www.cubaencuentro.com Jueves, 21 de octubre de 2004

 
Parte 1/3
 
Carta a Tristán de Jesús Medina (II)
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Discursero, alabancioso e iluminado Tristán de Jesús Medina, dos:

Y entonces llegó el doctor, quiero decir que aterrizaste en España, pero por barco. Y los barcos no aterrizan, sino que atracan en un puerto. Como me niego a decir que Tristán de Jesús atracó, prefiero decir que aportó, que es como arrimarse a puerto o muelle, pero poniéndole cosas brillantes de tu cosecha, que lo de la vida muelle o la mollera fue después.

T. J. Medina

Pongamos que llegaste a Madrid, y si no fuera un lugar común, diría que "de Madrid, al cielo", aunque ya llevabas tu infierno particular y portátil, que es uno de los más conocidos antecedentes de tostadora eléctrica o microgüey. El microgüey no es el varón de la recién descubierta vaca enana de Pinar del Río, porque le faltan componentes esenciales.

Pero no nos apuremos. No nos desesperemos. No emigremos todavía, que en estos menesteres hay ministerios y misterios, y la pira, cuando la candela no está debajo de los pies, sino detrás y avanzando, cuesta un huevo y la yema de otro. Antes viene el papeleo, y en la espera nos espera ese trozo folclórico que resulta ser la vida nacional, que en tu caso fue interprovincial, aunque carenaste en la languidez de las tardes bayamesas, santiagueras y habanistas.

Y hubo ajedreces filarmónicos en nuestro pueblo, bajo los sauces llorones del parque —y digo sauces llorones por dos razones. Me importa un bledo Linneo y la memoria se me ha desdibujado, como si una carísima y concentrada lejía me alejiara—. Tal vez hayan sido flamboyanes o cedros. Le cedro espacio a la imaginación, porque de todos modos hubo un incendio más tarde, y aquello todo, en su conjunto arquitectónico y patriótico, empezó a oler a caña quemá. Y el aroma no se le ha quitado todavía.

Allí estabas en tu salsa, rodeado por lo más granado de Bayamo, lo que más valía y brillaba, gente procelosa que luego se procelaría entrando en otro proceder de próceres y contribuyendo a la alegría, ritmo y colorido los carnavales de Oriente —y del resto de la Isla, no vamos a ponernos con chiquitas, que para eso estaba usted—.

Zenea entortolado con un alfil en la mano, Fornaris escogiendo la calle que bautizarían con su nombre, José Joaquín Palma tarareando lo que luego colocaría en el hit parade de Guatemala hasta convertirlo en himno, Céspedes hecho un padrazo, y Perucho, muy lácteo, recién regresado de Barcelona, y ya bastante himnotizado. Era, para dejarlo claro y fijado con sangre, el año del señor de 1851, que fue un buen año en Bayamo aunque me lo perdí y ahora no sé por qué.

Sé que te estabas preparando para ejercer de viudo, y entregarte a la fe, y a un largo, extraño, personal y muchas veces interrumpido sacerdocio. Estabas reposando, acumulando fuerzas para luchar contra el demonio dondequiera que se mostrara, aunque apaciguar tu demonio particular parece haber sido más agotador. El demonio común, llamado también diablo, Belcebú, Lucifer, Satanás, era un comebola comparado con el tuyo personal. Al menos el que todos conocemos era más previsible. Tal vez desde entonces te rondaba una idea que siempre te salvó la vida: dirigirte "a los prudentes, que son los que tienen el corazón en la cabeza", algo insólito en la medicina moderna, y normalmente mortal. Vivir en Bayamo mucho tiempo te hace sentir esas ideas como normales, incluso sin que sea la temporada de carnaval.

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