www.cubaencuentro.com Martes, 18 de mayo de 2004

 
Parte 1/3
 
Carta a Eduardo Saborit (II)
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Cubilindio y defendorio Eduardo Saborit, segunda cháchara:

Existe una rara actitud en los hombres, que en las peores situaciones deciden apretar las clavijas de la lira, agarrar fuerte el manubrio y darle a los pedales de lo heroico. Sucede en las ocasiones más indigestas. Entonces se gesta lo que los expertos suelen llamar "Canciones de gesta", tal vez porque alientan, estimulan, convocan, a gesticular mucho, a hablar de nuestro valor, a recontar supuestos logros, a sacar la bestia valiente que llevamos dentro. Así nacen los himnos y toda una manada peluda de canciones, que nos embuten tocándonos ciertas fibras, haciéndonos creer que somos mejores de lo que nos decían nuestras abuelas.

E. Saborit

Lo peor de todo es que la gente se las traga sin mayonesa ni azúcar, que son pegajosas, rítmicas, sencillas, claras, como para que las entienda hasta la estatua del parque del pueblo, y así, con paciencia, con saliva y con ciertas orientaciones a los medios mansitos de comunicación, se cuelan en nuestro hit parade, y las entonamos lo mismo en la ducha que en una trinchera, en un cohete que estalla o bajo el tractor que nos desguaza, en acciones prostibularias o parvularias, con afeites o afeitándonos, en una litera de yute o trepados al asta de la bandera. Nos inmolamos musicalmente. Ardemos al son de la marimba. Crecemos con el canto tribal que nos traba.

Y nada del goce espiritual, profundo, filosófico, de un trino entre sensual y misterioso como este, que iluminó mis mejores días infantiles, donde Barbarito Diez, enhiesto e impávido, soltaba con su mejor rostro de palo y su alegría de velorio: "Mama Teresa se vaaaa/ mama Teresa se vaaaa/ porque no quiere bailar la rumba con Juan/ que tiene la pata gambá".

Puede que ese canto no coadyuve a la mala catadura moral que tendrá luego uno, ni romperá la rectitud ideológica de un cerebro en plena formación almidonaria, pero sí garantiza ciertos relajamientos patrióticos, al punto de que uno puede darse la vuelta en la cama al escuchar una corneta llamando a degüello, y seguir en el dulcísimo morfeaje, pensando que ya lo harán otros, que son, en definitiva, quienes suelen comerse sin masticar esas sandeces como sandías.

Porque la canción épica despierta en el ser humano algunos secretos complejos muy bien camuflados en el ADN. Mire si no, ¿qué falta le hace al gallo inflar la pechuga, echar la cresta hacia atrás, erizarse como si le hubiera dado la punzada del guajiro y soltar su grito de guerra después de haberle hecho el pespunte a veinte gallinas seguidas? Dígame usted para qué quiere proclamarlo, si hizo lo más importante en ese seminario olímpico. ¿Y la gallina? Dígame ¿para qué anuncia el fruto calcáreo de su alegre desliz? A menos de que esté avisando que hay cáscaras en el camino, no le veo ningún sentido al cacareo. Realizó su tarea con alto grado de colesterol y todo. Cumplió su misión. ¿También quiere glorificarlo?

Si usted se pone a mirar, y sé que lo hizo —pues si no, nadie se explica cómo parió una cancioncita mitad épica, mitad geográfica—, no hay nada más fácil que exacerbar, alebrestar, exaltar y expoliar los sentimientos plebeyos, las ansias supermánicas de cualquier infeliz de vida monótona, monopatínica y monogámica. Meta música a un aullido, y luego instale en ese largo grito gutural algunas palabrejas simbólicas, como "patria", "valor", "combate", "victoria", "enemigo", "ideales", "sublime", y un largo etcétera que cabe en un cartucho.

Póngalo a hervir a cien grados centígrados y, mientras lo revuelve, puede ir agregándole "sangres", "hijos", "batallas", "gigantes" y verá las calorías que suele aportarle al mequetrefe menos colérico que encuentre. Si a esa cardiaca cocción le añade la boina de un miliciano, una bala de cualquier calibre o una medalla, es puro TNT. Todo eso, adornado luego con mímicas ridiculísimas, como la de ponerse una mano en el corazón, a la manera de los infartos, o saludar con el ñongo como si nos dieran un hachazo en plena frente.

Verá que ningún colectivo se quiere quedar sin su canto marcial: los infatigables Productores de 620 del Central Mabay o los alicateros de los Astilleros Chullima, el Consejo Superior de Practicantes de Tai Chí del parque de los chivos en Santos Suárez, los Recolectores de Semillas de Santa Juana de la Sierra de Cristal, los Pescadores de Tilapias Antiimperialistas de Báguano, los Veteranos sin Aliciente de las afueras de Bejucal, los Karatecas Lisiados del Reparto Flores, los Destiladores de Mofucos Varios contra el Bloqueo de Corralillo, o los Motoristas Jubilados de Cabaiguán.

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