www.cubaencuentro.com Domingo, 02 de enero de 2005

 
Parte 1/3
 
Carta a la Materva
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Energética, calórica y traidora Materva:

He sudado a mares para explicarle a mi amigo El Yolo —"Yo lo hago", "Yo lo sé"— cómo eras, cómo te recordaba, cómo era que te recordaba, y todas las minucias que uno tiene que explicar cuando no se trata de algo concreto, cemental, cementario, palpable, plausible, tropezable, pellizcable, desinflable y otros cables, sino de un sabor que se ligaba a un sonido, a una imagen, a un runrún, a una creencia, a una suposición, a un anuncio, a un mito, a una sugestión refrescante, a una especie de superstición embotellada y con olor a pampa, a tango bravío de arrabales, a morocho del abasto, que un buen día desapareció del territorio nacional y puso en aprietos los conservadores jugos gástricos, incluso de los más liberales del Perico.

Materva

Hasta un poema intenté hacerte, para ver si mediante la metáfora alada se abría campo entre la maloja cerebral de mi inexperto interlocutor, y adivinaba la neurona flotante y escurridiza que posee. Esa neurona que le construyeron con lo que quedaba de "la arcilla fundamental de nuestra obra", y que carece de sensaciones tridimensionales, de volumen, de contornos, y que es algo ahí, como hecha con papier maché elaborado con periódicos de provincias y el último cartucho de almidón que tenía escondido su abuela desde 1958.

Por eso, con El Yolo, me reservo ciertas cosas que su memoria de techo de yaguas filtraría sin humedad. Y también determinadas reflexiones, de esas buenas que nacen en los meollos reyoyos de mi fértil masa cerebral. Por ejemplo, sé que no comprendería ni un ápice —él diría "un alpiste", que no está mal encaminado, aunque puede soltarme algo así como "lápice", o para enfatizar, plurarizaría con un "no entiendo tre lápice"— sobre mi plan para acabar con la pobreza en el mundo, que no tiene nada que ver con revoluciones sangrientas, libretas de estrictos racionamientos o el correcto uso de la burka; ni con llenar la Quinta Avenida de Nueva York de marginales filipinos, malayos y bolivianos; o trasladar Jiguaní y Bangla Desh para Ámsterdam, sino con un razonamiento más profiláctico, matemático y racional —sin racionar—.

Después de profundas investigaciones, y de chapotear en todas las variantes de la pobreza más inmunda, he elaborado mi plan —que no comparto con El Yolo, y mucho menos con Kofi Anan—. Tengo estos datos precisos que dicen que: "De los 4.4 mil millones de habitantes de nuestro planeta, tres quintos carecen de acceso a una sanidad básica, un tercio no tiene agua potable, un cuarto no tiene viviendas adecuadas, un quinto de los niños no llega a quinto grado y un quinto está muy mal nutrido".

Para empezar, mi primer cálculo es que somos muchos, muchísimos, así que habrá que ir pensando hacer otra cosa por la noche y no andar preñando mujeres cada día, o engendrando niños que no traigan ya su botellita de agua potable bajo el brazo o su decisión inamovible de no llegar siquiera al quinto grado. Un niño que esté convencido que pasar del pre escolar le restaría diversión a su corta vida, sería una bendición para este universo en que ya estamos apretados, asfixiados como japoneses en metro, facilitando la labor de los carteristas.

Alguna organización internacional debería ocuparse de tener a los pobres lo más distraídos que se pueda, repartiendo yoyos, cubos de Rubick, juegos de parchís u otros entretenimientos, siempre que no sean crucigramas, porque entonces habría primero que alfabetizarlos y eso encarece el programa. Todo para que no se les ocurra engendrar más criaturas. Sé que muchos de estos riesgos se resuelven con el uso del preservativo, pero el Santo Padre no quiere. De manera que una solución sería mandar a los pobres menores de dos años para el Vaticano, y así el Papa tendría siempre material a su disposición, y los nutriría con su preclara palabra.

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