www.cubaencuentro.com Jueves, 13 de noviembre de 2003

 
  Parte 1/3
 
La importancia de llamarse Hipólito
Aunque Castro se cambió el nombre en su juventud, la espontaneidad popular llama al viejo Polo de diversas maneras, sobre todo en los graffitis de los urinarios públicos.
por ENRISCO, Nueva Jersey
 

De Francia acaba de llegar uno de los secretos mejor guardados en la isla de Cuba. No se trata del paradero de Camilo Cienfuegos o el de los casquitos de guayaba. Se trata de algo más profundo aún. La malanga. No, en serio, se trata de otro tipo de profundidad. La revelación apareció en una reciente biografía sobre el Comandante en Jefe escrita por el francés Serge Raffy.

F. Castro
De Hipólito nada. Alejandro, como El Magno.

Seguro que estarán pensando lo mismo que yo. ¿Qué va a venirnos a contar un francés sobre el Comandante que ya no sepamos? Pues sí, hay revelaciones estremecedoras en la biografía y después de todo tiene su lógica. Si nos ponemos a pensar, todo lo que hay de interesante en la Isla alguna vez vino de afuera: desde el arroz, la carne de puerco, la yuca y los frijoles, hasta los taínos (vinieron con la yuca) y todos nuestros antepasados (que fueron los que trajeron el resto del menú). Eso explica que en el empeño por eliminar toda injerencia extranjera los cubanos hayamos terminado comiendo tierra.

Bueno, tampoco es para estar dilatando la noticia durante todo el artículo. Resulta que como nos revela la biografía del comandante titulada Castro, el Infiel, el nombre verdadero del Comandante, el que le pusieron al nacer, fue Fidel Hipólito Ruz. Como lo oyen. Resulta que como Hipólito nació fuera del matrimonio, su padre, Ángel Castro, no pudo reconocerlo sino hasta que cumplió 17 años (otra biografía dice que hasta los 15).

Fue entonces que en pleno uso de sus capacidades mentales, Fidel Hipólito decidió cambiarse el nombre por uno de protagonista de telenovela: Fidel Alejandro. Castro error, aunque cualquiera lo entiende. Todavía era muy temprano en nuestra historia para explicarle que realmente el nombre que debía cambiar era el otro. Pero esa no es la única revelación impactante.

La Perla de las Antillas no es precisamente el imperio de la discreción. Aun así, hasta ahora Hipólito se las había arreglado para que no conociéramos su verdadero nombre o las circunstancias en las que lo cambió. Pero si hay un mérito que hay que reconocerle al viejo Polo, que es muy cuidadoso con las cosas privadas, o al menos muy privado para sus cosas. Y ahí está otra injusticia que frecuentemente se comete con él: presentarlo como un enemigo de lo privado. Justamente a él, que si algo le ha dado en abundancia a sus compatriotas son privaciones.

El nuevo biógrafo de Hipólito se empeña de todas maneras en buscarle explicaciones freudianas a su compleja y rica personalidad (nos referimos a la de Hipólito por supuesto). Así que afirma que buena parte del impulso de su actuación histórica lo debe a su "propósito de resarcimiento de su origen bastardo".

Como se sabe, Freud fue el inventor del psicoanálisis, ciencia que se encarga de estudiar el significado inconsciente de la conducta. Según el psicoanálisis, cuando uno no asocia cualquier cosa con el pene (origen de muchas enfermedades mentales), entonces hace lo contrario; es decir, asociar el pene con cualquier cosa (origen de la mayor parte de las enfermedades venéreas). O si no está como Marco, aquel personaje de dibujos animados japoneses, buscando siempre al padre y por ahí entra el complejo de Edipo y todas esas cosas. Eso explicaría en el caso de Hipólito su oposición a que sus compatriotas coman carne de res.

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