www.cubaencuentro.com Domingo, 02 de enero de 2005

 
Parte 1/3
 
Carta a Armando Calderón
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Perínclito, comedioso y gutural Armando Calderón:

Cerca de Arenys de Mar hay una pequeña caleta silenciosa, donde el Mediterráneo rompe su abrazo con cierta tristeza, que se convierte en desgana. En la pequeñísima rada —que no es muy democrática. La otra rada se fuñó—, casi oculta al paso del tren, hay una roca donde me he sentado un par de veces, a adivinar qué hay tras esa línea fina, extrañamente blanca, que parece ser, algunas mañanas, el horizonte. Allí, escuchando el rumor cansino de las olas que se estrellan asustando a los cangrejitos, he soltado mi imaginación. Luego la he recogido, no vaya a ser que se me ahogue. Nada de esto tiene que ver con su persona, y no sé por qué he comenzado a contárselo. En definitiva, a usted le da lo mismo esa roca, anterior al cine mudo, al cine hablado, al cine pobre, y al pobre cine Ámbar —reducto de arriesgadas micciones en sus días de gloria— que un ladrillo hecho con revistas Carteles.

Sucede que, antes de esa línea blanquecina que parece ser el horizonte algunas mañanas —ya uno no confía ni en eso— se tienden, bajo el astro rey, algunas macizas mozuelas que molan mazo, originarias de estos pagos catalanes. Y para sentir mejor la caricia del sol, la levedad susurrante del salitre, confiando en la soledad y recogimiento del sitio, muestran, sobre la arena color oro sucio, unas protuberancias estólicas, marmóreas, solidísimas, alumínicas, proporcionadas, como las verdes colinas de África. Las mismas que harían suspirar a más de un niño de Burkina Fasso a la hora de la merienda.

Allí me he sorprendido —lo he hecho yo solito, conmigo mismo, pues ninguna me ha sorprendido, para mi sorpresa— emitiendo ciertos signos guturales, traqueos de tráquea, sordos aplausos con la glotis, que en el alto pleistoceno comunicaban al resto de los miembros de la horda, placer, asombro, éxtasis, aprobación. Y en lo gutural sí llega su recuerdo, echándome a perder la contemplación de aquellas naturalezas nada muertas.

¿Qué cómo vino usted a parar a esa roca junto al mar, mientras mórbidas mozas maceraban sus músculos y me levantaban a mí la mucura del suelo? Fácil, vía Gargantúa, poniendo sonido a las emociones y a los gestos. Si una muchacha de implacables senos, de los llamados "tipo mamey de Santo Domingo" por los científicos, saltaba sobre la arena, provocando un temblor remoto en su cuerpo, y elevando al cielo esa imponente proa que sólo encuentra el reposo tras múltiples acomodos de muelle, desde mi interior, en lugar de un bramido de Minotauro, salía algo parecido al "goinnnngingingí" que utilizaba usted para ilustrar los golpes que daban los policías con sus porras en las comedias de Mack Sennet.

Y si alguna ninfa echaba a correr, meneando en el impulso la inalcanzable masa cárnica, de mi esófago brotaba un rugido de tubo de escape, como cuando usted sonorizaba el paso de los fotingos, aquellos bólidos de principio de siglo XX, a los que había que dar cranque para la arrancada veloz, y me he puesto a cuarenta por hora con el "arrán arrán arranganchán rrrrrrroooooo" dicho con su leve frenillo, y hasta me ha sonado el antiquísimo fotuto como me enseñó usted, de un par de golpes espléndidos: "afúa afúa", dejándome allí, sin gasolina, en espera de la grúa.

Porque, hay que decirlo de una vez por todas, lo gutural ha sido realmente importante en nuestra cultura. Hijos de la oralidad que nos da esperanza y nos confunde. El pez muere por la boca, por eso los cubanos estamos rodeados de agua, y escondemos las escamas por escamados. Oralidad sin hora.

Y en ese renglón, usted está entre los abanderados. Recordemos si no a Pérez Prado, que entró a la gloria con un par de aullidos ejemplares, estremecedores; gritos de guerra, interjecciones que parecían más punzada en el duodeno que expresión de placer. Con su inolvidable "aaaaahh há", coronado por un "jum", se identificó por siempre jamás en la memoria universal. A veces pienso que allá en el cielo, el jovial San Pedro no tuvo que preguntarle el nombre. Escuchóle el mugido bestial y le abrió las puertas.

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