www.cubaencuentro.com Domingo, 02 de enero de 2005

 
Parte 1/3
 
Carta a Manuel Saumell
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Contradanzario y bigotudo Manuel Saumell Robredo:

Tengo una secreta inclinación hacia los viejos músicos cubanos. Bueno, por los viejos; si son músicos, mejor. Y si da la casualidad de que ligo el parlé, son viejos, músicos y nacieron en Cubita, aunque anden por el Himalaya con esa lenta azúcar que te meten en la sangre los interminables algodonales del sur de Mafo, entonces mi atracción es múltiple, trilingüe, desbordada, hiperbórica, hiperglicémica, arrolladora, de mangas largas, "para las niñas, pa' las señoras" y trestonélicas.

M. Saumell

El único ante quien jamás sucumbió mi admiración fue Paniagua, que imitaba en sus años jubilosos y jubilados a Compay Segundo. Ninguno de los dos fueron músicos, aunque sí viejos y cubanísimos. Me refiero al hermano de Paniagua, del que no había hablado, y con quien más que un dúo musical, hacía pareja bastante en guardia y evidentemente rural.

Paniagua y Liudmilo —que así le habían bautizado sus padres por cierta embriaguez espiritual hacia el Soviet de Mabay— podían haber sido acusados incontables veces de escándalo público, si no hubiera sido por un policía —excepción en la regla— que al fijarse en la letra de lo que cantaban llegó a la conclusión de que podía ser algo de Eusebio Delfín.

Tal vez por eso he llegado tarde a usted, que cumplía bien, al menos, requisito y medio de los que anuncié para admirar: era cubano por nacimiento, y luego por sensibilidad —que eso se va aprendiendo aunque no se viva precisamente cerca de los interminables algodonales de Mafo—, pues cargaba en su torrente sanguíneo bastante sangre catalana, bien aplatanada, eso sí.

Y no me llegó a viejo, mire usted, por la vida tan agitada que tuvo o le dieron —cuando se es músico y se pertenece a una empresa, ya es más difícil planificar, coger aire y descansar, con la cantidad de carnavales, verbenas y motivitos que hay en provincias—. Lo que confirma mi antigua sospecha de que en la Isla las cosas buenas no duran demasiado. Cuando usted descubre a un viejo muy viejo, es que se dedicó a eso solamente, y fue dejando el resto de las cosas. O cumple alguna orientación de arriba. O está empecinado en acabar la carrera. O quiere ver el final de la película. Un viejo en Cuba es un verdadero profesional.

No me explico por qué rayos he mencionado aquí los extensos algodonales de Mafo, que nada tienen que ver en esta historia, si usted nació en La Habana en 1817, entrándole al siglo XIX, como quien dobla a la derecha del XVIII. Cuando le dieron el primer chance —porque la centuria estaba nuevecita a pesar de Napoleón, Bolívar y otros artistas— se le coló a Juan Federico Edelman a que le enseñara piano.

Usted sabía de seguro el caché que daba ir por Empedrado o Lamparilla o San Ignacio, y soltarle a la gente, así, al desgaire: "Yo estoy en lo de Edelman" o "Lo mío es con Edelman", que los cubanos seguimos cargando esa guanajería epatante de clavar una frasecita rara o extranjera para darnos pisto.

Habrá que ver si la Enmienda Platt duró tanto porque, de algún modo, el nombrete producía como un mareo raro. Otra cosa habría sido si se llamara Enmienda Gómez o Rodríguez. La hubieran tirado a mondongo desde el principio. Soy capaz de ver a los Veteranos y Patriotas gritando en las calles: "Esa Enmienda Pérez que se vaya a la rembombiá".

Claro que no es lo mismo, y nunca lo fue, decirle a la gente: "Yo estoy en lo de Popov" o "Voy a lo de Popov", porque suena a payaso como quiera que lo ponga, o, en el mejor de los casos, demuestra leve mal gusto, y mucha gente puede hasta pensar que usted está involucrado en la construcción de la embajada rusa, que, después de algunas carrozas de los años setenta, el plan jaba, las intervenciones de Fernández el asturiano, los camellos, los uniformes de Coppelia —todos los uniformes de afuera de Coppelia— y la escultura de Eliancito cargando al pobre Pepe Julián, es de las cosas más feas que ha parido madre sobre esa tierra.

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