www.cubaencuentro.com Jueves, 13 de noviembre de 2003

 
Parte 1/3
 
Carta a la Condesa de Merlín
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Rebeliónica y arisca aristócrata María de las Mercedes (o de la Merced) Santa Cruz y Montalvo, Condesa de Merlín:

Gender

Cada vez que la ciudad de La Habana se me despinta un poco en la lejanía, me releo sus cosas, y de esa evocación surgen invocaciones que me la vuelven a pintar. Al menos las fachadas que no se han logrado fachar estrenan nueva facha. Es una especie de brocha gorda literaria, pero con pintura de aceite, para evitar que los desconsiderados me agüen la fiesta. No sé si el método que sigo para reconstruirla será Leal, pero a barato no le gana nadie. Solamente corre un peligro: leyendo sus visiones de la ciudad que conoció, equilibrando la mezcla atemperada con la que conocí yo y aderezándola a fuego lento con lo que me cuentan de ella hoy, sale algo distinto, una ciudad diferente, a medio camino entre Victorino y Güira de Melena, con ciertos retoques romanos. Por lo menos veo muy claro La Romanita, y hasta huele a pizza en mi memoria. Un aroma que "camina y ven pa' la loma", que rueda calle 11 a la derecha, obvia la entrada de aquellos muros misteriosos del caserón de 24, de donde salen escalofriantes gemidos y llega al Puente de Hierro sin encontrar muro que le detenga. Un muro de Merlín, como el de su título. Aunque para detener, ya hay cosas azules en la punta del puente donde pueden decomisarle a uno hasta La flor de la canela, y llevarlo precisamente en canela aunque no sea en rama.

Lo primero que puede notar —nota aparte— el feliz e informado cubano que mire La Habana con otros ojos, bien sea desde el fondo soleado de un bache en la Virgen del Camino, o trepado sobre la cumbre victoriosa de un camellón de la Calzada de la Infanta, es que usted tenía unos apellidos como de circo ambulante, que en otro sentido se diría de rancia ascendencia, alejadísimo de la masividad, y de una implebeyez rotunda. Ya llegaremos a eso cuando desnudemos el cuerpo de su vida, que era más lozano que un cuerpo de ejército y muy poco lezcano, es decir, cuando describamos su adolescencia como escribanos.

Pues bien, hagan jugo, señores, pasemos a lo nuestro, que es siniestro. Usted llenó de júbilo aquella ciudad de nuestros antiguos amores y actuales resquemores la mañana del 5 de febrero de 1789, una fecha tremenda allá en los Parises, pero que no obsturó (para no repetir lo de repercutió, que suena a arcabuz y al cuerpo de ejército antes mencionado) para nada la vida cotidiana en la Plaza Vieja, donde estaba ese gabinete nada sobredimensionado de sus papases, los Condes de San Juan de Jaruco, que eran muy rancios y aristócratas. Todo lo que aristocraban, lo convertían en oro. He aquí, para que se entere la plebe insensata que se conmueve hoy con burdos culebrones en vez de hacerlo con bardos encarcelados, un paisaje brevecito, una pincelada relampagueante del árbol genealógico donde usted floreció como buena hija de fruta:

— Papá Don Joaquín de Santa Cruz y Cárdenas llegó a ser el hombre más rico de la Isla entre 1769 y 1807, linajudo con origen en Soria. Sus antecesores metieron pescao en la Reconquista. Estandarte peleón que flamearía, allá por 1212, en las Navas de Tolosa, junto a los reyes de Navarra, Aragón y Cataluña y de Castilla, contra los almohades de Miramamolín. Don Joaquín traía cierta tara por ello. No se puede vencer a alguien de Miramamolín sin ser un poco Miramamalón. Pelear contra los almohades da un poco de sueño, digo yo. Luego, un abuelete o bisabuelete o tatarabuelete suyo llegó a Cuba en el guán tú trí cojan puestos de los primeros años de la conquista.

— Mamá Doña Teresa Montalvo y O'Farrill, de la estirpe de los patricios (no de la playa) y sobrina de aquel santo varón que era ají guaguao, el general Don Gonzalo O'Farrill, peso pesado en la Corte de Carlos IV.

1. Inicio
2. Dentro de aquella mansión...
3. Pero antes, en contubernio invernal...
   
 
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