www.cubaencuentro.com Martes, 18 de mayo de 2004

 
Parte 1/3
 
Carta a Winston Churchill
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Humeante habanista britano Sir Winston Leonard Spencer Churchill:

Desde que tengo uso de razón —adquisición muy reciente— siempre le he visto como posado en la punta de una brava breva, un pardo tomahawk de piel cremosa, una vitola desmesurada que le obligaba a mantener un ojo como de contrabando, entrecerrado, especie de guiño cómplice, para que no me tragara yo la humareda o le creyera la mitad de la voluptuosa voluta. Eso me confundió durante mucho tiempo.

Winston Churchil

Había llegado a pensar que los ingleses —con la excepción de Los Beatles, Benny Hill, el orejón de la corte, Sherlock Homes y los Rupper— se dividían en dos tipos precisos: unos, pálidos y pecosos, transparentes, ingrávidos, suavemente mofletudos en ocasiones, con ese formato de nalga boba de nuestro trajincito de la infancia, insulsos y puntuales, con las teclas delanteras bastante descuidadas; y otros, gordos, bajitos, con poca pelusa en el coco, aferrados a una tea fumable, austeros, sólidos, con malas pulgas disimuladas a duras penas; del tipo gavilán con piojera, levemente autoritarios, y que pasaban, sin claves secretas, del humor más enigmático a la quema de pantuflas, algo entre Enrique VIII y el misterioso Hitchcock.

Luego aprendí que no era así, incluso sin pelucas eran más variados de lo que siempre pensé, y me congratulé del buen ojo que iba teniendo yo con Albión, a pesar de la alegre retinosis pigmentaria que desparramó el gobierno de los pagos que habitaba en esa época. Había ingleses de todos los tipos y tamaños, en todas sus salsas inglesas, incluyendo gorditos que no le llegaban al cohíba ni a la pipa. Yo tampoco le llegaba a la pipa en esos malos años, y menos a la de cerveza, por mucho que me cohibía.

Los que nunca se me despintaron eran los de faldas de cuadros, aunque tuve mi duda de que fueran trabajadores de Coppelia; pronto supe que eran escoceses en medio de mis escaseces. Y cuando veía a alguno muy rubicundo, a punto de estallar de ira tras una gran jarra de cerveza, ponía buen tino en lo sajón, porque esos eran irlandeses por Mac que lo negaran.

Yo le escribo ahora por muchos motivos. Son tantos que no recuerdo la mayor parte, pero su nombre y una biznieta suya han saltado a las páginas de actualidad en mi país. No sé cómo lo ha hecho su pariente, que ha de ser una dama de repunte, y con tanto humo en los huesos como años. Ha sido a propósito de un Festival del Habano, un invento ahí para apuñalear a la gente directamente al pulmón.

Es la única fecha en que La Habana se llena de humo ajeno. Normalmente la cubre la neblinosa rabia de sus habitantes. Y es una oportunidad para que, al menos una minoría, pueda pronunciar la palabra Vueltabajo sin que los policías sospechen que se habla de economía y derechos humanos. En ese ambiente tabacalero regresó usted por tercera vez a mi isla, y es un logro tremendo. En un país donde el pasado que tendremos mañana es algo tan incógnito como los tomates que podrás comprar esa jornada, alguien que estuvo siempre rodeado de una nube de humo, una nebulosa, nos lo hace pariente por la vía emocional.

Su caso confirma un descubrimiento mío: todo el que nace en Woodstock, condado de Oxford, un 30 de noviembre de 1874, se aficiona pronto al Hoyo de Monterrey Doble Coronas y suele vivir más de noventa años. Conozco a unos cuantos gorditos que lo han logrado. Tal vez porque yo, siendo mínimo, he hecho mía esa máxima suya que dice que: "El optimista ve una oportunidad en toda calamidad y el pesimista ve una calamidad en toda oportunidad".

Si no fuera así, no le estuviera escribiendo desde una azotea de Barcelona, mirando en lontananza, cubiertas por la niebla, las extensas vegas de tabaco. Supe ser optimista en la calamidad para arrimarme a la calamaridad, cuando el Reloba era casi un mocho. Para decirlo con metáfora tabaquista: piré cuando vi que al Romeo y Julieta se le había muerto hasta Shakespeare. O esta otra: espanté la mula al descubrir quién esconde el Montecristo.

No haré aquí la larga historia de su vida. Eso se comenta hasta en las peñas de pelota. Me gustaría, en cambio, hablar de sus dos visitas a Cuba, de su vínculo tabaquero con mi país y de la lucidez de algunas frases suyas, que nunca vi escritas en los murales de los CDR. A pesar de ellas, lo han homenajeado ahora con una nicotina muy alegre. Una que me gusta mucho, y que me complacería ver presidiendo alguna vez cualquier congreso, aunque sea un evento de cocina, dice así: "La democracia es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre. Con excepción de todos los demás".

Brillante, espléndida, epatante para venir de un hombre que estaba todo el día en el otro extremo de un sahumerio torcido en Viñales (Por su afición al humo y a la inteligencia, hay un puro que lleva su nombre. Un habano marca Churchill, que tiene 18,65 mm de diámetro y 178 mm de largo. Con eso se puede batear en Grandes Ligas y preñar a una chiva descuidada).

1. Inicio
2. Claro que esas cosas...
3. En 1947 regresó...
   
 
EnviarImprimir
 
 
En Esta Sección
Carta a Sergio 'Pipián' Martínez
RFL, Barcelona
Carta a Estée Lauder
Carta a Carlos Baliño (II)
Carta a Carlos Baliño (I)
Carta a Antonio Machín
Turismo a puertas cerradas
ENRISCO, Nueva Jersey
Editoriales
Sociedad
Cultura
Internacional
Deporte
Opinión
Desde
Entrevista
Buscador
Cartas
Convocatorias
Humor
Enlaces
Prensa
Documentos De Consulta
Ediciones
 
Nosotros Contacto Derechos Subir