www.cubaencuentro.com Jueves, 21 de octubre de 2004

 
  Parte 1/3
 
Olimpiadas 9/11
El modelo socialista cubano ha mostrado su amplia superioridad en la hazaña de producir medallas con pocos habitantes y menos carne de res.
por ENRISCO, Nueva Jersey
 

Pasó el mes de agosto y pasaron los cubanos todo el tiempo frente al televisor. Estaban ansiosos por saber cuántas medallas alcanzaría la representación nativa en los juegos olímpicos y cuántas veces más retransmitiría la televisión cubana Fahrenheit 9/11, el último documental de Michael Moore.

F. Castro
Bienvenida al medallista Anier García: ¿menos carne de res a partir de ahora?

Fahrenheit 9/11 está destinado a demostrar que George Bush junior es malo, lo que debe tomarse como una demostración matemática de que el Comandante es bueno. Por su parte, los juegos olímpicos —como todos sabemos— tienen su origen en eventos que se celebraban milenios atrás en la antigua Grecia y donde los atletas realizaban diversas competencias deportivas sin otra cosa que le cubriera el cuerpo que aceite de oliva.

Uno piensa en gente escasa de ropa, corriendo, lanzando cosas, o peleando a puñetazos para ser los primeros y entiende enseguida el atractivo que tendrían aquellos juegos olímpicos originales para los cubanos: nada más parecido a una cola para la pipa de cerveza en Párraga. Lo único que no entenderían los compatriotas es cómo es eso de andar encuero y enchumbado en aceite. Me temo que si los cubanos actuales hubieran sido espectadores de aquellas competencias nunca se hubieran enterado quién era el ganador, distraídos como estarían entre sus fantasías sexuales y las protestas por el despilfarro de aceite de oliva.

Esta vez vi los juegos olímpicos, cosa que no hacía desde 1980, cuando el osito Misha todavía no era objeto de la nostalgia de Carlos Varela. Después de eso el gobierno de la Isla decidió boicotear los dos siguientes, así que perdí la costumbre y decidí boicotear los tres posteriores no sentándome frente al televisor.

Sin embargo, gracias a una rotura de meniscos que limitaba mis movimientos justo hasta el refrigerador en busca de hielo para la rodilla y cerveza para la garganta, este año volví a disfrutar de la magia de los juegos olímpicos. Y uso esta expresión: "la magia de los juegos olímpicos", porque tiene que haber algo mágico en el hecho de pasarse un par de horas adosado al sofá viendo una competencia de tiro con arco, actividad que tiene una capacidad de entretenimiento similar al proceso de fotosíntesis de un cactus en tiempo real o a la de toda la producción del ICAIC en el último quinquenio.

Eso es la magia de los juegos olímpicos: quedar prendido de la pantalla del televisor viendo cualquier competencia como si se tratara de voleibol de playa femenino en los tiempos en que todavía el aceite de oliva no había sido sustituido por Adidas y Nike.

Las ventajas del socialismo cubano

Antes, los juegos olímpicos servían para recesar por unas semanas de las guerras o para reiniciarlas más tarde por razones diferentes. O sea, pasaban de un desacuerdo tonto: "¿por qué me tiraron esa jabalina?", a lo que un marxista leninista llamaría una contradicción antagónica: "¡el mío tiró la jabalina más lejos que el tuyo!". Ahora los juegos sirven para que durante tres semanas las guerras, si no se detienen, por lo menos no aparezcan tanto en televisión. Eso ya es algo, pero aún así uno se pregunta sobre el sentido de tanto sudor derramado. La respuesta, como suele suceder, la tiene el Comandante: los juegos olímpicos sirven para ratificar "las ventajas del modelo socialista cubano".

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