noviembre de 2003

 
Parte 1/4
 
Carta al Rey de los Campos de Cuba
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Robinjúdico, guájaro y cuatrero Manuel García Ponce, Rey de los Campos de Cuba:

Hay que ser duro de mollera para ser bandolero en un país donde eso se da como la verdolaga. Es un oficio con abrumadora competencia y con unas condiciones de trabajo tan duras como los cazadores de cocodrilos de la Ciénaga de Zapata, con la diferencia de que si te engrampa un saurio en medio del chapoleteo y la bobería puedes perder una pierna, un brazo, una oreja, o te queda la pantorrilla con más surcos inútiles que los que tenía el Cordón de La Habana.

En cambio, en lo tuyo, si te echa mano la rueda dentada de la justicia, lo vas perdiendo todo, empezando por la luz, las esperanzas, la pierna —de jamón—, el lenguaje, y en ocasiones, hasta ciertos recónditos y dolorosos lugares que se suelen usar para otra cosa y no para el violento amor carnal.

Ya sé que, desde que el hombre es hombre —igual desde que la mujer es mujer— si mira a su alrededor, en un vistazo nada melancólico, encuentra material de trabajo abundante en otros seres a su imagen y semejanza, y que lo único que hay que tener para hacerlos rentables es buena disposición, carácter temerario, desprecio al peligro y la oscuridad, un caballo y cierta propensión a la bejuquera, que te garantiza el camuflaje perfecto, el campamento base, la retirada a tiempo y los escondites, aunque a veces va sobrando el caballo, que hay algunos equinos poco confiables y podrían delatarte a la primera presión, sin que medie cañona o tortura.

Conozco caballos con trastorno de personalidad, nada confiables a la hora de involucrarlos en proyectos importantes. En tu caso, cumplías sobradamente los requisitos, y hasta tenías la ventaja de que, al ser un criollazo, presumiblemente pichón de isleño, no te podría delatar acento castizo o andaluz.

Imagina el contratiempo —y la ventaja que darías a tus perseguidores en la búsqueda y captura— de asaltar a alguien en un camino por muy solitario que sea, diciendo: "La hoztia bendita, baztardo de loz mil diabloz, voto a Dioz, entregadme vuestroz ahorroz, lechez, que en cazo contrario oz haré moñinga de perro, rediéz, hala Madriz".

Sospecho que te localizarían con celeridad si la víctima se acerca, semidesnuda y temblorosa, al primer puesto militar o de guardia rural gritando: "Fue el gallego, fue el gallego". Y no creo que funcionara distinto si tu protocolo de despojancia llevara aires de bulerías o fandangos, si en idéntica situación gritaras eso de: "Joé, mi niño, ve sortando laj perraj gordaj, josú, que soy máj peligroso que un arfilé en una fábrica e condone, po la vrigen, salao". Intuyo que tampoco conservarías el necesario anonimato si le sueltas de sopetón a la aterrorizada víctima: "Venga, nagüe, afloje lo centene, la magua, compay, no se me ponga juyuyo y revencú, eh eh", porque circularían la zona oriental de Las Tunas al Guaso.

De nada valdría la máscara —tal vez confeccionada en Jota Vallés— si cometieras la imprudencia de anunciar raíces canarias, exigiéndole al asaltado una ración de gofio, o invitándole a comer papas arrugadas o conejo al salmorejo. Nada de mencionarle El Teide, el pleito insular o a los guanches. Calladito estabas más guapo. El bandidaje tiene sus reglas, que, llegando a lo sangriento, pudieran ser líos menstruales.

Aunque parezca mentira, en tus tiempos, ser bandolero, bandido, salteador o cuatrero, llevaba una estricta ética, y una dedicación total, amén de conocimientos de flora y fauna, tipos de cambio, geografía, historia universal, táctica y estrategia, orografía, medicina deportiva, economía política, numismática, derecho penal y romano, religión, rudimentos filosóficos, anatomía elemental, primeros auxilios, gastronomía, química básica, idiomas, meteorología, dactilografía, bailes de salón, topografía, ingeniería de caminos, ganadería y heráldica. Y toponimia, para no equivocarse en los golpes.

1. Inicio
2. No era lo mismo hacerle...
3. Todo indica que los insulares...
4. A la invitación a colaborar...
   
 
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