www.cubaencuentro.com Jueves, 13 de noviembre de 2003

 
Parte 1/4
 
Carta a la Condesa de Merlín (II)
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Aparisina memoriante María de la Merced y etcétera, Condesa de Merlín, segundo palique:

Dijo una voz popular: "¿Quién me presta una escalera para subir al madero?". Y otra, como respondiéndole, en cadencioso chachachá, soltó el sabio consejo: "Aguántate de la brocha/ que me llevo la escalera". Obvio —que es un objeto bolante vien identificado oy— otras preguntas respuestas que no vienen a cuento, pero que me servirían también, porque "una cosa piensa el borracho y otra el bodeguero", es decir, que cuando llegó usted a Madrid comenzó a vivir mentalmente en La Habana. Tal vez, "en el fondo de usted y arrodillado/ un Miño triste como yo, nos mira", con lo que quiero expresar, a mi manera un poco turbia, que en Cuba, bajo la luz asesina de ese sol, usted se moría de ganas de estar en España, con ese chorizo Miño apesadumbrado y en postura piadosa. Ya lo dijo otro sabio varón que no es conde sus sentimientos: "Cada uno goza con lo que le falta". Y gracias a ese masoquismo se insertó usted en nuestra histeria paria, o historia patria, a través de las letras, cuando ya no estaba físicamente bajo la algarabía de aquella Plaza Vieja —que no es lo mismo que decir: "Vieja, vamos a la Plaza a hacer algarabía", y van el muerto alante y la algarabía atrás, cantando con voz estentórea (que es la que sale del estentor, ese hueso del pecho): "Lápiz, cartilla y manual, algarabizar, algarabizar, venderemos", en perfecto algarabe antiguo— de vendedores y anunciantes, morenaje estridente en el paisaje colonial. Ya se dará cuenta de que han decretado el otoño, y esa estación me confunde mucho.

Poniéndonos para las cosas, y nos dé tiempo a los dos de disfrutar de ese adorable siglo XIX que usted vivió a pierna suelta, y yo intento ahora revivir sin mucho apoyo de mis congéneres congelados, debo cortar por lo sano y dar una fecha: 25 de abril de 1802; esto me recuerda otro hermoso poema lírico llevado al pentagrama por la exaltada voz viril de un pardo que no era llada, y reza más o menos así: "El güini, el güini, el güini tiene candela", que no es el mismo fuego que hay en el 23, refiriéndonos a otro canto épico de la época. Cuando dije cortar por lo sano no aludía exactamente al mes de abril, "el mes más cruel", sino a dejar el islote flotando en su ineptitud, y en un letargo muy largo. Si aceptamos que es "un largo lagarto verde", y no me discuten el calificativo de aletargado, entonces Cubita es un lagatargo, un letagarto, o un legalatargato, y ya colé un mamífero en la jugada para que haya lactantes en el asunto, sin proclamarlos mamalones, que rima con camaleones. Ese 1802, año de su partida —casi partida de nacimiento— a bordo de su padre que se encontraba a su vez al lado suyo en cubierta encubierto, haciéndole a su futuro un grande babor, en la escudera que mandaba el almirante Gravina —viejo marinero experto en mareos acuáticos que lo impulsaron a inventar el gravinol— fue un año duro y espléndido, sorprendente y atiborrado, napoleónico por los cuatro acostados.

Napoleón Bonaparte era como un sábado corto que quiso añejarse en el poder, bajísimo en todos los sentidos, oriundo de Córcega —por eso también se le conoce como sábado corso—, que tuvo una luminosa y preclara idea: como París era conocida como La Ciudad Luz, se le ocurrió iluminar al resto de Europa, siendo él mismo foco de la atención, soleado y solemne, solapado y soporífero, rápido como un rayo. Estratega de bolsillo, estatura portátil, licor de caneca, el Napo amó profundamente a España. Para asegurar ese amor puso a su hermano José en lugar del rey Carlos IV, trocando bourbón por cognac, a quien el pueblo —siempre sabio cuando está unido y no será vencido— bautizaría como Pepe Botella. ¿Por qué sigo delirando, querida condesa? No es solamente el otoño que me pervierte y revierte, es que ese nombre será importante para ambos. Los lectores curiosos esperan con ansiedad, por tanto no les diré todavía cómo su mamá suya de usted se trajinaba al susodicho, sacándole amorosamente el corcho, descorchándole asiduamente, rasgándole la etiqueta, desafiando esa sentencia serena de que segundas bonapartes nunca fueron buenas. Y ahora la dejo a usted en pleno 1802, creciendo hacia todos los puntos cardenales, en aquel Madrid escuálido y cortesano, al que llegó con su espigamiento precoz, su asombro redondo, sus imágenes habaneras y el pa' Jaruco en pleno esplendor, tras peinar Cádiz y Sevilla, para caer en Aranjuez, que era donde se cortaba el bacalao cortesano.

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3. Después de todos los engorros...
4. Sé que 1839 fue un año...
   
 
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